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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2000. Ciclo B

5º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. La multitud le respondió: "Sabemos por la Ley que el Mesías permanecerá para siempre. ¿Cómo puedes decir: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto'? ¿Quién es ese Hijo del hombre?". Jesús les respondió: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.

SERMÓN
(GEP 09-04-00)

Desde el neolítico, cuando el hombre descubre la agricultura, el grano, la semilla que muere y se multiplica es símbolo de las vicisitudes de la vegetación, de la siembra y la cosecha que garantizan el nutrimento. La imagen se halla frecuentemente mencionado en los himnos homéricos. Pero, más allá de los ritmos de lo vegetal, la semilla se eleva, poco a poco, en la mente primitiva, a mitologema, alegoría, de la alternancia de la vida y la muerte, del bajar al mundo subterráneo, infernal, y el volver luego a la luz -a la manera del sol, que, día a día, se entierra en occidente y renace por oriente-, y también, esotéricamente, del paso de lo oculto a lo revelado. El objetivo de los ritos de iniciación de los misterios de Eleusis , a 15 kilómetros de Atenas, donde se rendía culto a Demeter , en la antigua Grecia, era, precisamente, librar al iniciado de esta alternancia y fijar su alma para siempre en la luz, en el conocimiento y, por tanto, en la vida. Demeter , ( dea - mater ), la diosa de la fecundiad, identificada con la madre tierra, iniciadora a los misterios de la vida, era la que rescataba, a su hija Perséfone , de los infiernos, todas las primaveras, hasta el invierno, cuando allá abajo Perséfone regresaba. Perséfone era la personificación del grano, de la semilla de trigo. Entre otras ceremonias inciciáticas, estaba justamente la de la presentación a los fieles de un grano de trigo colocado en un ostensorio. Semilla que debía ser mirada silenciosamente, en callada ' epopcia ' o contemplación. Mediante el grano de trigo los 'epoptas' honraban a Demeter, dadora de vida. Esta presentación muda del grano de trigo evocaba a los iniciados la perennidad de las estaciones, el retorno de las cosechas, la sucesión entre la muerte del grano de trigo y su resurrección en la espiga y, finalmente, también la vida inmortal en eterno retorno que podían lograr sus adeptos. Porque el culto de la Diosa era la garantía de la permanencia de este retorno cíclico en el que podía insertarse el hombre y donde el seno materno y el seno de la tierra -la madre tierra- eran casi identificados. Cantan -en palabras de Esquilo - las Coéforas sobre la tumba de Agamenón : " Oh tierra madre que das a luz y alimentas a todo viviente, recibe de nuevo en tu seno este germen fecundo ". ¡El cuerpo de Agamenón! Así múltiples culturas han enterrado a sus muertos en posición fetal como retornándolos, granos de trigo, al vientre de la madre.

También los misterios de Dionisios en Asia y Osiris en Egipto recurren al grano de trigo o a la espiga para simbolizar la muerte y la resurrección que vive constantemente la naturaleza en sus ciclos de morir invernal y renacimiento estivo. Entre los sacerdotes griegos y romanos era costumbre esparcir granos de trigo o harina sobre las cabezas de las víctimas, antes de inmolarlas, como sembrándolas de germen de esa vida que, del sacrificio, volvería a crear comunión, en los partícipes del banquete sagrado, con la inmortalidad del dios. De igual forma, entre los romanos, la espiga era el símbolo de Ceres , nombre latino de Demeter, la diosa de la vegetación, la diosa especialmente del trigo, de la cebada y la cerveza, representada siempre con un puñado de espigas en los brazos, diosa de la feracidad y de la abundancia.

Ese grano de trigo que, tanto para alimentar como para germinar en múltiples frutos, debía morir.

Claro que todos estos simbolismos no pasaban más allá de una ingenua fé en el retorno de la vida en general, en todo caso el regreso cíclico de la vida, siempre fugaz, siempre vuelta a ser sembrada y muerta. No se sabía nunca que era primero si la vida o la muerte, tampoco que sería lo último. Aún asi, ese volver constante de la vida, la enésima reaparición del verano, el florecer renovado de la primavera, asumidos simbólicamente en los ritos de esas religiones paganas para intentar inmortalizar al hombre, sin contar con su caducidad, tampoco provocaban verdaderamente el regreso a la vida de la persona . Aún las teorías gnósticas de la metempsicosis o transmigración de las almas o reencarnación estaban lejos de garantizar una reviviscencia personal. En todo caso, aunque así lo hicieran, nadie podía recordar sus vidas anteriores... El individuo -se sabía- con sus vivencias únicas, perecía para siempre, tanto si retornaba a esta tierra en otros cuerpos, como si se sumergía anónimamente en el Todo, en el Alma universal, en la órbita de Horus, en el Buda, en el Brahama...

