Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2002. Ciclo B

4º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 22/12/02)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 1,26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios» María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»Y el Ángel se alejó.

SERMÓN

          ¿Qué Anunciación elegir, entre las tantas que en la historia del arte se han representado, si uno debiera tener una sola reproducción? ¿Nos quedaríamos quizá con Fra Angélico -el que decía "quien desea pintar la vida de Cristo debe vivir con Cristo"- para que nos transmita algo de su piedad plasmada en sublime belleza? Y, sin embargo, ¡Fra Angélico tiene tantas anunciaciones...! ¿Con cuál de ellas quedarse? ¿La sobria y despojada que adorna la tercera celda del convento de San Marcos de Florencia?: Virgen y ángel sin adorno alguno, en un fondo monástico tan desnudo como el del mismo convento y, sin embargo, tan elocuente en su pobreza que capaz de conmover el corazón del más impenitente de sus ocupantes...

 

            O, allí mismo, en San Marcos, el fresco sobre el corredor que se ve desde la escalera de acceso al primer piso, donde Fra Angélico saca partido del color de la piedra utilizada por el arquitecto, la "pietra serena", e integra la mágica escena de la Virgen y el Ángel con la vida cotidiana de los monjes. De su puño y letra el monje pintor escribió bajo su fresco: "Virginis intacte - cum veneris ante figuram - pretereundo cave - ne sileatur ave" ("Cuando pases por delante de esta pintura de la Inmaculada Virgen, cuídate de no silenciar tu 'Ave María'" ).

 

            ¿O preferiremos su Anunciación del Museo diocesano de Cortona, con la cara despierta e inteligente de la Virgen escuchando atentamente el anuncio humilde del celeste mensajero... en esa actitud discreta y lúcida que ha de tener siempre la fe católica?

 

            ¿O la del retablo de Montecarlo? ¿O los medallones del tríptico de Perugia que dan ganas de ir de noche a robarlos y traerlos a casa?

            ¿Quizá la pequeña escena del famoso Armario de Plata encargado por Pedro de Médicis para guardar reliquias? ¿O nos quedaremos finalmente con la más conocida, la que pintó para Santo Domingo de Fiésole y actualmente conserva el Museo del Prado de Madrid?

              Belleza suprema. En la tradición de los trípticos, la Virgen y el Ángel se sitúan cada uno debajo de un arco. El ángel ocupa la parte central de la composición. A la izquierda queda así espacio para representar a Adán y Eva transitando este mundo, empero, sin maniqueísmo alguno, representado bellamente, lleno de flores y verdes árboles. Desde el ángulo superior izquierdo surge un borbotón de luz que rodea a una mano y envía una rayo luminoso hacia la Virgen, que desde la derecha, rutilante, contrasta, nueva creación, con la vieja primera pareja de la izquierda. El amplio rayo de luz ilumina de paso al ángel. Sus alas y su pie izquierdo salen de la habitación y tocan la tierra de Adán. Al mismo tiempo las bóvedas del interior del recinto donde dialogan María y Gabriel simulan un cielo estrellado. Fra Angélico capta en esta sinfonía de símbolos y colores exactamente el momento cuando la gracia de Dios une cielo y tierra en el seno inmaculado de la Virgen y recrea al hombre hacia su destino definitivo.

¿O dejamos a Fra Angélico y retrocedemos al dorado etéreo de Simone Martini con su El ángel y la anunciación expuesto en la galería Uffizi de Florencia?

 

            La Virgen casi asustada por la solemnidad de la petición de que dé a luz al Hijo de Dios. ¡Como para no asustarse! ¡Excelsa misión! El mismo ángel arrodillado, resplandeciente entre áureas hermosuras góticas, parece amedrentado de tener que transmitir semejante mensaje.

 

  No me gusta tanto la Anunciación del flamenco Jan van Eyck, la de la National Gallery de Washington, con su ángel excesivamente risueño. Ni, en la misma galería, la de Masolino, compañero del Masaccio, con su ángel demasiado femenino. Prefiero los ángeles viriles, o los ángeles niños, a los asexuados. Me gusta más el " Alégrate, llena de gracia " con voz de barítono que con tono de Musetta.

