Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1999. Ciclo B

3º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 12/12/99)

Lectura del santo Evangelio según san Jn 1,6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron. "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

SERMÓN

            Una buena noticia ha dado recientemente el gobierno de Israel: el de la apertura a los peregrinos del año 2000 del lugar donde tradicionalmente se ubicaba el bautismo de Juan en el Jordán, hasta ahora inaccesible por ser terreno militar en la misma frontera entre Israel y Jordania. A unos treinta kilómetros de Jerusalén, ligeramente al sur del oasis de Jericó, a orillas del río, pocas cuadras antes de que éste desemboque en el Mar Muerto. Esa era, al mismo tiempo, la región donde Juan desarrollaba su actividad profética y juntaba, a su alrededor, discípulos. El evangelio identifica el lugar con el nombre de Betania, pero no hay que confundirla con la Betania donde vivía Lázaro con sus dos hermanas. Es la llamada Betania de Transjordania, donde los judíos marcaban a la vez el sitio donde Josué, sucesor de Moisés, había atravesado el Jordán ingresando en la Tierra prometida y el lugar donde Elías había sido arrebatado al cielo. Lugar pues, profundamente simbólico, a la vez puerta del cielo y de la prometida tierra.

El Jordán además, en asociación con Elías, había adquirido el simbolismo de ser el agua purificadora por excelencia. Había sido en él, donde el sirio Naamán, mandado por Eliseo, sucesor de Elías, había sido purificado de su lepra.

Pero hay otra asociación y otros personajes que vecinos a este lugar, tienen que ver con la escena de hoy, los esenios , una de las tres o cuatro corrientes principales del judaísmo de los tiempos de Jesús y que, curiosamente, no son nunca mencionados en los evangelios. Eran conocidos empero, por referencias extrabíblicas, como la del historiador judío Josefo, del siglo I, que los describe junto a los fariseos y a los saduceos .

Los esenios, sin embargo, han sido lanzados, a mediados de este nuestro siglo que termina, al estrellato con los famosos descubrimientos de las once cuevas de Qumrán. Es sabido que allí, en esas oquedades excavadas en los acantilados frente al Mar Muerto, se han hallado los manuscritos en pergamino y papiro más antiguos que se conozcan de libros bíblicos, y literatura religiosa hasta ahora desconocida de la época. Formaban parte de la biblioteca del monasterio esenio ubicado abajo, en la llanura costera, propiamente en Qumrán. Los monjes la ocultaron en esos agujeros en el año 68, ante el temor al avance de las tropas romanas que, efectivamente pasaron luego por allí destruyéndolo todo. La importancia de esta biblioteca hoy recuperada puede medirse si Vds. piensan, solamente, en que el texto hebreo que nosotros utilizamos del antiguo testamento -y que se traduce en nuestras Biblias comunes castellanas- es el que básicamente fijaron, recién en el siglo IX de nuestra era los rabinos llamados 'masoretas'. Ahora, desde los hallazgos de Qumrán, disponemos de manuscritos de la mayoría de los libros bíblicos provenientes del siglo primero y aún segundo antes de Cristo. Y, hay que decirlo, con mínimas variantes y diferencias respecto a los que se establecieron diez siglos después. Lo cual resulta una garantía más de la fidelidad y exactitud de la transmisión de los textos sagrados que siempre ha usado y sigue usando la Iglesia Católica.

Pero, quizá, más interesantes todavía para nosotros, son los libros no bíblicos hallados, y que nos permiten conocer mejor el mundo de ideas de la época en que se redactaron nuestro propios libros sagrados del nuevo testamento . De ese mundo de ideas teníamos una información muy pobre, porque cuando, después de la caída de Jerusalén en el 70, los fariseos dominaron totalmente el Sanedrín, mandaron quemar todos los libros saduceos, esenios, apocalípticos y de otras escuelas que no pertenecieran a la ortodoxia farisea, de tal manera que apenas habían llegado a nosotros testimonios directos de ellas. Ahora tenemos, por lo menos, textos teológicos esenios, como por ejemplo -para que al menos conozcan sus nombres- el 'Manual de disciplina', 'El Rollo del Templo', la 'Regla de la Congregación', el 'Libro de la guerra' y varias composiciones poéticas en forma de himnos.

Contra lo que algún periodista o novelista sensacionalistas han intentado decir, la totalidad de los textos hallados en las once Cuevas han sido publicados fotográficamente y están al alcance de cualquier investigador. Los textos principales han sido traducidos íntegramente, al menos al inglés y, la mayoría, aún al español. Solo quedan sin traducir algunos cientos de pequeños fragmentos rotos algunos de los cuales ni siquiera tienen escrita una palabra entera. Es decir que en nada de todo esto existe secreto israelí o vaticano alguno, aunque es verdad que la reconstrucción de estos textos, algunos terriblemente deteriorados, ha exigido un tiempo considerable para que ellos pudieran ser dados a luz.

