Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1971. Ciclo c

4º DOMINGO DE ADVIENTO
GEP, 24-XII-71  

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     1, 39-45
En aquellos días: María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»

SERMÓN

    No hace mucho en Italia un empleado de una importante pinacoteca de Parma, visitando a unos parientes lejanos campesino descubrió, en la cocina de la granja, una estupenda pintura en tabla del Correggio ‑pintor italiano de fines del Renacimiento y comienzos del Barroco‑ haciendo de estante de alacena. Cuando, asombrado, preguntó cómo podían tener prestando ese servicio a una tal obra de arte, le contestaron que, como en el desván donde lo tenían no sería para nada, decidieron afectarlo a esa utilísima función de estante.


Adoración de los Magos de Antonio Allegri da Correggio 1489 –1534

Por supuesto la obra fue rescatada para el arte y los parientes campesinos que la habían degradado en sus fines durante tanto tiempo debieron recurrir, para reemplazarla, a la correspondiente madera terciada. Porque, evidentemente, el cuadro no había sido pintado para servir de posa platos sino para ocupar un puesto de honor en algún salón de estar, simplemente para ser mirado y admirado. No, tampoco, como hacía aquel que, cuando aparecían agujeros o humedades en las paredes, compraba un cuadro para taparlos.

El mundo moderno cada vez comprende menos la utilidad de las cosas inútiles. Todo debe ‘servir’ para algo, ser funcional, práctico, aprovechable. La gran tradición de Occidente, en cambio, defendió siempre que las cosas más sublimes y las actividades humanas más importantes son justamente las inútiles, las que ayudan a elevar a los hombres hacia lo importante, hacia lo grande, hacia lo bello, como el arte, la música, la literatura. Como, quizá, la filosofía, el saber, la ciencia, que solo miran al conocimiento de la verdad, de la realidad de las cosas y de las personas.


Platón y Aristóteles

Decía Aristóteles, justamente, que la dignidad más grande de la sabiduría era justamente el no ‘servir’ para nada. El ser un fin en si misma. No como el martillo que ‘sirve’ para martillar: su valor le viene de algo fuera de si mismo, si no existieran clavos que clavar no tendría sentido. Es un objeto ‘servil’. La filosofía en cambio, la sabiduría’ no debe buscar un fin fuera de si misma, literalmente no ‘sirve’ para nada ulterior, vale en sí misma.

Lo mismo en el arte. La belleza, las cosas bellas, bastan con que sean bellas. Un hermoso amanecer no tiene porque ‘servir’ para nada para ser gozado. Una bella poseía llena el espíritu con su sola armonía. Como una sinfonía o una escultura o una danza o el juego o un paseo por el Rosedal.
Un cuadro, para justificar su existencia, no tiene por qué ser útil, servir de estante o para tapar humedades, basta que sea hermoso, digno de ser admirado.
Y eso –digo‑ cada vez lo entiende menos nuestra civilización contemporánea: tanto en el mundo, más o menos liberal como en el comunista. Los marxistas, en efecto, niegan todo valor a un arte que se dedique a buscar solamente la belleza. Los artistas ‑afirman‑ deben estar al servicio de la revolución y de la economía proletaria. Los cuadros deben servir para exaltar la dialéctica comunista; la literatura para concientizar ideológicamente a las masas; la música para fomentar la producción. Una poesía que no impulse o encomie de alguna manera el quehacer revolucionario o productivo no tiene cabida en la Unión Soviética o en China. Buscar ‘el arte por el arte’, la belleza por la belleza es un absurdo esteticismo burgués y una traición a la causa marxista.
Más de un artista soviético ha debido emigrar a Occidente para poder desarrollar su arte libre de degradantes servicios. Más de un compositor de más allá de la cortina de hierro ha comprometido la estética de sus obras por complacer al régimen.