Por eso hay que tener mucho cuidado en parangonar la frase de Jesús en nuestro evangelio de hoy con la de los antiguos mitos. La madre tierra, la naturaleza, Demeter, jamás podrá dar auténtica inmortalidad.

En los labios y la vida de Jesús y de los cristianos este simbolísmo del grano de trigo adquiere un significado totalmente distinto

Quizá no ayude a percibirlo la traducción que nos regala nuestro leccionario de la oración que explica esa imagen: " El que ama su vida la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna ." Los mayores entre los presentes recordarán, si han leído estos versículos en traducciones de su juventud, que el dicho decía: " El que ama a su alma la perderá ." Pero esta traducción pareció dualista a los traductores actuales y, en vez de 'alma', prefirieron verter 'vida', con lo cual hicieron flaco favor a sus lectores. Por más que el verbo 'odiar' se tome en sentido metafórico, de exageración oriental, y más bien con el sentido de 'preferir', ¿quién podrá ir contra su instinto de vida? ¿quién en su sano juicio podrá odiar realmente su vida, cuando en este mismo pasaje vemos a Jesús, como en un anticipo del monte de los Olivos, turbado, mejor 'angustiado', por lo que habrá de pasar precisamente con su vida?

Es que, lo que los traductores de antes designaban alma y los actuales vida , era un vocablo griego psijé , que, a su vez, en labios de Cristo, traducía el término hebreo ' néfesh '. " El que ama su nefesh lo perderá ..." dice Jesús; no estrictamente su alma, ni, mucho menos, su vida... Y nefesh en la lengua de Cristo significa originalmente 'garganta'. Allí de donde salen las palabras, allí por donde pasa el aire que respiramos y que, si se estrangula, morimos, allí donde se nos quedan atragantados nuestros odios y salen vociferantes los insultos, o se acarician en susurros las palabras de amor, allí hasta donde llegan, antes de la muerte, las aguas de la ciénaga que nos traga, allí donde se acumulan nuestros apetitos y nuestras congojas... Y así, la garganta, el nefesh , poco a poco va designando por metonimia, en el lenguaje hebreo, todo aquello que forma parte de lo profundo de mi yo, de mi ego, de lo que verdaderamente soy... 'Yo', 'yo mismo', eso es el nefesh , que los latinos traducian como 'alma' y los griegos como 'psique'. Por eso -esta vez correctamente, aunque sin fuerza- nuestros traductores han vertido bien el término en el pasaje de la frase que pronuncia Cristo en el evangelio de hoy para decir que está padeciendo, desde lo más profundo, la desazón de la pasión que se avecina: " Mi alma ahora esta turbada ." "Mi nefesh esta angustiado, (de 'angustus', angosto), Mi nefesh esta angostado, ahogado, estrangulado." Eso quiere decir. iNinguna frase puede expresar mejor la desolación hondísima de Jesús ante el panorama de tortura y de muerte que avizora.

El nefesh es, pues, el hondón de todo lo que somos, el sitio de donde surgen nuestro actos y pensamientos más íntimos, el sitio donde van a parar y acariciar todas nuestras alegrías y a provocar desconsuelo las desdichas, la fuente de los amores y los odios, el grifo de las envidias y las admiraciones, allí donde se juegan nuestras decisiones profundas, y de donde surgen las opciones que nos redimen o condenan. Quizá podríamos identificarlo con lo que tenemos de más íntimo y personal o incluso con nuestra misma persona, si lo entendemos en sentido metafísico, y aún analogarlo a aquello que en Dios, siendo uno, es trino.

Esa profundidad de cada uno, lo han entendido bien ciertas filosofías y psicologías modernas, se realiza no en la afirmación de si misma sino en su salida al otro. El yo, el nefesh, se modela en profundidad frente al tu, en relación a los demás, en la afirmación del otro. Las personas crecen en la medida en que son capaces de descubrir y amar a los otros. Igual que en la Trinidad donde el llamado Padre no es un yo , sino pura afirmación del tu del Hijo y del Espíritu; ni tampoco yo el Hijo sino tu al Padre y al Espíritu; ni yo el Espíritu sino tu al Padre y tu al Hijo.

Pero en el yo humano, en su nefesh , llamado por vocación natural a realizarse en salida de si a los demás, en amor al otro, en éxtasis de servicio y búsqueda del bien del amado o de la amada, existe de nacimiento una terrible fuerza centrípeta que le lleva a querer afirmarse en si mismo, custodiar cuidadosamente el yo y poner a todo y a todos al servicio de su ego.