Pero ¿quiénes eran y qué pensaban estos esenios representados por estos manuscritos?

Eran grupos de hebreos piadosos, de ideas vecinas a los fariseos, que sostenían que las autoridades religiosas de Israel y sobre todo los sumos sacerdotes de Jerusalén se habían corrompido y no eran fieles a la interpretación correcta de la Ley, de la Torah. Más aún, a diferencia de los fariseos, negaban la legitimidad del sumo sacerdocio instaurado por los macabeos en desmedro de la línea legítima de Sadoq, el sumo sacerdote de David y Salomón. Políticamente, también a diferencia de los fariseos, eran contrarios a los monarcas asmoneos surgidos de la rebelión macabea antihelénica y luego a los herodianos, por lo cual de ninguna manera participaban del poder, ni siquiera en el Sanedrín. Por lo demás sostenían cosas tan específicas como que el calendario litúrgico oficial estaba equivocado, que no se respetaban las leyes de la pureza, que se hacían demasiadas concesiones a los gentiles, que se permitía la contaminación de la ciudad santa Jerusalén con la presencia de perros, de ciegos, sordos, leprosos, cadáveres, que se admitían uniones ilícitas, matrimonios de sacerdotes con laicos, diezmos fraudulentos... De tal manera que los más radicales entre ellos terminaron por aislarse de toda actividad oficial del judaísmo de la época y finalmente, como solución extrema, determinaron retirarse de la sociedad. Y ¿a donde sino al desierto? Ese desierto que, en la saga del Exodo y el recuerdo del pueblo de Israel, aparecía como la época fundante y de máxima austeridad y pureza de su historia. Y es precisamente en una de las regiones más inhóspitas y desérticas del mundo, el desierto de Judá y, especialmente, los alrededores del Mar Muerto, donde uno de los grupos más extremistas y sectarios de los esenios se retiran, liderados por un personaje del cual no nos queda el nombre sino el apodo, el Maestro de Justicia, hacia los años 120 antes de Cristo, para cumplir, alejados de la corruptela del templo y de Jerusalén con todas las leyes mosaicas y de la tradición, sobre todo con las reglas de pureza ritual, queriendo constituirse así en la reserva de los elegidos por Dios para, cuando próximamente llegase su día, acompañarlo en la restauración de su Reino y en la derrota y aniquilación de los gentiles y de todos los judíos echados a perder por sus autoridades y sacerdotes ilegítimos.

Justamente esos libros que acabo de mencionar son básicamente los reglamentos, historia, ritos y oraciones de esta comunidad sectaria de Qumrán. Pero también son interesantes los testimonios de las excavaciones del monasterio que los arqueólogos realizaron y siguen realizando paralelamente al trabajo en las once cuevas. Cuatro mil metros cuadrados de construcciones complicadas. Las más importantes: la sala de asambleas, que hacía también de comedor -de 23 mts de largo por 4 de ancho-, con una sala contigua para guardar la vajilla -se encontraron 210 platos, 700 escudillas tipo platos soperos, 75 copas, por supuesto todo baratieri, todo en cerámica-. También en cerámica los pupitres con sus asientos y tinteros que se encontraron en una gran aula donde los monjes copiaban los manuscritos. Otra enorme sala para reuniones y una gran cocina con cinco hogares. Añadido a esto, se desenterraron hornos, lavandería, taller de fabricación de cerámica e, interesantísimo, un complejo sistema de captación y distribución de agua que aprovechaba las poquísimas lluvias de invierno, que formaban torrentes de contadas horas al caer por el wadi desde las alturas, y que se conducía por canales al norte del complejo. Desde allí el precioso líquido se distribuía en más de ocho piscinas y embalses que aseguraban la permanencia del servicio a una comunidad que, ha de saberse, necesitaba ingentes cantidades de agua para los ritos de purificaciones y baños rituales que desempeñaban un papel importantísimo en su liturgia y que anticipaban el definitivo baño de purificación que traería el Mesías o Elías.

Con este estilo de vida, en el medio del desierto, apegados a la letra a la Ley, los esenios pretendían prepararse, como decíamos, para partir un día hacia la gran batalla que haría posible el retorno a una Jerusalén y a un templo renovados.

Así lo dice un pasaje importantísimo de la "Regla de la Comunidad" que los define: "se separarán de en medio de la residencia de los hombres de la iniquidad para marchar al desierto para abrir allí el camino de Aquel. Como está escrito: '[Una voz clama]: En el desierto preparad el camino del Señor, enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios'."

