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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1990. Ciclo A

4º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?" Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

SERMÓN

El famoso filósofo alemán Hans Gadamer afirmaba en su libro " Goethe y la filosofía ", que “solo puede obtener respuestas quien se hace preguntas”. Que es muy difícil enseñar nada “a quien no se interroga o a quien no interroga”.

Hans-Georg Gadamer (1900-2002)

Porque, al conocer, no se llega por un simple abrir los ojos y los oídos a los sonidos en forma de palabras que pueda emitir un maestro o un aparato de televisión. El conocer es una actividad en la cual la mente humana, con esfuerzo, va intentando extraer de seres y personas su verdad íntima. La verdad no se presenta impúdicamente, a primera vista. La realidad se deja ‘desvelar' lentamente. Los sentidos pueden engañar; lo que aparece evidente a nuestra percepción sensible, la mente puede mostrarlo como distinto. Nuestros ojos ven al sol girar alrededor de la tierra. Desde Copérnico , sacerdote polaco, sabemos que es la tierra la que gira alrededor del sol. De eso, por supuesto ya no dudamos y, mentalmente, cuando miramos al sol, por lo que se nos ha enseñado, corregimos la impresión. Pero no era así para los contemporáneos de Copérnico, la aparente evidencia de los sentidos desmentía su teoría, y aún no lo es para muchos pueblos primitivos. Con lo cual pasamos a una segunda afirmación: vemos espontáneamente nuestras circunstancias, hechos, cosas y personas, no solo como nos los muestran nuestros sentidos sino como nos lo impone la cultura en la cual hemos sido formados.

La cultura es toda una forma de pensar que utilizamos, sin darnos cuenta, en cuanto comenzamos a asomarnos a la realidad, tan pronto alcanzamos el uso de razón. De tal manera que nuestro contacto con la realidad pasa a través de la interpretación que del mensaje de nuestros sentidos nos hace el medio ambiente en que hemos crecido y que nos ha dejado su impronta a través de lenguaje, tradiciones, costumbres, colegios, libros -si es que se leen-, televisión y modos de ver y de actuar. Puntos de vista cedidos a nosotros como superego, como preconcepción del mundo, como telón de fondo de todo nuestro pensar y actuar, por nuestros formadores: padres, familia, ambiente, educación, medios.

P. Nicolás Copérnico (1473 – 1543)

Puede que gran parte de este lenguaje y de esta educación aporten modos adecuados verdaderos de ponerse en contacto con la realidad y con los demás. De hecho una civilización, el espíritu de una nación, de un pueblo, habría de juzgarlo según que sus pautas culturales, es decir el modo de ver, de valorar y de juzgar la realidad, permita alcanzar un contacto fidedigno con ella. Porque ha solido y suele suceder que las convenciones culturales de una época impidan al hombre el conocer la realidad y la deformen groseramente. Pensemos en el mundo primitivo lleno de supersticiones, divinidades, duendes, demonios, a veces como explicaciones burdas de cosas y fenómenos puramente naturales.

Y esto atañe no solamente al mundo como espectáculo, o como realidad puramente natural, sino a la humanidad en su historia, en su política, en su economía y, sobre todo, al hombre, a cada hombre, en el valor, sentido y concepto que tenga de si mismo.

Uno puede fácilmente darse cuenta de que nuestra civilización contemporánea, -más aún la cultura nacional: la que recibe nuestra gente de la ciudad simplemente por ósmosis, con solo entablar conversación con sus compañeros de trabajo o estudio, o prender unas horas de televisión, o sentarse a leer un diario, o la que ha recibido un poco más conscientemente en el mamarracho de nuestra escuela sarmientina o en la universidad; y aún nuestros pobres pequeños católicos en la actual catequesis desarticulada y aconceptual- es un agregado caótico de nociones cientificistas superficiales, a lo Muy interesante o a lo Selecciones del Reader's Diggest y, sobre todo, una visión desmoralizada, cínica, atea, freudiana, consumís tica, liberal o marxista, o todo junto, del hombre y de la historia, sumada a un desinterés profundo por los verdaderos problemas humanos, reducidos, cuanto mucho, a la promoción de un irrestricto libertinaje individual y social, promovido por un manejo instrumental y dialéctico de los así llamados 'derechos humanos'.

En este sentido nadie podrá nunca justipreciar suficientemente el daño que ha hecho a la moral, al ser, a la cultura nacional, los años de sistemática corrupción alfonsinista; tantísimo más grave que el económico. Por supuesto que no es un mal que haya comenzado allí con su banda, pero sin duda que ha sido un continuador pugnaz.

Pero lo importante de todo esto es que fácilmente no puede salvarse de vivir en la irrealidad dialéctica de las ideologías, o en la superficialidad estúpida de las mayorías, quien no haga un esfuerzo de cuestionamiento, de critica, de autoexamen, de reflexión, de estudio o, al menos, de sentido común, de aproximación curiosa a la realidad, en la cual, además de cuestionarse muchos aprioris adquiridos, se haga un intento serio, inteligente, por acercarse a lo que las cosas son.

Y este esfuerzo ha de ir, desde el abandono de falsos slogans económicos o políticos voceados sobre las tribunas cada vez más apolilladas de trasnochados políticos y sindicalistas y por vociferantes pseudo-intelectuales, barras bravas, privilegiados amenazados y algunos tontos, pasando por la recuperación de una veraz visión de la historia, la vuelta a la belleza en el arte y el retorno, en la familia y la sociedad, al verdadero amor, es decir al normado por los diez mandamientos y vivificado por la gracia de Cristo -no hablo de la bobada de ‘la civilización del amor' de la cual se habla desde ciertos estamentos eclesiásticos- hasta la recuperación de una visión de la vida humana que vaya más allá del dinero, de la farra, o de la mera inserción en la civilización de la producción y del consumo.

