Sermones de Corpus Christi
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1981 - Ciclo A

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" Jesús les respondió: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".

SERMÓN

En las fiestas celebradas en torno a la Pascua –Viernes Santo, Resurrección, Ascensión y, luego, Pentecostés y Trinidad- nos hemos puesto en contacto con los misterios centrales de nuestra fe. La Vida divina trinitaria que, en la Muerte y Resurrección del Señor y la infusión del Espíritu Santo a su Iglesia, permite apunta al hombre, más allá de su naturaleza y de lo humano, a esa misma Vida que, en Dios, es constante dinamismo vital de mutua entrega, del Padre al Hijo en el Espíritu Santo.

Es decir que, más allá de las posibilidades de la materia, más allá de las posibilidades de la biología, más allá de las posibilidades de la inteligencia y el amor humanos, el hombre está abierto y llamado a la suprema posibilidad de aceptar la Vida Trinitaria.

Pero, digamos hoy algo más. A cada uno de estos niveles de ser corresponde una determinada fuerza o dinámica y, al mismo tiempo, una determinada manera o forma u orden de actuación. En categorías aristotélicas diríamos que a toda eficiencia acompaña una ejemplaridad y finalidad anejas.

A nivel de la materia encontramos ‘ fuerzas' –o ‘eficiencias'- físicas y químicas, medibles cuantitativamente. La unidad física de fuerza como Vds. saben es la ‘dina': la fuerza que acelera un gramo de masa un centímetro por segundo. Otras unidades miden los diversos tipos de energía que se desarrollan a este nivel: la química, la calórica, la atómica, la eléctrica -y el consumo de ésta, tristemente, nos viene cuidadosamente contabilizado en ‘vatios' por Agua y Energía. En fin. Todas esas unidades mejor no mencionarlas porque martirizaron, martirizan y martirizarán cada vez más a los pobres estudiantes del secundario y de las facultades de ciencias o ingeniería.

También sabemos que esas fuerzas o eficiencias no son caóticas, impertinentes, caprichosas. Actúan según determinadas ‘ leyes' –causas ejemplares, diría el Estagirita- que, a medida que las descubre la ciencia, suelen ser apodadas con el nombre de sus descubridores: Arquímedes, Newton, Carnot, Clausius, Mendeleieff, Doppler, Dirac. También, estos nombres, nuestro martirio secundario.


Paul Adrien Maurice Dirac , (1902-1984) desarrollo de la mecánica y la electrodinámica cuánticas.

Es decir tenemos dinamismo, fuerzas, energía y, al mismo tiempo, leyes que las regulan y las dirigen hacia determinados objetivos –‘causa final'-.

Cada substancia o naturaleza es capaz pues de desarrollar una determinada actividad, regulada por determinadas leyes encaminadas a fines.. Conociendo esas naturalezas y sus posibilidades y su leyes, el hombre puede manejarlas mediante la técnica.

A nivel de la vida, de lo biológico, lo mismo, fuerza y leyes. Pero aquí las fuerzas son de otro orden, de crecimiento, de arraigo, de locomoción, de instinto, fuerzas de reproducción, de defensa. Estas fuerzas no son permanentes, deben ser ‘alimentadas', protegidas, desarrolladas y capaces de reproducir los organismos que las utilizan en nuevos individuos.

También estas fuerzas pueden ‘medirse' en parte mediante diversos métodos biométricos. También ellas se regulan por medio de planes, leyes, costumbres, las cuales pretenden descubrir la botánica, la biología, la zoología, la psicología animal. No solo está regulado genéticamente el metabolismo de los fenotipos sino la biogramática de su comportamiento, de su etología. Del descubrimiento de estas regulaciones o leyes dependen los adelantos de la zootecnia, la agronomía, la ecología y la medicina. Es respetando estas leyes y ayudándolas, como el hombre mejora o protege su medio, produce animales de exposición, y promueve y conserva la salud del hombre hacia quien toda esta vida –con su eficiencia y ejemplaridad- se subordina y sirve.

Justamente porque existe otro nivel, el propiamente humano. Aquí las fuerzas y las leyes superan lo puramente físico o biológico. Incluso lo instintivo y etológico. Son las fuerzas y las leyes de lo ético o moral que han de descubrir y aplicar su voluntad y su razón.

La fuerza de la libertad humana, de su capacidad de decidir, de optar, de amar, de querer -aunque condicionada en parte por su biología y su física- es un dinamismo, una energía, de orden superior al de lo zoológico y material. Está sostenida por ‘fuerzas' llamadas tradicionalmente ‘virtudes'. En realidad el término virtud mismo, en latín, significa etimológicamente fuerza – vis , vir , vigor , virgo , etc.-. Ellas son la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza, denominadas virtudes ‘cardinales', porque son el fundamento sólido y energizante del actuar moral. La materia y la animalidad no son capaces sino de producir fuerzas cuánticas, inertes o instintivas. El hombre, en cambio, es capaz de construirse virtuosamente a sí mismo, de transformar al mundo, de transformar a los demás.

Este dinamismo volitivo libre, por supuesto, aunque no mecánicas también tiene sus leyes. Ahora no solamente químico-físicas, biológicas, instintivas -precisamente porque el hombre es inteligente y libre- sino leyes que han de ser libremente asumidas. Son las que llamamos leyes morales, leyes ético-políticas, las específicas del nivel humano y que hacen a su funcionalidad.

Así como la salud corporal se mantiene respetando las leyes biológicas, así la salud propiamente humana, se sostiene en el respeto de las leyes morales. Desviarse de la ética, de la ley natural, tanto en la vida de los individuos como de las sociedades, engendra siempre enfermedades terribles del alma y de las naciones.

