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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1981 Ciclo A

1º Domingo de Cuaresma

Evangelio según san Mateo 4, 1-11
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes»   Mas él respondió: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”» Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”» Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”» Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria,  y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras»  Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto”» Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

SERMÓN.

Si yo les preguntara cómo se llamaba el primer hombre me contestarían seguramente, sin demasiadas dudas, “Adán”. Y, sin embargo, si Vds. han escuchado con atención el relato del pecado narrado por Génesis –en la primera lectura- se habrán percatado que, en nuestra traducción, el nombre Adán no aparece para nada. Se habla del ‘hombre' no de un tal Adán.

¿De dónde viene pues, este nombre ‘Adán' al cual estamos todos tan habituados y que suele traernos problemas cuando leemos algo de antropología y nos encontramos con los ‘pitecántropos', el ‘hombre de Java', el ‘hombre de Pekín', los ‘homo habilis', ‘homo erectus', de ‘Neanderthal', de ‘Cromañón'?

Es que, resulta que hombre, ‘ homo' en latín, ‘ ántropos' en griego, en hebreo se dice ‘ adam , ha ‘adam con su artículo. Y la palabra ‘ adam no es en hebreo un nombre propio. No significa un individuo singular cuyo nombre sería, literalmente, Adán. Es un nombre común cuyo significado es ‘ hombre' u ‘ hombres' en general o el conjunto de la humanidad, en sentido colectivo, de especie.

Así es utilizado 539 veces en la Biblia. En muy pocas ocasiones –cinco, en total- en genealogías que miran a la clasificación de pueblos aparece como nombre propio, aún en esos lugares su proyección es de índole genérica y universal-.

Es verdad que, cuando se tradujo la Biblia al griego, en Alejandría, para los judíos que allí residían –hacia el siglo III o II antes de Cristo- la diferencia quedó más marcada aún, puesto que traduciéndose en general el ‘ adam' como ‘ ántropos' , en esos pocos lugares donde el término hebreo tendía a ser nombre propio, éste se transliteró como ‘ Adam'. El término Adam sonaba ahora claramente a nombre propio de un primer hombre ubicado cronológicamente en una historia. Lo mismo sucedería con la traducción latina distinguiendo claramente ‘homo' de ‘Adam'.

En el Nuevo Testamento el nombre de Adán apenas aparece –Jesús nunca lo menciona- y solo Pablo elabora, o toma de alguna tradición no estrictamente bíblica, para comprender a Cristo, una personificación adámica de la cual ignoramos exactamente el significado.


Jan Brueghel the Elder. Paraíso del Edén. 1615.

Con otros términos transliterados de ese mismo relato ha sucedido algo similar. Hoy repetimos todavía los términos ‘Paraíso' y ‘Edén' y los tomamos como sinónimos. En realidad paraíso en un término compuesto originalmente persa (‘ para'-‘deiza' ) que designaba la empalizada que rodeaba a un jardín y, de allí, por sinécdoque al jardín mismo. Edén es un vocablo originado en el sumerio ‘ edinú' que designaba a ‘la estepa'. Lo que el original de Génesis 2, 8 rezaba: “un jardín en la estepa”, finalmente fue leído en las traducciones como ‘Paraíso en el Edén'. La Vulgata vierte: ‘ Paradisum voluptatis' , ‘Paraíso de placer'.

De todos modos lo que lo que a nosotros hoy nos interesa es la intención primitiva del relato que quiere presentarnos, casi como prólogo de toda la Biblia, la dinámica permanente de la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Esos primeros capítulos del Génesis no quieren hablarnos de un pasado remoto, hacer historia, crónica, paleontología, en el sentido actual de estas ciencias, sino plasmarnos figurativamente, simbólicamente, la situación del hombre – ha ‘adam - en su mundo y frente a Dios. Del hombre de ayer, de hoy y de mañana tal cual lo pensaban los teólogos judíos que compusieron estos relatos por inspiración divina.

Para eso utilizan un lenguaje al cual hoy no estamos acostumbrados, en el que se mezclan elementos míticos, poéticos, simbólicos, no todos de los cuales son transparentes para nuestra mente de hombres del siglo XX, pero que la arqueología y el estudio de las literaturas antiguas -sobre todo de la mesopotámica, egipcia y fenicia- poco a poco, nos van haciendo entender mejor.

