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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2004. Ciclo C

3º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El les respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma ma­nera.» Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los en­contró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás"».

SERMÓN
(GEP 14/03/04)

Nuestra población mundial de 6.354 millones de habitantes deja un saldo de millones de muertos anuales y de cientos de miles diarios, entre muertes naturales, accidentales o violentas. En todos los casos, sea cual fuere el modo de morir, la defunción de cada uno resulta del breve período final cuando el individuo altera su estructura, se desequilibra, pierde la unidad y, luego, paulatinamente, llega a la desorganización del citoplasma de todas sus células, con pérdida total de la capacidad de realizar cualquier función vital. Aunque esto sea progresivo, y aquí y allá puedan sobrevivir un tiempo este o aquel órgano, estas o aquellas células, el individuo ha muerto cuando, precisamente, ha perdido eso que lo individualiza, lo unifica, le da su estructura, su forma -su 'alma', dirían los antiguos-...

Sin embargo, en lo que atañe a la vida del hombre, la filosofía siempre ha distinguido distintos aspectos de su vivir y por tanto de su morir. Existen, por lo menos dos tipos de actos vitales de este específico animal racional: están los que son propios de la vitalidad del animal humano en todos sus aspectos, aún los más fisiológicos e inconscientes -los llamados actos ' del hombre' -, y los ' actos ' propiamente ' humanos' , que son aquellos que el hombre realiza mediante sus funciones superiores, su inteligencia y su voluntad; sus actos, digamos, 'libres'... En realidad estos -los actos humanos- son los únicos verdaderamente importantes para su vida ya que es allí, en la libertad, donde Dios puede instaurar su diálogo de amor con cada uno e insertarle un tercer nivel de vitalidad: la vida sobrenatural, la vida de la gracia, la que perdura hacia la vida eterna... Lo fisiológico, de por si solo, no sirve de nada si sobre ello no se enraíza lo humano, lo libre; y lo libre es "libertad destinada a la muerte", como afirmaban Sartre o Heidegger, si no es elevado por la gracia.

Pero antes hay que decir que, de hecho, aunque todo ser humano nace con la posibilidad de ser libre y ejercer acciones libres, inteligentes y queridas, 'actos humanos', no todos acceden, conquistan, esa libertad. Que no se trata solamente de una cuestión política -el "grito sagrado ¡libertad! ¡libertad! ¡libertad!"-, sino de vida inteligente, de dominio de si mismo, de valentía, de relación personal, no epidérmica, ni de dominio ni sumisión a los demás. Si no supiéramos que pocos seres humanos se han encontrado en su vida con la verdad -y sabemos que sin verdad no hay libertad-, el psicoanálisis contemporáneo ha demostrado hasta el hartazgo el ámbito relativamente estrecho en donde nuestras acciones y pensamientos son auténticamente libres, dueños de si, y no condicionados por múltiples pulsiones y falsas programaciones inconscientes y subconscientes. Extraviados por hipnotismos de culturas y religiones perversas y de los 'mass media'. Hasta podríamos trabajar con la hipótesis de que ha habido y hay 'homo sapiens' que posiblemente jamás hayan realizado un solo acto libre -y por lo tanto 'humano'- en todo el decurso de su vida.

Como digo, esto es tremendo, porque solo en la libertad, en la inteligencia y la voluntad, en los 'actos humanos', puede implantarse la fe y por lo tanto la gracia con su séquito de esperanza y caridad y su proyección de vida eterna. La gracia de Dios no es un fluido mágico o una pócima medicinal que pudiera actuar en el hombre entrando como una pastilla por su aparato digestivo o como una inyección endovenosa. La única entrada que tiene Dios en el hombre para ofrecerle su gracia, su amistad divina y, por tanto, su vida sobrenatural, eterna, es el canal de la libertad. Como por el espléndido y libérrimo y único " hágase en mí según Tu palabra " de María.

Ese es el gran motivo que ha tenido siempre la Iglesia, primero para defender la integridad fisiológica y biológica del hombre, la tutela de la vida, en orden a los 'actos del hombre' -substrato necesario de los 'actos humanos', de su posibilidad de libertad-: un hombre muerto o no nacido no puede ser libre; no puede, si ya no la ha obtenido, ganar la vida eterna. Difícilmente, tampoco, pueda vivir como humano uno hambriento, condenado al subdesarrollo cerebral, imposibilitado de hacer otra cosa que sobrevivir somáticamente...

En segundo lugar, la Iglesia se ha jugado siempre en defensa de la auténtica libertad, la promoción de los valores humanos, la cultura, la familia, el fomento de las virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- que hacen a la vida moral y políticamente honesta, a los 'actos humanos' rectos. Pero no porque esa libertad y esos valores, esos actos 'humanos', de por si puedan llevar a nada más que mejorar la corta vida del hombre, acotada en el tiempo y el espacio, y, de ninguna manera, fin en si misma, sino porque la abre a la posibilidad del encuentro con el mensaje evangélico, con la palabra de Dios, con la gracia, con el bautismo, y, de allí, a los 'actos meritorios', ya no solo actos 'del' hombre, ya no solo actos 'humanos', sino sobrenaturales, elevados por las virtudes teologales y capaces de proyectar al hombre a la vida eterna. Sin esa vida eterna que Dios ofrece angustiosamente a todos los hombres, la vida fisiológica, y aún la vida humana y libre dejada a si misma con su destino de muerte, carecen absolutamente de significado.