En todos los niveles, pues, tenemos al menos dos elementos –tres, si añadimos la ‘finalidad', que puede entenderse implícita en la legalidad o ‘normalidad'-: por un lado ‘fuerzas', ‘energía', ‘dinamismos', ‘eficiencias', ‘virtudes'. Por el otro, ‘maneras', ‘modos', ‘leyes', ‘ejemplaridades', que las regulan. Fuerzas y leyes de distinto orden, según hemos visto, de acuerdo a los distintos niveles del ser: el material, el animal, el humano.

Pero resulta que, como decíamos, el ser humano, por encima de su naturaleza, ha sido llamado a saltar de estrato. Más allá de la materia, más allá de lo biológico, más allá de lo espiritual, el hombre ha sido invitado, nada más ni nada menos, a saltar a las alturas infinitas de la misma Vida Trinitaria. Vida que gozará totalmente cuando, allende la muerte, opte definitivamente por Dios. Pero que, a partir del misterio de la Pascua, ya se injerta operante, por medio de la fe y del bautismo, en este tiempo, en esta tierra.

Precisamente la vida humana, el tiempo largo o corto en el cual debamos permanecer en este mundo, se nos da para que hagamos germinar, crecer, en ella, esa semilla divina de Vida verdadera que Dios implanta en nosotros en Agua y Espíritu.

El cristiano, el bautizado, ya ha dejado de ser solamente hombre. Además de los tres niveles antedichos, se le ha añadido un cuarto, el de la Vida de Dios, el de la gracia. El de lo que está ‘más allá de toda naturaleza': el ‘sobre-natural'.

También este nivel tiene sus propios dinamismos y fuerzas y sus propias leyes, modos, maneras, amén de recursos que alimentan y fortalecen esas energías y luces que iluminan y facilitan esas leyes.

Las fuerzas ahora que han de mover al hombre no son solamente las de la química, la de la biología, la de sus decisiones y quereres humanos, la de las virtudes cardinales, sino una nueva energía, ahora divina, que es la que mana de nuevas y más potentes energías o virtudes: las teologales. Fe, esperanza y caridad.

La forma de ejercerlas, el modelo, las leyes que las regulan, son ahora no solamente las de la física o la química o la biología, ni las de sus puros instintos, ni siquiera la de su razón moral, sino el Evangelio. Resumido en el ejemplo y las palabras del hombre Dios, de Jesús. La Ley Evangélica. El supremo ‘Ejemplar'. El ‘paradigma' a imagen y semejanza del cual hemos de activar nuestro organismo sobrenatural.

Pero claro, así como las fuerzas físicas o vitales han de cuidarse, promoverse, aumentarse, protegerse, también las fuerzas y energías a este nivel sobrenatural, el de la gracia.

También la gracia –fe, esperanza y caridad- ha de crecer, también puede enfermar, también puede padecer hambre.

Para ayudar al hombre en esta su nueva vitalidad, Cristo nos ha dejado, en la Iglesia, sus Sacramentos.

De allí que Santo Tomás haga un paralelo entre la vida biológica y la vida cristina. Así –dice- como el hombre necesita nacer, crecer, alimentarse, curarse cuando enferma, unirse en sociedad, así también el cristiano. El bautismo lo hace nacer; la confirmación lo lleva a la adultez; la confesión y la unción le restituyen la salud perdida; la autoridad social la confiere el orden sagrado; la propagación de la especie cristiana se confía al sacramento del matrimonio.

Pero lo que es siempre necesario es alimentarse. El dinamismo de la gracia, de las virtudes teologales, no puede actuarse según la Ley Evangélica sin una energía constantemente renovada como la que presta al organismo vivo la comida. Sin ella se extenúa, perece y, para ello, dice Santo Tomás, en el orden de la gracia, Dios nos da Su Pan, Dios se nos da Él mismo, Su propia Vida, Su propia energía, en la Eucaristía.

Por eso la santa Misa está dividida en dos partes. Primera, la llamada liturgia de la palabra , donde oímos y aprendemos la voz legisladora del evangelio, las leyes según las cuales debemos actuar y actuarnos, y, sobre todo, nos impregnamos del actuar y hablar de Cristo, ejemplo vivo, paradigma, ejemplar, según el cual debemos normar nuestras vidas sobrenaturales. Luego, la liturgia de la Eucaristía .

Es aquí donde Cristo nos ofrece su fuerza, su dinamismo, sus virtud, en la presencia maciza de su Vida entregada a nosotros en apariencia de pan.


Pan que hemos de digerir no en los jugos gástricos de nuestro estómago, sino en la aceptación de la fe, en el abrazo de la oración, en la entrega a él de nuestras propias vidas humanas, de manera que él nos las pueda restituir divinizadas.

Eso festejamos hoy, Corpus Christi. El gran Don que late poderoso, para nosotros, en el Sacramento del altar. Dios mismo que se hace alimento, fuerza, ‘dínamis', virtud, para alentar y alimentar nuestra vida recreada.

Allí está, pila poderosa de energía vital, capaz de hacernos volar a las alturas vertiginosas de la santidad y que no suele hacernos nada por nuestra incapacidad de digerir, por nuestra falta de fe y de entrega, porque no sabemos respetar las leyes de Jesús, porque no lo ponemos de una vez como modelo de nuestras vidas.

El Don está. La energía sobreabundante se nos ofrece; poderosa. El evangelio nos muestra el camino.

Si no lo aprovechamos, como toda vida mal alimentada y desordenada, el germen depositado en nuestra vida por el bautismo crecerá escuálido o morirá.

Que el Señor Jesús, presente en el Augusto Sacramento no lo permita; y nos empuje de una buena vez a la santidad.

Menú