Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1986. Ciclo C

3º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 1986)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 10-18
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?» El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les respondió: «No exijan más de lo estipulado» A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo» Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible» Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

SERMÓN

            Cuando, en otras épocas, el Adviento y la Cuaresma eran vividos por los cristianos como períodos de verdadera penitencia y austeridad –la Cuaresma especialmente- esos tiempos litúrgicos eran interrumpidos por dos domingos, respectivamente, el ‘Gaudete' y el ‘Laetare', durante los cuales cedía el rigor de la mortificación. Cosa que se expresaba litúrgicamente adornando las iglesias con flores, y trocando el color morado de los ornamentos por el color rosa. Color que, a pesar de la insistencia de nuestra sacristana, me he negado hoy a vestir, porque las veces, en años anteriores, en que me obligaba a ponerlo, después quedaba ronco, porque hacía el esfuerzo de poner la voz más gruesa... por si acaso. (Veo, en cambio -claro como no puede protestar- que al pobre Niño de Praga lo han vestido de rosa).

De todos modos, con color rosado o sin color, y a pesar de que el Adviento nunca alcanzó el nivel disciplinar de la Cuaresma, es evidente, por las lecturas que han Vds escuchado, que el tono de este Domingo III es predominantemente de alegría.

Quizá quien más desentone en este clima de alegría que quiere crear la liturgia de hoy, sea la figura de Juan Bautista, a pesar de que, gracias a los esfuerzos de Lucas, hoy Juan se nos presenta no tan tremendo.

Porque, a decir verdad, la fisonomía que del Bautizador podemos reconstruir a partir de los evangelios y de Josefo –el historiador judío- dista mucho de ser especialmente simpática. Más bien al contrario. Tanto que Oscar Wilde, en su obra “Salomé”, tan magníficamente llevada a la música por Richard Strauss, muestra la perversión sadomasoquista de la protagonista, precisamente en el hecho de que se sienta atraída por el terrible Juan y aún por su cortada cabeza. “¡Schrecklich!”

Y es que Juan fue el continuador de aquella línea de profetas del Viejo Testamento que, frente a los desórdenes y pecados de los hombres, amenazaban continuamente con la ira y el castigo de Dios.

Siempre era así: “llegaría un día”, anunciaban, “el día del Señor, quien, en medio de la tempestad y el fuego, por medio de las enfermedades, o de hambres, o de guerras espantosas, intervendría para castigar, para arrancar la injusticia de su pueblo”. En realidad, los más antiguos profetas anunciaban estos castigos para el mismo Israel, si éste no se conservaba fiel a la Alianza, a la Ley.

Pero, más tarde, siendo que el pueblo judío -salvo la relativamente corta época de su esplendor monárquico- fue siempre un pueblo hostigado, invadido, conquistado, las amenazas de los profetas se volvieron cada vez más abundantemente contra los enemigos de Israel.

Y, en realidad, esa era la conciencia expectante –según nos lo muestra la literatura de la época- en los tiempos de Juan. En el ‘día de Yahvé', día pavoroso, de terror, serían aniquilados, por el fuego y por la espada, todos los enemigos de los judíos, y los judíos, finalmente, reinarían y dominarían, no solo en su tierra, sino en todo el mundo.

Es así, entonces, que estos anuncios eran terribles y antipáticos para los demás pueblos, pero ciertamente simpáticos para los judíos quienes, supuestamente, no serían tocados por estas puniciones.

Juan termina por hacer antipático del todo el mensaje, aún a los judíos que se creían seguros y que ahora estupefactos le oyen decir: “¡raza de víboras!, ¿quién les dijo que van a escapar de la ira de Dios que se acerca solamente porque son hijos de Abrahán? El hacha ya está puesta en la raíz de los árboles…el que llega vendrá con fuego…tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y consumirá la paja en el fuego inextinguible.”

Son las mismas imágenes tremebundas que utilizaban los antiguos profetas, pero que Juan ahora espeta a los mismísimos judíos y fariseos que creían estar asegurados al respecto: Y, así, Juan marca un claro giro que lo acerca al NT. Porque ya no será la pertenencia racial o nacional a un pueblo o a una escuela o la adhesión a una serie de mitos o tabúes, la que protegerá de la ira venidera, sino una actitud ética , una respuesta de vida, una preparación interior, que él llama conversión y que, significada y prometida en el acto simbólico de la inmersión en agua, protegerá a cualquiera que proceda rectamente, del fuego destructor.