 

             Para eso el ángel de la Anunciación de Fra Filippo Lippi, aunque jovencito, bien varón, como un enamorado caballero arrodillado frente a su dama.

 

  Aunque, quizá, lo mejor sería quedarse con la Annunziata de Antonello da Messina que, para verla, vale la pena ir a Sicilia, a la Gallería Regionale de Palermo. Antonello renuncia a pintar al ángel. Vemos a la virgen sola, de frente, nosotros ocupando el lugar de Gabriel. Ella, espléndida, levanta la vista de su libro de devociones y con una mirada de soberana que impone, eleva apenas su mano derecha hacia nosotros, como tranquilizándonos y diciéndonos que tiene ánimos suficientes para enfrentar la tarea que se le impone. Ya la vemos, serena y fuerte, mujer madura, de pie frente a la cruz. Sublime.

 

  Pero quizá el homenaje más conmovedor hecho a María de la Anunciación sea el espléndido cuadro del holandés Vermeer -o Van Der Meer -, también en la National Gallery de Washington. Mujer pesando oro o Mujer sosteniendo una balanza se llama la obra. Pero no hay que engañarse por el título. Se trata de una mujer embarazada, frente a una ventana que apenas se ve pero de la cual surge esa luz que tan bien sabía manejar nuestro pintor y que baña enteramente a la misteriosa mujer tocada con un pañuelo blanco. Algunas joyas, collares de perlas se encuentran frente a ella desordenadamente. De su mano derecha cuelga una pequeña balanza. Curiosamente la balanza no está pesando nada. Más notablemente aún, atrás de la mujer se ve, parcialmente, el cuadro de un Juicio final, con la majestuosa figura de Cristo. El rostro de la mujer no presta atención ni a la balanza ni a sus joyas, está con los ojos casi cerrados, ensimismada, como pensando en algo muchísimo más valioso que lo que tiene delante. Algunos han pensado que Vermeer, que no podía, en el mundo protestante en que vivía, rendir debido homenaje a la Virgen, manifestó y disimuló su devoción a Ella en este enigmático cuadro. ¿Será una Anunciación? Si así fuera, en el día de su muerte haya recibido María en sus brazos al pobre Vermeer y sus once hijos.

 

  No dejaré de mencionar, entre tantísimas anunciaciones más, las dos que me regaló inspiradamente el talentoso pintor argentino Gerardo Romano, una de las cuales enriquece la sala de estar de la casa parroquial de Madre Admirable; una segunda, más pequeña, engalana el despacho del párroco. Las añadiré gustoso, ya que son originales y mías, a la lámina que habría de elegir para fomentar mi devoción a la Virgen. 


  O, mejor dicho, alimentar mi sentido de cristiano católico, consciente de la inmensa deuda que tenemos todos -que tiene el universo entero-, de haber sido Ella, María, aquella por la cual Dios pudo introducir su Vida en el mundo, en la Iglesia, en cada uno de nosotros, hermanos adoptivos de su Hijo.

Obviamente que solo la fe, ayudada por la teología, la música o el arte, puede llegar a percibir las profundidades del evangelio que hemos escuchado hoy. ¿Quién no sabe que los ángeles son invisibles, que -pues no tienen cuerpo que los ubique-, no entran y salen de las casas...? ¿Quién no se da cuenta de que el diálogo entre Virgen y arcángel -o, mejor dicho, entre la Virgen y el mismísimo Dios representado por la figura del mensajero-, se dio en las profundidades del alma de María y que no hubo necesidad de sonidos ni de voces? ¿Quién no se dará cuenta de que el coloquio que compone Lucas no es la versión taquigráfica de ninguna conversación que hubiera podido grabarse sino, de parte del ministro angélico, la revelación umbrosa del misterio que habría de acontecer en el seno de Maria y, de parte de la Virgen, la aceptación incondicionada, en pura fe y total entrega, mantenida toda su vida en permanente " que se cumpla en mi lo que has dicho ", en medio de preguntas sin respuesta y cumplida hasta el fondo de las lágrimas en los tres clavos hundidos en la carne de su hijo?

