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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1995 Ciclo C

1º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 1-13
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan". Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto". Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios". Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

SERMÓN.

Es indudable que hay actitudes que son capaces de ser sostenidas mientras los acontecimientos o circunstancias nos ayudan a hacerlo sin grandes dificultades. Dar el asiento a una persona mayor cuando uno está por bajarse dos paradas después, es fácil. No tanto cuando uno está al comienzo de su recorrido. Visitar a la nueva madre en la Clínica del Sol o Mater Dei, es un paseo, si por desgracia está internada en el Aeronáutico, por Pompeya, tengo que pensarlo dos veces, antes de no ir.

Pero, en fin, aquí se trata de cosas de poca monta, de educación, de fineza, de amistad...

La cuestión es más delicada cuando tocamos cuestiones de normas, de obligación. Piénsese ahora, en las vacaciones: los que yendo a una escuela o colegio católicos, porque había una cierta presión, asistían todos los domingos a Misa; o porque estaban acostumbrados a la parroquia o a la gente con la cual se encontraban en ella, o al cura; o porque íbamos todos en familia... allá en la playa, o en la casa de esos amigos, o en el campo, o porque no estaba obligado por el colegio, o me era más incómodo y debía imponerme la asistencia por un esfuerzo personal de voluntad, ¡con que facilidad falté a Misa! Y ahora, por supuesto, una breve confesión y vuelta a la rutina que me lleva con no demasiado esfuerzo a cumplir con la formalidad dominical.

Distinto aquel en cambio que, no por las circunstancias externas, por la costumbre, sino por convencimiento interior, por compromiso con Dios y con la Iglesia, hace en cualquier parte y lugar, todo esfuerzo razonable para cumplir con aquello que está obligado a dar.

Y lo digo sin reproche. Simplemente para hacer notar cómo esas circunstancias, a veces adversas a las cosas buenas que hacemos rutinariamente, nos sirven de piedra de toque, de desafío, para medir la fuerza interna de nuestras convicciones, y tomar la temperatura de la solidez de nuestros compromisos y principios.

Desafío es la palabra que aparece en nuestro evangelio de hoy peirasmós y que se suele traducir como 'tentación'; pero más vale verter como dije, desafío, puesta a prueba...

Como tal no tiene un gran valor, pero suele ser el termómetro, el chequeo, el exámen, de nuestro tono interior, de la salud de nuestra voluntad, de nuestra libertad...

Porque ser católico parece sencillo mientras todo va bien, las circunstancias acompañar y, amén entonces de nuestra felicidad y prosperidad humanas puedo darme el gusto de una conciencia tranquila y de un sentirme bueno, mejor que los demás, sin demasiadas complicaciones.

Pero cuando ser católico de pronto se muestra como cortapisa de mi gusto o de mi humana felicidad, cuando he de renunciar a este amor porque él o ella están casados, cuando debo vivir mi separación en celibato forzado porque así me lo exige el evangelio, cuando he de renunciar a ese puesto o a ese negocio porque no quiero manchar mi conciencia con el soborno, el silencio cómplice, o la actitud servil, cuando he de dejar una amistad por no querer aprobar situaciones o acciones que van en desmedro de mi condición cristiana, cuando debo no asistir a ese espectáculo o negarme a una invitación para no aprobar con mi presencia ideas y acciones que repugnan mi católica conciencia... no, allí ya no parece tan fácil ser discípulo de Jesús...

Allí Dios me está desafiando a que revele mi porte interior, mi sentido del honor, mi hombría cristiana, la seriedad de mi compromiso con El...

Son esos desafíos, pruebas, o tentaciones -si todavía las quieren llamar así- las que descubren nuestra garra; o, al contrario, si nos hacen vacilar, las que desnudan nuestras fisuras, las debilidades que debemos remediar para permanecer íntegros en la fé.

Y Dios maneja esos desafíos, esas pruebas, para robustecernos, entonarnos, vigorizarnos...

Porque hombre saludable no es el que no enferma porque encerrado en una burbuja, en un cuarto desinfectado y aislado, pero que si sale, inmunodeficiente, se contagia de cualquier enfermedad, sino el vacunado, el que posee anticuerpos, le sobran plaquetas y glóbulos blancos y es capaz de resistir a la infección y las toxinas del ambiente. Y quizá los pequeños desafíos, pruebas, de todos los días, sean como las vacunas, en donde homeopáticas infecciones provocan la reacción de la inmunidad y nos preparan para los grandes combates...

Terapia, pues, del desafío o de la prueba, examen de nuestra interioridad, dosificados por Dios en su divina Providencia.

En algunos libros del Antiguo Testamento, Job y Zacarías, se representaba imaginativamente esta acción divina por medio de un encargado de su corte celeste que era enviado especialmente a la tierra con el encargo de probar, de examinar; el cargo que ocupaba este personaje era el de fiscal o acusador oficial. En hebreo fiscal o acusador se dice Satán. En griego se traduce diábolos , del verbo diaballo que también significa acusar, desacreditar. De allí nuestro diablo . La mentalidad bíblica no discurre con abstracciones, sino que recurre a la representación, al relato, a la imaginación.