Aunque menos, algo parecido sucede en Occidente. La belleza. en lugar de ser admirada y contemplada y gozada en sí misma, cada vez más se pone al servicio de la sociedad del consumo, de la propaganda. Hermosos anuncios, no para ser mirados, sino para vender más y mejor. El artista debe ponerse al servicio del mayor consumo, de la mayor venta, de la más intensa productividad. Música funcional, versos de propaganda, cine de proselitismo, pintura de difusión.
O peor, aberraciones tales como transmitir música de Bach o de Haendel –incluso música sacra‑ como telón de fondo de un reclamo de perfumes. Los más hermosos envases para vender los peores o inconsistentes contenidos; los más bellos ángulos cinematográficos para vender jabones idiotas. Y, poco a poco, todo esto hace perder de vista el aprecio gratuito e inútil de la belleza. El hombre se hace cada vez menos capaz de contemplación, admiración y se hace, cada vez, más ‘sujeto de deseos’. Porque la belleza se ‘admira’; las cosas útiles se ‘desean’.

Un poco de esto pasa hoy con la hermosura de la mujer –el bello sexo‑. ¿Quién le discute a la mujer el privilegio de la belleza? Sin duda que en ella hay valores y cualidades mucho más importantes que su lindura exterior pero ¿quién será tan maniqueo de no loar en ella el atributo de su donosura?
La beldad de por si es uno de los aspectos del bien, de lo bueno y no seré yo, en nombre de Aquel que sabía a admirar la hermosura de los lirios del campo, quien aconseje a la mujer el que no haga nada por parecer bonita. Que también el encanto corporal es gracia de Dios; y reto a duelo a quien me discuta que María no fue la más linda de las madres.
Lo mismo que reñiré severamente en el confesionario a la mujer desaliñada que no haga nada por ser exteriormente agradable a su marido.

Pero, señoras y señoritas, sepan distinguir. Una cosa es ser ‘admiradas’ ‑y es bueno hacerse admirar‑ y otra es ser ‘deseadas’. Una ser guapa, otra ser provocativa. Una ser bella, otra transformarse en artículo atractivo de consumo.
No confundan la mirada hambrienta del macho, con la aprobación respetuosa del varón.


Aldeanas de Celorio en procesión del día del Carmen

Hubo una época en que el auténtico bien vestirse sabía distinguirse del reclamo erótico de la bataclana y, por el vestido, podían señalarse a las mujeres de dudoso oficio. ¿Quién será hoy capaz de percibir a simple vista, por la avenida Rivadavia, a la señorita de buena familia, de la niña de vida ligera, de la profesional de vida airada?

No se dejen engañar por “todo el mundo lo usa”, ni por una moda que pretende degradar al hombre y la mujer convirtiéndolos en juguetes e instrumentos de placeres egoístas. Ninguna moda puede justifica el que –aún inconscientemente‑ con ciertas maneras de vestir se fomenten los instintos más groseros. No venga a decir después que no las aman, o han sido traicionadas, o los hombres las buscan solo para sus juegos eróticos y que no encuentran ningún muchacho que las quiera en serio, si con su manera de vestir y de pintarse lo único que saben es despertar deseo, apetitos superficiales y no verdadero amor.

Se acerca el verano ‑a pesar de estos paréntesis de inclemencias climáticas‑ época especialmente propicia para ciertas manifestaciones desvergonzadas de la moda.
Yo les pido a las mujeres y a los padres que deben educar a sus hijas que reflexionen sobres estas cosas. Aunque tengan que hacerlo contracorriente. Y conste que nadie les pide que renuncien a ser lindas. Pero ‑otra vez‑ traten de distinguir belleza de provocación.
El Señor un día también les pedirá cuentas de los pensamientos y deseos deshonestos que, por necedad o a sabiendas, hayan suscitado en los que las miren.

Y sea para Vds. modelo de femineidad, María, la más estupenda y bella de las mujeres, a quien el ángel llamó ‘llena de gracia’ y que supieron admirar embelesados los ojos de Jesús y de José.


Matrimonio de la Virgen, Rafael, 1504

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