Ese maldito ego que busca la autoestima, el halago, la seguridad... Ego comodón y soberbio que no quiere brindarse, que no sabe querer, que nada entiende de entrega y de amor, y lo confunde con la excitación de la parte más epitelial y animalesca de su yo, en esa superficie donde anidan los sentimentalismos y las falsas promesas, los embelecos y las lágrimas de cocodrilo, los afectos sin compromiso y los instintos sueltos... Cubierto de esa capa falaz, inconsistente y pegajosa, nuestro nefesh se acerca a los demás, incluso a Dios, para usarlos, para recibir de ellos la correspondiente promoción de nuestro ego, para vivir fervor y devoción sin mandamientos o amor bobo carente de renuncias, querer condicionado, 'te quiero', en realidad: 'mientras me sirvas', 'mientras me gustes', 'no me fastidies', 'no me quites excesivamente el tiempo', 'me dejes realizar'...

¡Custodia, custodia, tu ego, hombre, mujer infeliz! Sigue el consejo del psicólogo de pacotilla que te asevera gravemente con su pipa en la mano que tenés que pensar más en vos mismo y menos en los demás. Creá una cuidadosa barrera de defensa en torno a tu nefesh , a tu persona. Siéntate en tu sacro trono y no te permitas ser amigo, ni novio, ni padre, de alguien que pretenda quitarte tiempo, que no te arroje su necesaria cuota de incienso cotidiano, que no te plazca, que no coincida con lo que vos pensás, que no huela como te gusta a vos... Cuidá tu tiempo, cuidá tus talentos, conservá bien guardaditos todos tus bienes y, muy especialmente, todo lo que sos... (en realidad, si sos así, lo poco que sos...)

Porque, precisamente, los seres humanos, a imagen y semejanza de Dios creados, somos 'para darnos', para amar, para hacer, de aquellos a quienes queremos, nuestra propia vida, nuestro propio querer, para arrojarnos todo en una misión, en la patriada de una vida hecha de servicio a los demás, de salida de nosotros mismos, hacia nuestra familia, nuestra profesión, nuestros estudios, nuestros ideales... El verdadero ser y vivir es el amar -al modo de Dios cuyo ser es amor-. Solo perdiendo tu ego adquirirás tu yo. Solo amando vivirás. Encerrado en tu ego, tarde o temprano, te darás cuenta de lo pobre, lo triste, lo inútil, lo frustrado, lo perdido, lo solo que estás ¡pobrecito egoísta!: ¡qué solo, qué muerto que estás!

¡Pequeño príncipe de tu minúsculo mundo! El ego, príncipe de este mundo.

Y, ahora sí, queda mejor traducida la explicación del grano de trigo: "Si querés amar tu ego -tu nefesh - lo perderás": ¡tu yo perderás!"

Pero eso quizá ya lo habían intuido muchos antiguos. ¡Cuántos magníficos tratados de la amistad encontramos desde Platón y Aristóteles hasta Séneca y Marco Aurelio afirmando cosas parecidas! Y eso resolvía en parte el problema de la vida y la persona. Animal social, ¡animal conyugal!, decía bellamente del hombre el Estagirita. Pero no daba respuesta a la profunda aspiración del nefesh, al amor perenne, al verdadero vivir...

En el evangelio de hoy Jesús no nos está dando solo una clase de psicología, está apuntando al objetivo último de su venir como grano de trigo a dar al mundo el auténtico vivir, el vivir que viene de Dios, el vivir que vive Dios en espiga, en tres personas sin ego, pura entrega de amor...

Hacia ese vivir, ofreciendo su angustiado nefesh, nuestro Señor se encamina a partir de este cuarto domingo de cuaresma. ¡De tal manera -como ya lo ha hecho entre los hombres- saldrá de su ego en éxtasis de amor al Padre, en ofrenda de si, en regalo de todo lo que es, que su supremo gesto de amor izado en cruz será al mismo tiempo su resurrección! No ya la metempsicosis de una torpe vuelta a la vida cíclica de esta tierra, sino explosión de gloria que lo hace renacer en brazos del Padre, transverberado de supremo amor, viviendo su yo humano, su nefesh , a la manera de la persona divina del Hijo, todo vuelto al rostro del Padre y al soplar del Espíritu... y al seguir dándose, desde allí, levantado en alto sobre la tierra, pan de trigo, al hombre, para que, a nuestra vez, atraídos por él, en respuesta de amor, accedamos a ese su definitivo y pletórico vivir.

" El que quiera servirme (¡amarme!), que me siga, y donde yo esté, estará también (mi amigo ) mi servidor "

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