Pero el asunto es ¿quién puede hacer este esfuerzo? ¿quien de nuestros pobres muchachos o adultos tendrá la capacidad y la guía suficiente para emprender este trabajo de desintoxicación? ¿Quién, aún queriéndolo, tendrá tiempo para ello, acuciado por una situación que no da tregua y un ritmo de vida que impide, cuanto más no fuera, tener un rato para pensar?

Sin duda que esta es una empresa que excede las posibilidades de las mayorías. Solo desde arriba puede darse la enseñanza, la norma y el ejemplo que ayude a los más pobres a encontrarse con la verdad, los valores y la belleza. Y esto, por lo que vemos, a nivel nacional y mundial no vendrá por mucho tiempo.

Porque el problema es que la presión de la cultura es tan grande que el que crece educado, informado, por ella, piensa que esta es la manera actual, natural, normal, de ver e interpretar la realidad. Más aún, que la realidad es tal cual la ve a través del lente de su cultura. Cualquier otra interpretación o punto de vista que le venga de una concepción entera, digna, honesta, cristiana de la vida, la juzgará como irreal, extraña, perimida, imposible de llevar a cabo, obsoleta, inconducente, sin importancia. Más aún: no le interesará un ardite la predicación cristiana, el mensaje del evangelio, la propuesta de Cristo. La cultura actual ciega al hombre intelectual y moralmente para interesarse y entender a Jesús.

Porque, para abreviar, en un mundo de valores o ‘desvalores' en donde solo interesa lo inmediato, el hoy, el sábado que viene; en que los grandes problemas humanos no se plantean o se reducen a lo puramente social y político; en donde, por otro lado, se ofrecen con enorme soberbia soluciones adocenadas, recetas infalibles; en donde la cultura ‘media' cree que la ciencia físico matemática tiene la solución de todos los enigmas; en donde –digamos- no existen en el hombre común más preguntas que las de cómo voy a hacer para ganar plata o comprarme tal cosa o alcanzar aquella gratificación ¿qué esperanza de éxito puede tener la propuesta cristiana, que no viene a ofrecer la solución a este o aquel problema puntual o inmediato, sino al problema global de la vida, de la existencia, de su sentido y valor?

Volviendo a Gadamer, ¿cómo va a ofrecer la Iglesia su mensaje, que es una respuesta , si nadie se hace las preguntas que debiera?

Esta es la ceguera de la que padecían los fariseos. Su formación, su cultura, su altivez, su creerse poseedores ya de todas las respuestas, su estar instalados en la seguridad de su doctrina y también en sus privilegios y en su estatus, los hacían ciegos para percibir en Jesús una respuesta, una luz, capaz de cuestionar sus vidas, sus planteos, y desinstalarlos de sus posiciones adquiridas. Toda la escena del evangelio de hoy es una descripción de esta ceguera mucho más honda que la del que carece de retina y que es la del que, con los ojos abiertos y desde sus aprioris, cree que ve, en realidad sin ver. "Si Vds. fueran ciegos no tendrían pecado, pero como dicen 'vemos' su pecado permanece".

Los fariseos ya no se hacían preguntas, tenían todas las respuestas, estaban contentos, satisfechos de si mismos, y, por eso, en realidad, estaban más ciegos que el ciego de nacimiento.

También el hombre de hoy está ciego: o desde la soberbia de una dirigencia política e intelectual que desdeña las verdaderas preguntas o cree poder responderlas por su cuenta a todas, hasta el hombre masa encerrado estólidamente, por la cultura y la incapacidad de pensar, en el aquí y en el hoy de su epidermis.

Pero tampoco los que nos profesamos católicos somos ajenos a esta presión del ambiente y de las ideologías. También nosotros sufrimos el grave problema de la falta de tiempo y de la falta de ganas para pensar y preguntar.

Dios aprovecha muchas veces los momentos de dolor o de crisis personal o nacional para que, finalmente, el hombre se haga las verdaderas preguntas, escudriñe en su corazón lo profundo de sus sueños y deseos, y se pregunte respecto del último sentido de la vida, de sí mismo y de los suyos. Y, ciertamente, que el hombre no tiene más remedio que hacerse las grandes preguntas, las que no hace la cultura de hoy ni la superficialidad cotidiana, frente a los grandes dolores y a la muerte y a los cataclismos personales y sociales. Quizá a nivel nacional valgan las circunstancias actuales para declararnos finalmente ciegos e intentar recuperar la vista.

De todas maneras, la Cuaresma nos ofrece un tiempo propicio de meditación o, al menos, eso es lo que la Iglesia nos propone que hagamos durante este tiempo. Refundar nuestras vida y nuestra visión de las cosas y de los demás desde la luz de Jesús. Él es el único que tiene las verdaderas respuestas. Más aún: El es ‘ la Luz', ‘ la Respuesta'.

Desde la ceguera de nuestros pecados, o de nuestra mediocridad, o de nuestra adaptación a la cultura del mundo; desde los interrogantes de nuestra vida desmañada, de nuestra falta de dirección y de timón, de nuestras carencias de heroísmo, de ética y de estética… en oración, en examen de conciencia, ‘preguntemos' al Señor. Declarémonos, pues, ciegos ante Él, para que acuda a nosotros y nos ilumine con su fe y nos devuelva alegría, empuje, visión y coraje para vivir distintos, hombres, cristianos.

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