Es evidente, por ejemplo, que, en la figura de ‘la serpiente', se esconden riquísimos significados -a los cuales hasta se puede añadir el de las interpretaciones freudianas-. No hay que elegir una u otra interpretación. El símbolo, por su misma índole, es ‘polisémico', capaz de asumir muchos significados y, por eso, tantas veces más rico que una reductora y unívoca fórmula matemática, científica o filosófica.


Uróboros

Lo mismo ‘el árbol que está en medio del jardín'. En todas las religiones y mitos primitivos el árbol es símbolo, entre otras cosas, de lo que une verticalmente el cielo y la tierra; al mundo de arriba, de abajo y el nuestro. Sobre todo si está en ‘un centro', un ‘ombligo del mundo', un ‘ ónfalos' (1).


Árbol de la vida incaico. Museo Nacional de Bellas Artes.

Adueñarse –real o simbólicamente- de ese árbol o de sus frutos es lograr la posibilidad de unir el cielo y la tierra, lo divino con lo ctónico, ‘ hacerse dios' . Lo cual coincide –en nuestros relatos- con la tentación de la serpiente ‘ seréis como dioses '.

La posesión de la ‘ciencia del bien y del mal' es, precisamente, atribuirse el ser humano el poder de decidir por sí mismo dónde está el bien y dónde el mal, la moralidad o no de sus actos con absoluta autonomía.

En fin, el que nos presenta la Sagrada Escritura, es un relato riquísimo y que sería muy largo analizar en todas sus partes. Acá lo que importa es la idea general: el hombre, todo hombre, por su naturaleza, está en una situación en la cual tiende a declararse autónomo, suficiente.

Más aún: la serpiente, en la fenomenología de las religiones, es símbolo –entre otras cosas- de las potencias de la naturaleza, las fuerzas de la vida biológica, lo puramente terreno, pero absolutizado, divinizado.

Y, si este significante no bastara, está enlazado al del árbol. Ese árbol que, saliendo de la tierra, por si mismo es capaz de unirla al cielo, de transformarla en cielo.

Seréis como dioses '.·”Vds., hombres, no tendrán que subordinarse a nadie, no tendrán que ser dirigidos por nadie”, “Vds. mismos decidirán donde está lo bueno y dónde lo malo”. Más aún: “no tendrán que buscar la felicidad fuera de la naturaleza apetitosa, atrayente y deseable de este mundo”. “Afirmándose a Vds. mismos y usando de las cosas de esta hermosa tierra no necesitarán de nada más”. “Ya serán felices. Ya serán como dios”.

No hay que esperar una felicidad que nos dé un Dios que está sobre nosotros. La felicidad está al alcance de la mano, en los bienes de este mundo, en la afirmación de nosotros mismos, en los gustos de la vida, en las posibilidades de nuestro trabajo y nuestros esfuerzos.

Nos encontramos frente al fondo de la ‘situación de pecado' del hombre: conformarse con su naturaleza, creer que ella puede darle la felicidad. ‘Situación de pecado' en la cual todo ser humano es dado a luz.

Situación trágicamente perversa. Porque, por un lado, la naturaleza del hombre, de Adán, está llamada en sus instancias más esenciales no a cerrarse y bastarse a sí misma sino a abrirse y realizarse en el Don Divino, en la Gracia, en lo Sobrenatural y, por el otro, esta naturaleza, aún en la mejor de las hipótesis -la del hombre rico, sano, libre, amado y longevo- lleva siempre aneja como herencia la muerte, el fracaso final.

La naturaleza falsamente divinizada es ídolo de barro que nos arroja al precipicio de la nada postrema.

De allí que elegirse a sí mismo, elegir la naturaleza en lugar de oír y asentir a la Gracia, a la Palabra amiga de Dios, es elegir la muerte. Liberando sin freno moral alguno todos los apetitos humanos –en los cuales late el apetito infinito de gracia- a tratar de refocilarse en los bienes limitados de este mundo. Lo cual es condenar a la humanidad a la insatisfacción, a las envidias, a los odios, a la sed de dominio, a las opresiones y las guerras.

Son las famosas ‘consecuencias del pecado' que estudiábamos en el catecismo.

El hombre, si no acepta la Gracia, la Palabra del diálogo de amor y de enriquecimiento que Dios quiere iniciar con él, está condenado a la pobreza aparentemente rica de su sola naturaleza.

Con sus enfermedades naturales, con su muerte inevitable, con los dramas y tragedias permanentes que desgarran las historias de los individuos y de los pueblos enfrentados en sus avideces y codicias insaciables.

