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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1996 ciclo A

2º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo". Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".

SERMÓN

Cuaresma no es solo un tiempo litúrgico, período de penitencia previa a Semana Santa, preparación periódica a la Pascua. Cuaresma es un aspecto permanente de la vida cristiana mientras estamos en este mundo. Más aún es un aspecto permanente de la misma vida humana. Es el tiempo de experiencia de la parte sufrida, penosa, de espera necesaria respecto de cualquier bien que ha de obtener el ser humano en su existir. El esfuerzo del caminar para alcanzar, de subir para arribar, de pujar para obtener. Abraham saliendo de su terruño hacia la tierra prometida.

Porque sin más que el ser humano está hecho para disfrutar, para beber felicidad, para gozar la dicha, y ese es el motor de su existencia: es lo que lo hace emprender, ponerse en marcha, ascender, transpirar, y aún sangrar. Esa dicha de la cual está permanentemente sediento es lo que lo lleva a ilusionarse siempre con horizontes de luz, reales o no; tender a bienes de los cuales quiere apropiarse o ser dueño o simplemente gozar; soñar paraísos, edenes, arcadias, tras los cuales pertinazmente suspira... Y eso es lo que lo mueve a la acción, a la fatiga. Y cuando ese futuro se le presenta, al revés, como hostil, hosco, inhóspito o inexistente o imposible de lograr; o cuando no sabe lo que quiere, esto lo detiene en su ímpetu, en su accionar, en su afanarse, en su bregar...

¿Quién no sabe, p. ej., que la droga, el sexo fácil, la exaltación solidaria e histérica de los jóvenes frente a un conjunto de rock, no son sino substitutos, reemplazantes, de los auténticos fines y deseos que no los mueven; muchos por pereza, otros porque nadie se los propone o porque no los entienden, aquellos porque ven que los bienes ofrecidos -muchos de ellos falsos- solo son obtenidos por pocos, en competencia feroz, en donde se sabe que quedan tendales de fracasados, de desocupados, de deprimidos?

La droga, el sexo, la música sin escuela ni gusto, el consumo, son el único recurso que queda al desorientado para alcanzar rauda aunque pasajera satisfacción. Es el placer perseguido sin inversión, sin tiempo de espera, sin postergación de lo grato, por todos los que, sin perspectivas de futuro, no pueden sino querer gozar, ahora y ya, cualquier abalorio algo consistente que la vida pueda darles. Y esta parece poderles dar mucho y sencillamente: apenas -hoy en día- un poco de polvo blanco, o unos cuantos centímetros cúbicos de cilindrada, u otros tantos decibeles, o centímetros cuadrados de pantalla fluorescente o mundos virtuales o placeres vehementes e ingobernables gozados siempre en pavorosa soledad aunque se esté en aparente compañía.

¡Qué arduo siempre ayudar a alguien a salir de la trampa atroz y mortífera del vicio de la droga o de cualquier pecado capital!, pero ¡cuánto más arduo si no podemos mostrar al enfermo una perspectiva más amplia, más honda, más atrayente que le valga el esfuerzo de apartarse de lo que ya ahora le da un tan fácil placer!

Pero en la vida humana se da el caso de que lo que aparentemente promueve rápidamente la vitalidad, como la exaltación del alcohol, la cocaína, el sexo promiscuo y al alcance de la mano, se transforma en hipoteca de futuros hastíos o aún horrores de infelicidad y de muerte. Y, en cambio, lo que hoy significa esfuerzo, disciplina, ascesis, se transfigura y convierte en verdadera vida, en auténtica felicidad.

Tantos años de estudio y de penurias es lo que me llevan al galardón de mi título y a la dignidad de mi profesión; la castidad juvenil y el tiempo de noviazgo bien llevado, me centuplican el placer del sexo en el abrazo del verdadero amor; la fatiga de la disciplina y el ejercicio, me conducen al goce del dominio de un cuerpo que me responde; la sobriedad en el comer y en el beber me despiertan a madrugadas cordiales y dinámicas; una atenta educación del oído y disciplinarse en el saber escuchar, me alcanzan el poder oír con placer la música de los grandes genios y crecer en humanidad; el esfuerzo de la buena lectura y la huída de la televisión boba me llevan al goce estético del pensamiento claro y bellamente expresado; y así siguiendo...

Lo contrario me lleva a la dependencia constante de los placeres groseros que vacían, y que -por otro lado- cuanto más groseros son, más me cuestan dinero: pues he de pagar al distribuidor, al falso amor, al espectáculo aturdidor, al objeto de consumo, a la mujer descartable y renovable, al modelo que he de cambiarse todos los años... y finalmente desembolsar salud, adquirir soledad, frustraciones de mendaces amores, envidias insolidarias, rencores...