Como Vds. ven el tenor del texto de la Regla y la cita de Isaías que trae nos recuerdan inmediatamente la predicación de Juan el bautizador. No solo: precisamente el rito del bautismo de Juan es asombrosamente paralelo a los lavados rituales que los esenios de Qumrán practicaban para purificarse.

Todo eso ha llevado desde hace tiempo a los estudiosos a afirmar que las ideas de Juan Bautista son tan semejantes a las de los esenios que hasta es sumamente probable que, al menos un tiempo, Juan haya pasado su vida en ese convento. De hecho, en el relato que trae Lucas de la juventud del profeta, se dice: "el niño crecía y su espíritu se fortalecía y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel". Más nos podemos imaginar a un niño viviendo en un monasterio definido como 'desierto' por sus propios moradores, que a un joven abandonado por sus padres en un lugar árido y desamparado. Por otra parte ¿dónde habría Juan, en el páramo, recibido instrucción y sabido de escritura y llegado a profeta?

Es verdad que la predicación de Juan no coincide totalmente con la de los esenios, pero es que Juan, llamado un día por una voz superior, se aparta de ellos y comienza a anunciar la inminente llegada del Reino, cosa que los esenios postergaban para mucho más adelante. Por otra parte los esenios se habían cerrado orgullosamente en si mismos, habían formado una secta, un ghetto exclusivo en donde los únicos buenos y puros eran ellos y todos los demás destinados al fuego y al castigo. Juan rechaza esta posición exclusvista y, aunque todavía en el desierto, de hecho predica a todo el mundo en la concurrida ruta que lleva de Jerusalén a Jericó. Si bien con palabras tonantes y urgentes a todos ofrece la salvación. Salvación que llegará por medio del Mesías que anuncia, pero para cuya recepción habrá que prepararse no a la manera de los esenios aprendiendo y cumpliendo hasta el mínimo detalle de las leyes de Moisés y de pureza y sus múltiples abluciones rituales rituales, sino con sencillas reglas de elemental moral y sobre todo con la conversión, la apertura del corazón a Dios, el decisivo abandono del pecado, simbolizado por la única inmersión en el agua del Jordán, a la manera de Naamán el Sirio que, después de su baño, queda definitivamente librado de su lepra.

Es lógico que los fariseos le pregunten, pues, si es el Mesías; o Elías, o el Profeta, figuras en las cuales diversos movimientos judíos depositaban la esperanza de la liberación política y terrena de su pueblo. Pero Juan se niega a aceptar que le atribuyan ese sublime papel. El es simplemente el precursor de aquel que hará mucho más que bautizar con agua: como dicen Marcos y Lucas, lo hará con fuego y espíritu santo. El bautismo de Jesús será infiitamene superir al de Juan: no solamente de penitencia y purificación, a la manera de Naamán, sino de apertura de los cielos, de recreación del hombre, al modo de Elías que es arrebatado el cielo, o del místico paso del Jordán hacia la verdadera tierra prometida, en esa escena sugerente del bautismo del propio Jesús, con el cielo que se abre a los hombres, el espíritu que baja sobre nosotros, y la voz del Padre que nos declara sus hijos.

La expectativa de Jesús que crea este tiempo de adviento está soberbiamente tipificada en esta figura impar de Juan el Bautista. El es la figura del hombre que busca sinceramente a Dios porque en el desierto del estudio y de la oración intenta oír su voz. Es sabido que el hombre de hoy que no sepa rescatar de su ajetreo cotidiano, de sus inquietudes, de su televisión, de sus legítimos descansos, tiempo para orar y estar en silencio y leer y pensar se hace normalmente impermeable a la palabra de Dios. Uno no alcanza por sus propias fuerzas, con el estudio y el silencio, la fe, que es un don de la gracia, pero, ciertamente, sin ese estudio y esa oración y ese silencio y sin penar es casi imposible que Dios pueda dárnosla. Juan también es vocero del adviento en cuanto nos exhorta a la conversión, al abandono de nuestras debilidades y pecados, de nuestras perezas y concesiones al ambiente, de todo aquello que nos debilita, nos asimila al mundo, y nos hace igual de obtusos a los demás. Pero es también aquel que a diferencia de los esenios, y de los estoicos, y de los hindúes, y del new age, y de los fanáticos de la autoayuda y de los que solo predican la ética y la moral, o los derechos humanos, sabe que nada de eso -que apenas sería allanar el camino del Señor, si no lo arruina la soberbia- nada de eso vale si no viene realmente el Señor, aquel del cual ni el Bautista ni nuestras buenas obras ni nuestros pesebritos ni menos nuestros adornados arbolitos de Navidad, son dignos de desatar la correa de su sandalia.

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