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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1987. Ciclo A

4º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?" Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

SERMÓN

“¡Oh Dios de luz, querida alma! ¿Quién ha oscurecido tu ojo luminoso? [...] Sin cesar caes de una miseria en otra, y aún de esto no te das cuenta […] ¿Quién te ha conducido al exilio desde la luz de tu morada divina y te ha encerrado en tu sombría prisión?”

Soy dios, nacido de dios, brillante, resplandeciente, rutilante […] pero ahora he caído en la miseria […] Innumerables demonios me han atrapado y me han encarcelado en las tinieblas […]”

Les he leído dos textos antiquísimos, no cristianos. El primero, pertenece a los ‘mandeos', el segundo de un libro hermético –así llamado por su falsa atribución a Hermes-Trimegisto (1)- . Dos típicos casos de la ideología gnóstica, maniquea, que fue el común pensar de la humanidad antes del advenimiento de la revelación judeo-cristiana.


Ilustración de una edición del s.XVI del Poimandres , libro ‘hermético', s. III.

Desde que, en el tardo neolítico, -cuando se tienen huellas de que el hombre comienza a reflexionar sobre el ser humano y el universo- y surgen sistemas religiosos míticos de cierta importancia, el común denominador de estas concepciones es afirmar que la divinidad es el Todo. El Universo es lo divino.

Pero, es un Todo que tiene en si mismo semillas de división, la famosa ‘coincidencia de los opuestos', que, en concepciones iranias, indoeuropeas, sería el ‘caos'. Desde el inicio, en este gran Todo, aparecen como dos fuerzas fundamentales que tienden a separarse. Y finalmente, el Todo, al principio uno, comienza a separarse y formar al Universo de lo múltiple. Pero las dos fuerzas fundamentales del inicio siguen imperando en él. Existirá, pues, en esta evolución a la multiplicidad de los seres que constituyen nuestro ámbito vital -los cuales también, según algunas concepciones, podrían ser un sueño o engaño de nuestros sentidos: ‘doxa', en griego, ‘maya' en el budismo-, un principio de luz que lucha contra el principio de las tinieblas. En estas concepciones el principio luminoso se desplaza hacia arriba, lo celeste, el cielo con el sol y sus astros. De arriba viene la luz. En cambio, lo tenebroso, queda abajo, es la tierra, la Madre Tierra, la ‘mater-terra', la ‘materia', la ‘dea mater', la ‘De-meter', la ‘Pacha Mama', ‘Afrodita', ‘Gea', Ashtarté. Contrapuesto, como decimos, al cielo luminoso, personificado, según diversas etnias e idiomas, en Zeus, Varuna, Wotan Shamá, Apolo, Febo, el principio paterno, el Padre Cielo, Atón, Ptah, Marduk.

El resto de las divinidades no son sino personificaciones de las fuerzas de este cosmos, de la naturaleza así divinizada. Divinidades más bien malignas, demonios, si vienen de la tierra o, peor, de abajo de la tierra, de la oscuridad. Benignas, en general, aunque a veces caprichosas, si vienen del mundo celeste, de arriba, de lo solar, lo espiritual, lo luminoso.

Esto es el gran Todo: el Cielo y la Tierra, el ‘cosmos' o ‘ macrocosmos' .

Pero, para estas visiones, resulta que el hombre es una especie de reproducción en pequeño de ese Todo, un ‘ microcosmos' -como dirían luego los estoicos-. Formado por una parte de luz, del mundo de arriba, divino, celeste, del espíritu, del ‘atma' o alma y una parte horrible, de tierra, de materia, de cuerpo oscuro. Pero el yo profundo del hombre, el verdadero, no es su cuerpo, la materia; es esa chispa de luz que –las distintas pseudorreligiones lo explican de diversa manera- ha caído en el barro, ha sido encarcelada en la materia. Los modos de afirmar esto míticamente pueden ser diferentes -una gota de sangre o de semen o de saliva o de soplo divinos que han caído en tierra- pero el fondo es el mismo: ‘ el hombre es vida divina, luz, atrapada, desterrada, en un cuerpo tenebroso '.

Y es el cuerpo, la materia, -con sus pasiones, deseos, enfermedades, dolor-, el que sume en la ignorancia, en el mal y en el sufrimiento al ser humano. Lo material, lo corporal son el mal, el no-ser, y el hombre tiene que intentar vencer el mal tratando de dejar, abandonar, mortificar, el mundo de la materia, de las tinieblas, para elevarse a lo celeste, al mundo de la luz.