Que uno muera cargado de años en su lecho de enfermo, o fruto de un accidente, o asesinado, o volado en un atentado homicida, en un vagón de tren o en un rascacielos, carece de importancia. Es el punto final de un vivir fisiológico que solo ha adquirido o no sentido, no por lo largo de los años vividos desde el nacimiento, sino por sus 'actos humanos', libres y, específicamente, solo por sus 'actos meritorios', de fe, de esperanza y de caridad, sin los cuales todo lo demás no sirve para nada.

El evangelio de hoy nos pone frente a dos tipos de accidentes, de muertes no naturales, que son las que llaman la atención a los oyentes de Jesús, aunque, de hecho, murieran todos los días muchísimas más personas por otras causas y todas marcaran exactamente lo mismo el fin de una existencia de hombre.

Son dos casos típicos: uno causado malignamente por una acción política: los galileos muertos injustamente por Pilatos. A la manera de los asesinados bárbaramente por la guerrilla subversiva o islámica, en todo caso, terrorismo anticristiano. Esa misma que nuestro gobierno, a pesar de sus lágrimas de cocodrilo por los madrileños, se empeña en defender y reivindicar regalando valiosos terrenos, edificios e indemnizaciones y puestos a los y las que con sus ideas o apoyo o directamente sembraron de sangre y odio nuestro país; y persiguiendo, despiadada e implacablemente, a los que nos defendieron de ellos.

El otro caso: los muertos en un accidente, el desplome de la torre de Siloé, la caída del Concord, las barcazas que se hunden semanalmente en el Ganges, las víctimas de un terremoto...

Cristo, en su respuesta, no hace distingos: sea lo que fuere de las causas de los decesos, morir es siempre morir, y todos estamos destinados a la muerte.

Y lo importante no es el vivir biológico, ni siquiera el vivir puramente humano, sino el vivir cristiano, nuestros 'actos meritorios', sobrenaturales, productores de vida que no muere, de tiempo que se atesora, de caridad que crece y, con ella, de capacidad de gozo de cielo.

A eso nos insta Jesús hoy. Frente a lo imprevisible de muertes no habituales y que llaman la atención de sus interlocutores, Jesús les recuerda lo totalmente previsible de la muerte de todos y cada uno, aunque no sepamos el día ni la hora. Y nos llama a convertirnos. En un vocablo -'conversión'- que, como Vds. saben, es mucho más que volverse de una vida desordenada a una más recta y honesta. El término conversión en griego habla más allá de un cambio de conducta: habla de cambio de mente, de perspectiva, de visión de la vida, de pulsión vital.

" Vds. también -les dice- si no quieren que su morir sea un verdadero morir para siempre, tienen que ponerse en diálogo libre de respuesta de amor a Dios, de conciencia de su vocación de Vida, de su llamado a algo que no se detiene en los intereses terrenales, y que, a través de ellos, apunta al encuentro con el Señor, que ya está aquí: ' Yo soy el camino, la verdad y la vida' ".

Es en ese encuentro y diálogo de fe, esperanza y caridad como el vivir cristiano es 'meritorio', va dando frutos, sirve para algo... Lo demás es desgastar la vida inútilmente, en cosas pasajeras, sin verdadero fruto, ocupando inútilmente nuestro espacio y nuestro tiempo de existencia, en actos meramente físicos, o puramente humanos y por lo tanto sin frutos... Inútiles. estériles, vacuos, yermos, infecundos, baldíos, improductivos. Inútil una salud que no sustente 'actos humanos', actos libres; inútil una libertad que no se encuentre y se entregue a Dios...

Mientras no nos metamos en la cabeza que para lo único que es importante la vida es para hacernos santos -por supuesto en nuestros empeños humanos de todos los días, en nuestra familia, en nuestros estudios, en nuestro trabajo, en nuestro morir de cada día en Cristo, para que nuestra muerte sea, también con El, el verdadero nacer a la Vida-, mientras pensemos que otras son las cosas valiosas, y la vida sobrenatural un recurso de último momento, secundario, para consolarnos de nuestras humanas falencias y dolores de ausencias; mientras pensemos que el cristianismo es solo útil para defender derechos humanos o justicia social o promover una comunidad más democrática o más próspera o más pacífica o para desterrar la violencia o la guerra, o cualquier otro objetivo que no sea la auténtica vida, la santidad, el luchar y morir por Cristo, no seremos cristianos, ocuparemos vanamente nuestra vida, nuestra libertad, nuestro lugar en el mundo y en la Iglesia; malgastaremos, higuera sin higos, la tierra fértil...

"Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré, Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás "

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