Pero, se dirá, de acuerdo pero, finalmente, esta vida, que necesita para el disfrute de lo verdaderamente valioso, tiempo de inversión, estudio, espera, ¿no se revela, definitivamente engañosa? ¿acaso los recuerdos de los buenos momentos, cuando la vejez tiende su puño sarmentoso y amenazador anunciando cierres definitivos, acaso esos recuerdos, son capaces de paliar el llanto de las ausencias, los cansancios y debilidades de la enfermedad, la claudicación paulatina de mis potencias? Todo lo que tuve que fatigar en ilusiones y esperanzas ¿no sufrirán acaso el zurrigazo de un definitivo punto final?

¿No sería mejor entonces comprender a los que se van suicidando poco a poco en dosis masivas de químico o fisiológico o psicológico placer o alocada búsqueda de diversióno de actividad consumística? ¿y quizá imitarlos y no seguir atavismos programados por la evolución o la sociedad, que nos obligan a vivir y a emprender la carrera de los premios, el último de los cuales será inesquivablemente, de todos modos, la orquídea puesta sobre mi pecho ya sin aire?

Así sería, si la dimensión del tiempo y del espacio fuera la única reservada al hombre. Pero Dios no quiere que sea ese su definitivo ámbito. El lo ha creado para la dicha, y ha puesto esa hambre canina de felicidad en lo más hondo de su ser porque quiere empecinadamente hacerlo acceder a una dicha, un horizonte, un bien que está más allá de todo lo que este nuestro corazón puede desear y que es el disfrute de la misma felicidad de Dios; de la cual cualquier dicha transitoria de este mundo no es sino un pequeño reflejo, atisbo, anticipo... Y para lograrlo, como cualquier logro, el hombre ha de ganársela mediante trabajo, fatiga, inversión, cuaresma, tiempo... -en este caso no tantos años o tantos meses, sino todo el tiempo de nuestra vida-. Dios no es el ídolo, el Dios de la falsa religión que engañe con el atractivo de paraísos en esta vida: los dones que nos regala en este mundo no son sino anticipos, prendas de la promesa que nos hace de llevarnos a lo sublime e inimaginable de su propia felicidad.

¡A qué horizontes de infinito hace marchar Jesús a sus discípulos, a qué destinos inasibles, insondables los conduce, forjados de crisoles de dichas y redomas de gozos y sostenidos por el compromiso de la palabra omnipotente de Dios! -Pero ¿como hacer caber en la mente de estos pobres pescadores que somos nosotros la magnitud de la promesa por la cual habrán ellos y también nosotros de jugarnos finalmente la vida? ¿Bastará solamente este o aquel milagro en orden a la solución de alguna carencia de esta vida? ¿Bastarán filosóficos razonamientos, teológicas lecturas? ¿Bastarán los bienes de este mundo que Dios constantemente nos regala y que es capaz de agradecer todo hombre cabal y que se hacen signos en nuestras vidas del divino amor?

No: para sostener algo tan grande como su promesa de verdadera vida es necesario algo más: un trasunto de su presencia, un anticipo de su amistad cercana, un momento de relumbre de lo sobrenatural en lo íntimo de nuestro corazón, una especie de experiencia de lo que es y será algún día Dios para nosotros, un consuelo más allá de lo humano, una vivencia de Cristo o de la Virgen que en el momento de vivirla es capaz de acallar la más vehemente de las dudas y la más tenebrosa de las oscuridades y nos lleva a la constatación casi palpable de nuestra fe.

¿Y qué cristiano a lo largo de su vida no ha tenido una, quizá muchas, de estas experiencias exultantes, místicas, sabrosas, potentemente cariñosas del posarse de la mano de Dios en su corazón? Y que cristiano no ha sostenido su esperanza, en momentos de fatiga y de dolor, en el recuerdo de esa experiencia; experiencia, en el fondo, de lo que es el verdadero fin de nuestra vida?

Esa es la escena de la transfiguración. Lugar teológico donde aparecen todas nuestras experiencias exaltantes de Dios, devotas, piadosas, consoladoras,¡ay, en realidad siempre tan ´pocas!, que hemos tenido en nuestras católicas vidas. Esos momento que quisiéramos que no pasaran nunca y que siempre pasan -hay que bajar del monte para caminar solos con Jesús, en la fé, en la oración, en la perseverancia, ¡en la cuaresma!- y nos dejan casi inermes frente a un mundo que parece, tanto más real y duro y cruel que esas experiencias; y a veces vacío de Dios.

Cuaresma es, por eso, casi lo contrario de la transfiguración. La transfiguración es lo que da sentido a la cuaresma; la dicha prometida de Dios da coraje a nuestro esfuerzo cristiano. La transfiguración es como un refucilo de cielo en la vida de los discípulos. Pero es finalmente mediante la cuaresma -oración, penitencia, fé oscura-, a través del Calvario no del Tabor, como llegamos a la Pascua de Resurrección.

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