Y para eso, antes que nada, el hombre debe ‘saber', ‘conocer', que está en esta situación. Tiene que tomar conciencia de que, en lo hondo de su ser, es divino.

La divinización, la liberación, la redención, será, pues, rescatar esa chispa de luz por medio, antes que nada, del conocimiento [‘ conocimiento' en griego se dice ‘ gnosis' , de allí que a estos sistemas de concebir al mundo y al hombre se los llame en general ‘ gnosis' ]. Conocimiento o toma de conciencia o concientización, -a lo mejor con la ayuda de un ‘maestro', de un ‘gurú', quizá de un libro de autoayuda o un psicoanalista o un político liberal o marxista- de que no tiene que someterse a ningún Dios ni a nadie, porque ya él, en el fondo de su ser, es divino.

La gnosis puede, debe, así, llevar al hombre a darse cuenta de que es Dios o, al menos, parte de Dios, del gran Todo y que le es posible, luchando contra la oscuridad de la materia y de su cuerpo, sacar de sí mismo, rescatar su yo luminoso, divino y elevarse a lo celeste. Para eso, como decíamos, lo ayudará un gurú en las escuelas budistas, yogas o Zen, o un iluminado como Pitágoras y sus sucesores, o un maestro como Plotino o Proclo, o un político, según Rousseau, o un ‘comisario del pueblo', según el marxismo-leninismo.


Proclo

Conocimiento, gnosis, sumergirse en la interioridad del yo para descubrir la luz en la meditación trascendental, la relajación, el dominio yoga de la materia, del cuerpo o, directamente, la mortificación del cuerpo o, también, el sometimiento e iluminación de lo material por medio de los números y la construcción, como hacían los sacerdotes egipcios, etruscos o pitagóricos. ¿No decía Hegel, seguido por Marx, que el ‘trabajo' –guiado por el conocimiento, la gnosis- era el instrumento de la liberación total del hombre? ¿Con éste no se construiría el ‘hombre nuevo'?

He simplificado muchísimo, por supuesto,: pero todo para decirles que esto es un gran disparate. Precisamente nuestra Biblia se abre con esta declaración: “ Dios creó el Cielo y la Tierra ” que, en su intención original hebrea quiere decir: “ Dios no es el universo, el Todo ” o, al revés, “ el universo, el cosmos, no es Dios ”, “ no es el todo ”, “ ni lo de arriba ni lo de abajo es Dios ”. Son ‘cosas'.

Tampoco son ‘divinas' las fuerzas de la naturaleza ni los objetos astrales. El sol, la luna, las estrellas, los vientos, la tierra, los monstruos del mar etc., ni son “genios”, ni “hadas”, ni “demonios” ni “ángeles”; ni “endriagos”. Son ‘cosas' y actúan ‘naturalmente'. Tampoco es verdad que lo de arriba, y el sol, y la luz, sean buenas, y la tierra, lo de abajo, malo. No. Todo lo creado por Dios es bueno. “ Y vio Dios que esto era bueno ” repite monótonamente el poema de Génesis al mismo tiempo que desdiviniza y declara ‘cosa' a cada una de las divinidades antiguas míticas que allí aparecen nombradas simplemente como objetos naturales.

Pero nuestro poema –poema metafísico- del Génesis termina diciendo que tampoco el hombre es divino, aunque no por eso malo, al contrario “ y vio Dios que era muy bueno ” y, aunque no Dios, no divino, sí hecho ‘a imagen de Dios', porque es capaz de -entablando relaciones de amistad con Dios- recibir de Él la Vida, la luz divina, que de ninguna manera tiene dentro, sino que ha de aceptarla de Su Gracia.

Pero si todos los seres creados son naturalmente buenos, el ser humano puede ser más ‘bueno' aún por su capacidad de aceptar la Gracia, mediante la libertad. Aunque también, a través de un acto de libertad mal entendido, hacerse peor.

Cuando interpretando Santo Tomás de Aquino el relato del pecado prototípico, refiriéndose al ‘árbol de la ciencia del bien y del mal' y el símbolo de la serpiente, lo describe precisamente como a la gnosis: “ la serpiente -afirma- tentó al hombre para que igual que Dios reinase por sobre todas las cosas en virtud de la luz de su propia naturaleza, también así el hombre debía gobernarse a sí mismo sin ayuda de ninguna claridad que le viniera de fuera, sino por la luz de su propia naturaleza ”.