Pero esta agua no alcanza del todo a enfriar los incendios amenazantes de la predicación de Juan. Da la impresión que nuestros evangelistas, para hacerla más cristiana, han tratado de suavizar bastante la imagen del Bautista, sin lograrlo del todo. Porque es evidente que, actuando también Cristo como profeta, su mensaje no es el de un ‘profeta de calamidades', sino el de un ‘profeta de salvación'. El Bautista, en todo caso, insiste en la parte mala, negativa del anuncio, de la ‘noticia'. Cristo insistirá en la positiva, en la buena, ¡la buena noticia!, el evangelio. Por eso, cuando Lucas termina el pasaje de hoy, diciendo de Juan que, por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia , en realidad ya está corrigiendo, desde la plenitud de la revelación de Cristo, los tonos duros y airados de Juan.

Es verdad que, para nosotros los cristianos, sigue valiendo la trágica posibilidad de una catástrofe personal y definitiva. Es verdad, también, que las acciones perversas de los hombres desencadenan, en la naturaleza de individuos y sociedades, mecanismos de equilibrio, de acción y reacción que, a semejanza de castigos, provocan destrucción, dolor y muerte. Es verdad, asimismo, que la vida del hombre está siempre signada, de una manera u otra, por el límite, el sufrimiento, el llanto, la cruz. Pero sería presentar una triste y falsa imagen del cristianismo insistir demasiado en este aspecto negativo –como, quizá, se hizo en otras épocas- porque, precisamente, Cristo nos viene, no a traer, sino a salvar de la condenación, de la muerte, del límite.

Viene a hacer menos dolorosa y sufriente esta nuestra vida temporal y a llevar -y a enseñarnos a llevar con Él- las cruces. Las cruces no que Él ‘nos manda' –como dicen algunos aquejados por alguna desdicha-, sino que vendría de todas maneras y serían mucho más insoportables sin Él. Aunque nosotros sí que, en una de ellas, lo clavamos a El. Y él la aceptó para que las nuestras resultaran más livianas y fueran solamente el rápido paso a la definitiva alegría.

Por otra parte, es verdad que se necesita la conversión, pero fíjense que aquí no se trata de una pesada ética o ascesis o sistema de renuncias sistemáticas, o de mil preceptos religiosos a la manera farisea, estoica, puritana. Observen Vds las exigencias sencillas de Juan a los publicanos y a los soldados y, en Jesús, el resumen de todos los reglamentos al precepto del amor. No: aquí el que conquista la perfección no es el esfuerzo humano.

La conversión consiste más en un estar atento, en un ponerse a la escucha, en un reconocer la propia miseria, en un abrirse a su perdón, que en un esfuerzo titánico por alcanzar no sé qué equilibrio aristotélico. La perfección del hombre no es tanto algo hacia donde ‘nosotros' vayamos, sino algo que viene a nosotros. ¡Adviento!

¡Alguien que viene! Y “que es más poderoso que yo”, que nosotros. -y aquí las palabras de Juan ya están interpretadas por el Lucas cristiano-. Y ‘el que viene' no nos bautizará con el agua de nuestras mediocres buenas obras, de nuestros ineficaces esfuerzos, de nuestros fallidos propósitos, sino con la fuerza de su Espíritu Santo y con el fuego. Fuego entendido ahora no como castigo, sino come el calor bullente que recorrerá nuestras venas y nos llevará, adrenalina y alas en los pies, a jugarnos todo por Dios y por los demás y conseguir así la prometida alegría.

Juan no predica estrictamente antes de la navidad. Pero Navidad de ninguna manera es la simple conmemoración del cumpleaños de Jesús. Adviento y Navidad quieren hacer meditar, especialmente en este tiempo, algo que ha de ser permanente en nuestra actitud cristiana: la Esperanza. La Esperanza a pesar de todos los males, de todos los sufrimientos, de todos los fracasos personales y nacionales. La Esperanza a pesar de nuestras debilidades y pecados.

Porque la salvación no viene de nosotros: ‘adviene', llega, nos la trae Cristo. Y basta que nosotros, desde nuestra pequeñez, nos volvamos, nos convirtamos a Él, para que se apaguen en la lejanía las voces amenazantes de Juan; y para que el fuego del antiguo castigo se convierta en plenitud de luz y de alegría.

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