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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1981. Ciclo A

4º Domingo de Cuaresma
Laetare' , 29-III-81

Lectura del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?" Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

SERMÓN

En realidad, comentar este pasaje tan pintorescamente descripto por Juan es un poco arruinarlo. Por otro lado, su longitud podría hacer perfectamente legítima la omisión del sermón. Pero, dado que la liturgia postconciliar nos obliga a pronunciarlo, digamos un par de cosas.

Antes que nada, hacer notar la viveza, simpatía y hasta humor del relato. Es como un respiro en el evangelio de Juan. Para ser leído o escuchado sin demasiada tensión de espíritu.

El lector baja a la calle. Allí encuentra al ciego, a los vecinos, a los parientes y, naturalmente -¿cuándo no?-, también, a los omnipresentes fariseos.

El cuadro está pintado al aire libre, en vivo y en directo.

El ciego, magistralmente delineado: su simpleza de hombre de pueblo se junta a su sentido común y actitud naturalmente honesta. Los vecinos, asimismo, bien pintados. “¿No nos habremos dejado engañar por éste, que se decía ciego?” Y los padres, pobre gente ¿quién no comprende su temor frente a la policía y a los jueces?

Tampoco resulta sorprendente la testarudez de los jurisconsultos, los politicastros fariseos “¿Cómo va este mendigo a darnos lecciones?”

El relato está bien armado. Y, como Vds. se habrán dado cuenta, lo que intenta es hacer resaltar el contraste entre la evidencia del milagro y la mala voluntad de los fariseos –que aquí representan al pueblo judío-. Es la típica tesis de los evangelios: el pueblo judío, depositario de la revelación, de la luz, que algo veía, ahora, en el tiempo final, rechaza la manifestación plena de esa luz, la Luz por excelencia, la Palabra del Padre, el Verbo.

Serán, en cambio, los ciegos, los paganos, los que la encuentren y se dejen vivificar por ella.

"Vine para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven

Todo bajo la perspectiva simbólica, tan querida por Juan, del contraste entre la luz y las tinieblas, enhebrada con otros significados, que se entretejen en el relato y que sería infinito explicar.

Del tema central del pasaje, Cristo Luz, la Fe que abre los ojos a la luminosidad de la Verdad, ya hemos hablado muchas veces.

Pero, para no quedar sin decir nada y para que el evangelio de hoy nos sirva no para pensar en los que no tiene fe sino -suponiendo que nosotros la tengamos- para pensar en nosotros mismos, hagamos ahora una aplicación personal, piadosa, en base a dos párrafos de este largo pasaje.

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El Greco, 1575

Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado; llega la noche, cuando nadie puede trabajar (Jn 9, 4)”

Si fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen ‘vemos' su pecado permanece (Jn 9, 41).”

Sí, porque ¡cuántas veces nosotros los cristianos dejamos de aprovechar el tiempo del día, las horas de la luz!

Si nos examinamos a nosotros mismos, jóvenes o viejos, y nos ponemos a pensar en la vida, no digo mala, pero mediocre, chata, que llevamos –desde el punto de vista cristiano- ¿no podríamos rebuscar en nuestra memoria y hallar que esta blandura que nos asimila al mundo y apenas nos diferencia del resto de la gente que conocemos y quizá no cree ni viene a Misa, porque actuamos igual, porque tenemos en el fondo las mismas miras, puntos de vista, ambiciones, todo centrado en las cosas de este mundo, la plata, el progreso, Viola, la salud, la felicidad y prosperidad de los nuestros, la diversión, problemas sentimentales, estudios, como cualquier hijo de vecino, humanamente buenos, pero sobrenaturalmente estériles, esta blandura, digo, quizá se deba al no haber aprovechado algún momento de gran luz?

Quizá aquel retiro, esa prédica, una lectura. Quizá un momento intenso de oración y de encuentro con Cristo. Quizá una desilusión que nos hizo ver de pronto la inconsistencia de las cosas que buscábamos o a las cuales estábamos apegados con Poxi Ram y que tan fácil se despegaron y se nos fueron de las manos. O, quizá, ese momento de hastío y cansancio frente a una vida que de pronto se nos descubrió vacía y nos hizo levantar los ojos a la luz.

¿Quién no tuvo uno de esos momentos de luz, en el cual, de repente, se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente ser cristiano; en el cual, como en un impulso de la mente iluminada o de la voluntad exaltada, vio claro el camino, sintió potente el llamado de Cristo a una vida más perfecta, más viril, más luchadora y comprometida, escuchó y vio con claridad el camino de la santidad?

Todos hemos tenido esos momentos. O los tendremos. Y Cristo hoy nos dice: “¡Aprovéchenlo! ¡trabajen mientras es de día! Porque las neblinas de nuestras indecisiones, de nuestras faltas de hombría, de las tentaciones de Buenos Aires, de lo que todo el mundo hace y le parece normal, de las noches del alma, acechan. O para apartarnos de la Luz, como si fuera una inspiración loca; o para desgastarnos y cansarnos tan pronto nos decidimos o decidiéramos a ponernos el uniforme de soldados.

Y aquí estamos. Después de haber vivido el relámpago de luz que nos hizo ver tan claro el camino y percibir tan evidentemente el señorío de Cristo, y sus ojos, y su presencia de jefe, aquí andamos, vagando en las nocturnidades por la vida, cristianos de nombre, ni muy buenitos ni muy malitos, espada envainada, oxidada, pancho y coca-cola.

Y lo peor es que estamos contentos, que decimos “ ¡Vemos! ”, como los fariseos, cuando, a lo mejor, creyendo que vemos, que somos muy prudentes, muy razonables, muy creyentes, suficientemente buenos, estamos ciegos.

¡Ah! “ Si fueran ciegos, no tendrían pecado, pero, como dicen ¡Vemos!, su pecado permanece.”

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