Claro que el hombre tiene la luz suficiente para conocer y saber muchas cosas, aunque con mucho trabajo y después de largo tiempo, pero de ninguna manera tiene luz suficiente para llegar a hacerse Dios o -si no se quiere usar la palabra Dios- de ninguna manera tiene luz suficiente para alcanzar la felicidad que ambiciona naturalmente, y mucho menos para superar sus límites, no impuestos solo por la materia, sino simplemente porque no es Dios, porque es criatura limitada.

Por supuesto que también Dios nos llama a alcanzar la plenitud divina. También nos dice, como la serpiente, ‘ seréis como dioses ', pero no por medio de la razón, de la inteligencia natural, sino por la Luz que Él nos regala. La gnosis, en cambio, tienta al hombre: ‘ tu ya eres dios, llega a ser lo que eres '. El cristianismo nos dice: ‘no eres Dios, eres hombre, pero puedes llegar a Él por la luz de la Gracia”.

Pero esto es, precisamente, lo que no quiere el ser humano. No lo quería antes de Cristo, no lo quiere ahora por rebelión, por soberbia, en nuestro mundo soliviantado a partir de la Reforma.


Tumba de Hegel

Fíjense una frase de Hegel, uno de los santones del mundo moderno, padre espiritual de Marx: “ en cada hombre están la luz y la vida; él es la propiedad de la luz, y no es iluminado por una luz a la manera de un cuerpo opaco que muestra un resplandor que le es ajeno, sino que se enciende con su propia materia ígnea, y su llama le es propia ”.

Sí, otra vez la antigua gnosis, el hombre Dios, el universo Dios. Risible dios, el primero, que envejece, enferma y muere y durante su vida pasa todo tipo de males; risible dios, el universo, que también terminará, devorado constantemente por la entropía y destinado a la muerte térmica.

Pero masonería, liberalismo, marxismo o tecnocracia, fomentados ocultamente por el judaísmo con su odio inveterado contra el cristianismo y llevado adelante por la democracia, solo productores de guerras, disensiones interiores, dominio del más fuerte, desequilibrios ecológicos, despersonalización del hombre.

Acompañados más groseramente por una caterva de diversas sectas gnósticas de consumo popular como el hinduismo, Hare Krishna, Juan Salvador Gaviota, Kalil Gilbran, Teosofismo, ciertas formas de psicoanálisis.

Son como los fariseos del evangelio de hoy totalmente cerrados a los rayos de la verdadera luz, representados por el ciego que recupera la vista en esta escena llena de humor que nos transcribe el evangelista Juan. Eligen la falsa luz de la gnosis de siempre y por eso apelan a nombres donde interviene la mención a la luz: ‘siglo de las luces', ‘ilustración', ‘iluminismo', ‘la diosa Razón', ‘la sola luz de la razón'. Y lo contrario –casi como el pecado contra el Espíritu Santo del cual habla Jesús- es llamado por ellos, ciegos que no ven, ‘oscurantismo'.

Pero ¡qué le vamos a hacer! La soberbia de la revolución moderna no puede admitir una luz que no sea fabricada por el hombre, ni que no surja de su propia razón.

Pero esa luz no alcanza para iluminar toda la realidad, apenas parte del universo que nos corresponde como punto de partida, pero de ninguna manera nuestra verdadera meta -el Dios que está más allá del universo, el que no se confunde con la realidad que crea y sostiene- ni tampoco el camino hacia Él. De allí que la razón librada a sí misma, encerrada en su límite, se transforma en tiniebla, en ceguera, que lleva a la destrucción y a la ruina a individuos y sociedades. Ruina antes que nada moral, destrucción de lo humano, de lo bueno, de lo digno, de lo noble; pero, tarde o temprano, también destrucción material y barbarie.

No. Vivamos en la luz, aceptemos la luz que, enviada por el Padre, se encarnó en Cristo Jesús. Aunque nos juzguen, aunque nos persigan, aunque nos echen de sus sinagogas y tribunales. Pero las tinieblas llevan en sí mismas el sino de su propia destrucción. Tarde o temprano -¡quiera Dios temprano!- la luz volverá, y ojalá la podamos encender nosotros con la antorcha que nos encendieron un día en el bautismo. “ Recibe la luz de Cristo ” nos dijeron- y que no dejaremos que nunca -aunque nos hostiguen y maten- nos arrebaten de la mano.

(1) Herrmes trimegisto (el tres veces grande) o ‘Mercurius ter Maximus' sincretismo del dios egipcio Thot y el Hermes heleno. El dios egipcio Dyehuty o Thot (en griego) era el dios de la sabiduría, patrón de los magos. Posteriormente se asoció al Hermes griego y al dios Mercurio romano, el mensajero de los dioses.

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