Porque el hombre, más allá de su naturaleza, está ciertamente llamado a ser divinizado, pero no por la naturaleza, sino más allá de ella. No desde sí mismo, desde su ser de creatura –magnifica creatura, magnífica creación, pero creatura limitada al fin- sino desde Dios.

Pero ¡qué tentación -y más hoy en nuestro siglo, y más nosotros clase media que tenemos al alcance de nuestras manos tantas cosas y objetivos apetecibles en nuestra vida aquí abajo- qué tentación olvidarnos de Dios y vivir pensando en nosotros mismos, en todas las cosas que podemos ser y podemos comprar! Y no estamos hablando de cosas necesariamente malas. Estamos hablando de cosas buenas y legítimas -individuales, familiares y sociales- pero que pueden hacernos olvidar lo más importante, lo definitivo y que, si uno no las ordena hacia Dios, finalmente, también, nos hacen, de una manera u otra, olvidar no solo el Fin de nuestras existencias sino el recto camino y, aún, llevarnos a las transgresiones más groseras.

Por eso, entiéndase bien: el cristianismo no es solamente una moral de portarse bien o mal, de manera que cuando uno es malísimo se va al infierno y cuando es bueno se va al cielo. No se trata de eso; se trata de poner el fin o en Dios o en la naturaleza. En el Cielo o en las cosas de este mundo. Llevados por nuestro deseo de infinito abrirnos a Dios o volcarlo vorazmente en el ámbito de nuestra existencia terrena.


Ivan Kramskoy . Cristo en el desierto . 1872.

La tentación de Jesús con la cual la Iglesia hoy inaugura la cuaresma, no versa en principio sobre cosas malas. ¿Qué pecado habría en convertir piedras en pan teniendo hambre? Pero Jesús es presentado, precisamente, en el relato de las tentaciones que hemos escuchado como la figura que se contrapone al hombre natural que nos muestra la primera lectura, a Adán –si quieren-, al Israel carnal -en la teología de Mateo-.

Jesús, en esta escena, más allá de las necesidades más primarias y elementales de su naturaleza, simbolizadas por el hambre de pan, hace una opción absoluta, una afirmación incondicional, no de sí mismo en su condición humana ni de sus deseos, sino de Dios.

Con las otras dos tentaciones se configura -en lenguaje del Viejo Testamento- todo el ámbito de atracción posible de las cosas de este mundo. Bienes capaces de, absolutizados, hacernos olvidar de Dios: el pan, la fama, el orgullo, las riquezas y poderes de este mundo.

Jesús, a todo eso dice ‘no' y, en cambio, lanza un ‘sí' lleno, estentóreo, despojado, a la Palabra de Dios.

De allí que las tentaciones de Jesús no sean sino una especie de preanuncio de la aceptación de la Voluntad del Padre y la renuncia de sí mismo que se consumará totalmente en el Árbol de la Cruz.

La Iglesia sabe que nosotros necesitamos usar de los bienes de este mundo para vivir e, incluso, para amarlo y servirlo a Él y que la felicidad humana de por si no es obstáculo para la aceptación de la Palabra de Dios.

Pero sabe también que, como somos ‘ ha ‘adam ' corremos constantemente el peligro de absolutizar los valores y las cosas de aquí abajo y olvidarnos de que nuestro fin verdadero, más allá del aquende, está en Dios. Por eso, para prepararnos al festejo de la Pascua -la consecución de la Vida a través de la muerte, a través de la Cruz-, nuestro verdadero y último Fin, nos propone este tiempo de Cuaresma inaugurado el Miércoles de Ceniza.

Tiempo de Cuaresma en el cual, por medio de la austeridad con respecto a los placeres mundanos y una más asidua oración, nos demostremos que no estamos apegados definitivamente al aquí del mundo. Que el Viernes Santo -o las desgracias o los fracasos o, un día, nuestra muerte- no nos encontrará aferrados a los caducos amparos de esta tierra, porque, habiéndolos usado rectamente -mientras pudimos y el Señor nos lo concedió-, nuestros ojos estuvieron siempre puestos en aquello único que puede darnos la verdadera felicidad: Dios, nuestro Señor.

1- Delfos, Roma, Babilonia, Jerusalén, Cuzco, Tenochtitlan, eran consideradas por sus habitante y súbditos 'ombligos del mundo', ‘onfalos'.

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