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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1978. Ciclo A

5º Domingo de Cuaresma
12-III-78
Carmelo

Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?". Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo". Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?". Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera!". El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".

SERMÓN

Si bien las vacaciones no suelen durar, para la mayoría de los adultos, más de veinte o treinta días, es indudable que el receso escolar marca los días desde mediados de diciembre a mediados de marzo con el signo vacacional. Y ¿quién no se da cuenta de que las vacaciones, con su cálido clima veraniego y sus soles luminosos y rientes, con su secuela de mar, de campo, de sierra o, al menos, de piletas, son marco poco propicio para las habituales austeridades cuaresmales? Por eso, este año en que –por motivos astronómicos para mi inescrutables‑ tanto se ha adelantado la semana Santa y, por ende, la Cuaresma, haciéndola coincidir casi toda sobre tiempo de vacaciones, temo mucho que, para la mayoría de nosotros, la ascesis cuaresmal haya sufrido grave desmedro, excepto el pescado –o mariscos, Dios me perdone‑ de los viernes. He de confesar humildemente, por mi parte, que este año ni siquiera he logrado bajar los kilos que, en años anteriores, aprovechando el ayuno de cuaresma, lograba desbastar, ya para estas fechas, mi excesivamente canónica figura.
Por suerte para su capellán, para ustedes y para la Iglesia en general, existen estas nuestras buenas hermanas carmelitas que, seguramente, han hecho abundante penitencia por nosotros y que, aunque no contribuyan a la redención de mi sobrante peso, espero contribuyan a la de mis sobrantes pecados.
Sea como fuere, no todo está perdido, porque la Cuaresma aún no ha terminado. Y se da el caso que, mañana, al recomenzar las clases, tendremos todos, chicos y grandes, la sensación definitiva de que el período de vacaciones ha finalizado y de que es hora de volver a retomar el trabajo o los estudios del año con toda seriedad.
Seriedad que supone, entre otras cosas, que, en estos primeros días, deberemos fijar, a grandes rasgos, las metas de este año. No solo las materiales, se entiende. Prepararnos no solamente a las actividades que hemos de hacer por deber de trabajo o estudio sino a las que habremos de desarrollar en nuestro tiempo libre. Hacer nuestro plan de lectura, proponernos el estudiar tal o cual aspecto de la historia o del arte o de lo que sea, el perfeccionarnos en algún idioma, el dar más importancia al cultivo de determinadas amistades, el prestar más atención a los problemas y al diálogo con los míos, el hacer tal o cual curso. Ya sabemos ‑o sabremos en los primeros días después de las vacaciones‑ de qué cantidad de tiempo vamos a disponer. Pues bien: planear su uso, no dejarlo solamente a la improvisación.

Por otra parte el verano ha servido para distender nuestro ánimo, para superar los nerviosismos y urgencias de fin de año, para, después del descanso, mirar con más calma y optimismo las cosas que ya nos abrumaban en Octubre y noviembre. Podemos pues ser más objetivos, reconocer humildemente nuestras falencias, ver las cosas con más calma y lucidez. Y, desde allí, aprovechando los pasados errores, superar nuestros defectos. Y fijar, justamente ahora, como meta, la superación de estos, sobre todo de aquellos que han dificultado el cumplimiento de nuestros deberes o no han ayudado a nuestra convivencia con los demás.
Pero, sobre todo, aprovechando al menos esta última semana de Cuaresma que nos resta. Para la cual no hay excusa, terminadas ya totalmente las vacaciones, en un cierto marco de austeridad que ayude al recogimiento interior –menos música, menos televisión, menos cine, menos comer, menos diversión‑, reafirmar nuestras grandes metas de varones y mujeres cristianos, pasarles plumero y Odex a nuestros ideales, y fijar los medios para conseguirlos, defenderlos o aumentarlos durante el año.
Proponernos horario en la mano, cuánto tiempo vamos a darle a la oración, a la meditación, cuánto a la Misa o comunión entre semana, cuánto al Rosario, cuánto al estudio de las cosas de mi fe, de la teología, cuánto a mi formación, cuánto, quizá, al integrar otros grupos de cristianos, cuanto al confesarme, al hablar con sacerdotes, cuánto al colaborar a lo mejor en algún trabajo específicamente apostólico. Hay muchas cosas que debía hacer y no hice. Hay muchas que deseé hacer y no pude. Este tiempo de Cuaresma es el tiempo de pensar y decidirse.

Y, por ello, Cuaresma, para la Iglesia, a pesar del color morado de los ornamentos está lejos de ser un período litúrgico triste o abatido. Es tiempo altamente fecundo. Como el de la preparación de antes de la batalla o antes del examen o antes del estreno. Época donde se plantan las semillas y se desbroza la tierra, se trazan los planes, se afilan las espadas, se fabrican los arietes y los pontones. Un buen apresto, una buena vigilia, puede significar la victoria en el combate, el feliz resultado del examen, el éxito de la pieza. Una buena Cuaresma, suele determinar un buen año de hombría cristiana.

Pero, si en toda preparación a cualquier cosa medianamente importante se pasa por el sacrificio de algo, por la austeridad, por el dejar alguna cosa o actividad, no es esta privación y esfuerzo lo que da sentido a la vigilia sino el objetivo a conseguir.
Menos aún en la vida cristiana –que algunos suelen concebir como un no sé qué de negativo, mezcla de sadismo divino y masoquismo humano, hecho de lutos y de renuncias‑ No es así, ningún ‘no’ te pide Dios y la Iglesia que no esté justificado y réquetecompensado por un rotundo, dorado y brillante ‘sí’.

Por eso la Iglesia, ya en los umbrales de la Semana Santa, próximo el misterio supremo de la vida de Cristo y de nuestra propia vida que es el brutal ‘no’ de la muerte del Calvario y de la Cruz, reafirma, con la lectura del evangelio de San Juan narrando los sucesos de Betania, el objetivo final de Dios con respecto a nosotros: el ‘Sí’ de la Vida.
No dice Cristo “Yo soy la Cruz y el sufrimiento”, “Yo soy la muerte y el tedio”, sino “Yo soy la Resurrección y la Vida”.

San Juan mismo coloca, a propósito, el episodio de Lázaro inmediatamente antes de la Pasión y toma a Lázaro, más allá de su realidad individual e histórica, como símbolo de todos los que creen.
Aparentemente, como le dice Tomás a Jesús, el viaje que inicia Jesús hacia Jerusalén es un viaje hacia la muerte “Vayamos y muramos también con Él”. Y, más aún, es la resurrección de Lázaro la que precipita el prendimiento y muerte de Jesús. La lucha es claramente entre el mundo y sus mensajeros de la muerte, y la Vida. Pero es esa resurrección de Lázaro la que anticipa la victoria final de la Vida en Pascua, sobre todas las muertes.

Aprovechemos pues esta última semana de Cuaresma. Aprovechemos por supuesto de manera especial Semana Santa, poniendo, a través de la reflexión, el silencio y la ascesis, la semilla de la vida que vamos a llevar este año.
A más largo plazo, preparándonos también para todas las renuncias, sacrificios y muertes que tengamos que hacer en nuestras existencias, sabiendo que, yendo con Cristo, ellas serán, no camino de tristeza y de luto, sino de Vida.
Verdadera e imperecedera Vida.

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