Así ahora, después de la escena del bautismo de Jesús en la cual Lucas afirma que el Espíritu Santo descendió sobre él, y de la ubicación, luego, de Jesús en una larga genealogía de seres humanos, -eso en el capítulo tres- destacando pues la dimensión divina y al mismo tiempo la dimensión humana de Cristo, Lucas, en el capítulo cuatro, pinta mediante la imaginativa escena que acabamos de escuchar, la dramatización del conflicto perenne entre lo puramente humano y lo específicamente cristiano: lo que viene del Espíritu de Dios. Por un lado Jesús, lleno del Espíritu Santo, dice Lucas, por el otro la atracción de lo humano cerrado en lo humano, personificada por Satán.

Y los tres desafíos del fiscal, de Satán, son atracciones prototípicas, que para los lectores avezados de la Biblia, recuerdan a Israel, después del Éxodo, en su peregrinación de cuarenta años por el desierto, en donde puesto a prueba, falla. Y donde el antiguo Israel había fallado, Jesús sale victorioso.

La primera prueba alude a Israel en el yermo añorando las ollas de carne y pan que podían comer en Egipto a pesar de su esclavitud y que los lleva a protestar contra Moisés y contra Dios. Prefieren ser esclavos bien comidos, que hombres libres luchando por llegar a la tierra prometida. Y aunque Dios les dará el maná, ese capítulo se cerrará con la reflexión del Deuteronomio que hoy Jesús repite: "No solo de pan vive el hombre". No solo, no, se vive de placeres, de comodidad, de confort, de tranquilidad psicológica, de dinero, de autos importados, de colegios caros, de diversión, sino de rectitud, de virtud, de coincidencia con el querer de Dios, de amistad con él y con los suyos, de honor y probidad, de entrenamiento y combate, de gracia y oración...

La segunda prueba corresponde a la admonición que hace Moisés a su pueblo respecto a la seducción que van a ejercitar sobre él los cultos cananeos y le intima a que no se deje arrastrar por dioses extraños ni ponga su confianza en poderes extranjeros. "Solo al Señor tu Dios adorarás".

Arrodillarse ante el mundo para obtener el apetecido poder y riqueza que anhelan los humanos. ¿Quien no sabe de los tortuosos medios a los cuales hay que acudir para alcanzar ese poder? la intoxicación de los espíritus, la propaganda, la compra de las conciencias, la mentira, el engaño, la destrucción del adversario, el manejo de la información, el chantaje, las presiones psicológicas, la traición y deslealtad... Y no solamente los grandes poderes: cualquier poder sobre el otro, aún sobre los nuestros, es tan fácil de ejercerse con prepotencia, con desmesura, con atropello, si no hay perfecta humildad interior, adhesión plena el señorío exclusivo del Señor... Y qué seductora atracción para los hombres de Iglesia el acudir a los mismos métodos; a aprobar las decisiones de los poderosos a cambio de una tajada de poder, a plegarse a las opiniones de moda, al decir de los periodistas, a los gustos estólidos de la mayoría, a la superficialidad ignara de cierta juventud, a tirar agua y azúcar a las exigencias evangélicas, a actualizarse, -'aggiornarse' como dicen- a toda costa, aún a precio de porciones de verdad y de rectitud: ganar votos, aplausos y público a cambio de perder discípulos y seguidores de Jesús...

Y, finalmente, la tercera prueba, recuerda también a Israel en el desierto cuando paradójicamente ahora no es Israel el probado, el acusado, sino Israel el que acusa y tienta a Dios. En Masá y Meribá se enfrenta con Él y lo carea, lo acusa, lo tienta con exigencias insolentes: ¡"Danos de beber"! Como si Dios mágicamente debiera responder a todas nuestras dificultades, a todas nuestras humanas carencias; rápidamente acudir con el milagro a salvar nuestros infortunios, a medicar nuestros entripados humanos, a compensar siempre con su protección nuestros buenos actos, conseguirnos novio, trabajo, buenas notas, salud... Sí, acusar a Dios, tentarlo, reprocharle, porque, a pesar de lo que le pido, parece que no me responde; rezo y ni siquiera la respuesta del fervor, de la devoción, ¿para qué orar si no siento nada, si no me contesta, si no hace lo que le pido? ¡Dame de beber!

Si, y que bueno sería que Dios respaldara mi predicación con milagros, que la imagen de Madre Admirable llorara, llenar los estadios con sanaciones, atraer a la gente con bombos y guitarras, con gestos simpaticones y guiños a los extravíos, pecados y tonterías de los hombres...

Espectáculo: "tirate de aquí abajo, los ángeles te atajarán"... Pan y circo. No. No tentarás al Señor tu Dios.

La Iglesia nos propone en este tiempo de cuaresma, también a nosotros, cuarenta días de desierto, de examen, de desafío. De oración, de austeridad y de limosna. Para que nuestra fé cristiana, opacada por el desgaste del año vuelva a brillar purificada en la Pascua, otra vez llenos de Espíritu Santo. Quizá las mismas vacaciones no hayan sido ocasión de encuentro con Dios y con los nuestros, de legítimo descanso, sino de dispersión, conversaciones vanas, frivolidad. Así como a la vuelta de la costa se lava el auto a fondo porque el aire de mar y su sal -dicen- carcome sus hierros y cromados, también nosotros lavémonos, retomemos la seriedad. La alegre seriedad cristiana; no el frívolo regocijo de los huecos.

Profundicemos nuestra fe, moderemos televisión y música, comida, bebida y dispersión, plantemos en meditación y lectura, en introspección y examen de conciencia, en compromiso viril con Cristo, en cambio resuelto, en conversión...

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