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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1997 Ciclo B

3º domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

SERMÓN

Aún después de haber sido sucesivamente transformado en capilla, en palacio del duque de Atenas, en mezquita y, finalmente, por los turcos, en polvorín -a resultas de lo cual voló en gran parte por el aire durante un bombardeo veneciano en el año 1687- el Partenón de la Acrópolis de Atenas, en su reconstrucción actual por Balanos , sigue siendo el representante más característico y excelso de la arquitectura griega. Aún quien no haya viajado a Grecia lo conoce por las fotos y, si no, por las maravillosas metopas de Fidias dispersas por el Louvre, y el museo Británico.

Ictinos , arquitecto contratado por Pericles, con la ayuda de Calícrates fue quien lo diseño y dirigió las obras, en el siglo V antes de Cristo. Cuidó hasta de hacer pequeñas deformaciones en el frente y sus columnas para que la perspectiva no engañara a la vista y el edificio no se viera ilusoriamente desproporcionado.

Que es uno de los edificios más bellos del mundo resulta una aseveración de aceptación universal. Ha servido de modelo a la arquitectura mundial aún hasta nuestros días.

Partenón se llama por estar dedicado a la deidad virgen de Atenas, llamada justamente Atenea 'la virgen' , Athená Parthénos . Precisamente fue Fidias el encargado de realizar su estatua, en oro y marfil, una de las siete maravillas del mundo antiguo, instalada en la cella de la nave, que también contenía el opistódomos donde se custodiaba el tesoro de la diosa. Lo demás era un estrecho ambulatorio exterior entre sus 62 columnas y las paredes de la nave.

El templo pues no era sino eso: la incómoda mansión de la diosa. Espléndida por fuera con sus columnas dóricas, sus esculturas y bajorrelieves pintados, polícromos, también de Fidias, pero sin ventanas, oscura y tenebrosa por dentro donde, en soledad, el rostro severo de la diosa, si no indiferente, miraba desde su altura solemne a los pocos que se atrevían a adentrarse en esa lóbrega esfera de lo sacro.

En los sacrificios hechos a la divinidad el altar no estaba adentro sino afuera, a 20 metros del frente del grandioso templo, y el pueblo permanecía en el exterior.

Así en realidad eran todos los templos de la antigüedad, no solo los griegos, sino los etruscos, los mesopotámicos, egipcios, romanos, aztecas y mayas. Habitáculos fastuosos de los dioses con sus sirvientes, los magos sacerdotes, y por cuya periferia debían conformarse con transitar los simples mortales que al mismo tiempo tenían que sostener su costoso culto y supersticiones.

Es por ello poco correcto llamar a nuestras iglesias 'templos', porque ellas no quieren ser de ninguna manera mansiones o palacios de Dios, que en realidad sabemos está en todas partes, sino el sitio de encuentro de su pueblo, de sus hijos los bautizados. Por otra parte eso es lo que etimológicamente quiere decir 'iglesia': los llamados, los convocados, los reunidos. No es del todo exacto decir que nuestras iglesias son la 'casa de Dios', en realidad son sobre todo la 'casa de los cristianos llamados en torno al Padre'.

Es verdad que ya el templo judío de Jerusalén, era no solo morada de Jahvé sino lugar privilegiado de reunión de la comunidad de Israel convocada a rendirle gracias. El pueblo israelita tenía la conciencia de su elección y, por lo tanto, de su estado sagrado, separado de la masa pagana de los pueblos gentiles que por eso tenían prohibido bajo pena de muerte entrar en el patio del templo. Aún así, el recinto propiamente sacro, separado, era, el santo de los Santos que, hasta su pérdida, guardaba al arca, símbolo de la presencia del Señor y en donde solo podía ingresar una vez al año el sumo Sacerdote.

Jesús romperá con esa noción -del mismo modo como, según Mateo, en el momento de la muerte en cruz se desgarra el velo del templo que separa de la gente al santo de los santos- Dios no habita en casas construidas por los hombres -y menos a la exclusiva-, a Dios se lo puede encontrar en todas partes. Pero, al mismo tiempo, ese mismo Jesús, mediante su Pascua inaugura una forma de presencia tanto más cercana y personal puesto que desde entonces es Él, Jesús de Nazareth, quien, de un modo inusitado y sorprendente, mediante el Espíritu se transforma en verdadero templo y receptáculo de Dios. No es en una casa de piedra, ni de mármol, ni de madera, donde podemos hallarnos con el verdadero Dios, sino en la persona de Cristo " destruid este templo y lo volveré a reconstruir en tres días ."

Esa presencia de Cristo en el templo que es su cuerpo resucitado, espiritualizado, permanece entre los cristianos sobre todo en su reuniones : "Allí donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo ". Tanto es así que cuando, luego de la Pascua, la comunidad cristiana comienza a congregarse habitualmente, no solo por temor a la policía judía o imperial, sino por principio no siente la necesidad de construir edificios sagrados, santuarios. La comunidad se reúne a escuchar la palabra de Dios y compartir la Eucaristía en cualquier parte, en casas de familia o en salones grandes alquilados, tipo cenáculo, -salones de fiesta, llamaríamos hoy-.