Cumplido todo en pura fe. Es lacónica y a la vez terrible la última frase de nuestra escena. "Y el Ángel se alejó".

Ese ángel que en todo el Nuevo Testamento cumple la misión de significar la introducción de lo celeste en lo humano y que, por ello, aparece, sobre todo, en los relatos de nacimiento y de resurrección, haciendo de engarce entre los sucesos normales de este mundo y las transformadoras y recreadoras iniciativas divinas. Ese ángel que representa el débil hilo de luz que, en medio de las tinieblas de esta tierra, nos alumbra en las palabras de la fe, de la Escritura, de la Iglesia. Ese ángel del cual quisiéramos todos poseer el permanente fulgor y consuelo y, sin embargo, ¡ay!, tan pronto apenas se posa en nuestro ser, vuelve a volarse lejos en raudo y silencioso batir de alas. Ese ángel, dice Lucas, " se alejó ". María deberá vivir en la pura fe. Aunque su "sí" la proyectaba predestinadamente hacia la plenitud de la luz, aún no había llegado al cielo. Todavía, hermana nuestra, no había participado en la Resurrección de su Hijo. Todo su extraordinario entregarse a Dios en la maternidad divina lo llevó como abrumadamente llevamos todos los humanos las a veces incomprensibles vías de Dios, en la conciencia de nuestra frágil poquedad y en la inexperimentable conciencia -a veces inconciencia- de nuestra cristiana dignidad y de nuestra nobleza adquirida y nuestro destino de cielo.

"Y el Ángel se alejó". Y otra vez María quedó prendida a su fe, sí, ¡tan sólida! ¡tan firme! Y, sin embargo, a veces tan helada, tan oscura, tan sola, tan sin consuelo, como cuando "Pietà", madre dolorosa, su tierno hijo era pálido despojo de muerte en su regazo teñido de sangre al pie de la cruz.

Hoy María en el evangelio de Lucas se hace sublime virginidad, puro sí, permanente aceptación, nada primigenia, frente al tierno requerimiento de Dios que, a partir de esa voluntad hecha nada, crea al hombre nuevo, prende en el seno de sus entrañas de mujer la tierna vida del que, desde ese mismo instante, une su vivir al vivir eterno del Verbo.

En la "llena de gracia", "la bendita entre todas las mujeres", en su aceptación de servidora del Señor, el poder del Espíritu une lo divino a lo humano, concibe a un hijo que será bien suyo, bien de su propia hermosa carne, bien de la estirpe de David, pero que sobre todo será Grande, Hijo del Altísimo, tres veces Santo, Hijo de Dios. Y, para nosotros; Jesús, 'Yahvé salva' , el Salvador .

Lo que dentro de dos días festejaremos en la epifanía alegre del pesebre, ya late oculto en el corazón creyente de María.

En estos tiempos en que los ángeles vuelan tan lejos de nosotros y, para tantos, las únicas previsiones solo apuntan a caminos de austeridad y de cruz, festejemos ciertamente y como podamos la Navidad -nunca faltarán motivos de alegría para hacerlo dignamente a un pecho creyente-. Pero unámonos, sobre todo, al misterio de la Anunciación, de la Esperanza, de lo que sucede en fe adentro nuestro, en el cobijo de nuestras oraciones más íntimas, de nuestro encuentro con María y con el Señor, para que la Navidad, más allá de la legítima fiesta, sea, sobre todo, el manifestarse externo de nuestra cristiana fe , de nuestro compromiso con la palabra del ángel, hecha caridad para nuestros hermanos, hecha verdadera esperanza , no de evanescentes ilusiones humanas, sino de esforzada santidad, de sólido cielo, de belleza y alegría sublimes de Resurrección.

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