El infundio de que, establecida la paz de Constantino, los templos paganos fueron transformados en Iglesia es una vulgar mentira puesto que esos templos de elementales espacios interiores eran totalmente inadecuados para las grandes reuniones de los cristianos. Tanto es así que el prototipo de edificio institucionalizado para las reuniones del nuevo pueblo de Dios no fue de ningún modo el templo sino la basílica. Y -como bien Vds. saben- entre griegos y romanos las basílicas no eran de ninguna manera edificaciones religiosas sino grandes construcciones civiles en donde por lo general funcionaban tribunales o centros comerciales o donde muy primitivamente daba audiencia el rey, el basileus -de allí basílica-. Se levantaban en lugares vecinos a los foros donde todos se metían cuando el mal tiempo impedía que el pueblo se juntara a la intemperie. Ese fue el modelo que usó Constantino para construir -cuando las iglesias domésticas no bastaron para contener el aflujo de fieles- las primeras grandes basílicas cristianas y que pervivió hasta nuestros días.

En ellas el adorno ahora no era solo exterior: metopas y frontones, estatuas y columnas conmemorativas, sino sobre todo en los ingresos y especialmente en su interior. Las columnas que antes servían de adorno y sostén para el exterior del templo pagano, ahora aparecían adentro de las grandes casas de los cristianos, del pueblo santo de Dios. Las imágenes y pinturas adquieren intención pedagógica, acercan a Jesús y sus santos a la vida cotidiana de la gente, no son escenas mitológicas inverosímiles y lejanas plasmadas para infundir temor sagrado a los que miraban, ni estatuas amenazantes protegiendo el lugar. Y es adentro -no afuera como entre griegos y romanos- donde se realizaron las grandes obras de arte: los frescos y los cuadros, los mosaicos, los relieves y los adornos, incluso los ornamentos y vestiduras de los ministros: al servicio de la gente, no de un Dios escondido y aislado en la oscuridad de su cella. De allí las grandes aberturas luminosas de los ventanales elevados sobre las naves de las basílicas, de allí la joya multicolor de los vitraux que no parecen nada por afuera, pero que adentro se transforman en una explosión maravillosa de formas y color y pedagogía sagrada.

Es la santidad del pueblo de Dios la que santifica el recinto y no el recinto quien santifica a los reunidos. Es verdad que, desde el siglo XIII, cuando empieza a tomarse conciencia de la permanente y especial presencia del Señor en la Eucaristía ese recinto es también el sitio en donde uno puede encontrarse con Jesús sacramentado, pero en todo caso sigue siendo un lugar para los cristianos lugar de encuentro entre todos y lugar de encuentro con el Señor. Es por eso que estrictamente el precepto de la Misa dominical, salvo en caso de necesidad, no puede cumplirse por televisión, sino que debe efectuarse en una verdadera reunión de cristianos en torno a la mesa de la palabra y la mesa de la eucaristía en un concreto edificio, casa nuestra, destinado a ese juntarnos físico y real. No se trata de escuchar Misa, se trata de reunirnos en santa comunidad y santa comunión.

Pero en relación a esa Eucaristía y a la comunión con nuestros hermanos, finalmente cada uno de nosotros, por el Espíritu que nos eleva e inhabita, somos transmutados en portadores de lo divino, en templos de Dios, no de ladrillos o de cemento, sino de carne. La dignidad maravillosa del cristiano consiste efectivamente en ser acarreadores de la presencia de Cristo, del Espíritu, no como meros embajadores o propagandistas o representantes, sino como verdaderos templos materiales. Desde el bautismo no solo nuestra alma: nuestro cuerpo, nuestra realidad física, es sagrado, santo.

Es por ello que Pablo rogaba a los cristianos que tuviéramos conciencia de la sacralidad de nuestro cuerpo. Así como es desdoroso transformar nuestras iglesias en salas de baile o de fiestas mundanas o profanarlas con acciones innobles o liturgias chabacanas y músiquitas imposibles, así también nuestro cuerpo debe ser tratado con el respeto debido a una mansión de Dios, a un templo que llevamos con nosotros a todas partes.

Cuaresma es tiempo de purificación, de limpieza de ese templo que somos nosotros -cada uno y también nuestras comunidades familiares, parroquiales y sociales-. Jesús nos pide hoy que arrojemos a latigazos de entre nosotros todo aquello que profana su templo. Que la Pascua, la conmemoración de la construcción en tres días del definitivo templo de Cristo, nos encuentre unidos a él en su sacralidad, en gracia de Dios, confesados, renovados, con gana y coraje para seguir adelante haciendo presente a Dios a los demás en el templo de nuestro propio cuerpo.

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