Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1976. Ciclo B

3º DOMINGO DE ADVIENTO
 12-XII-76 (C)


Lectura del santo Evangelio según san Jn 1,6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron. "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

SERMÓN

Estamos en la mitad del Adviento, tiempo de expectación, tiempo de espera, tiempo de preparación, tiempo de moderada penitencia. Y nos complace comprobar cómo, unánimemente Buenos Aires vive este clima litúrgico con solicitud, casi diría yo, mayor a la de las épocas más cristianas. Clima de expectación de las vacaciones que se acercan, tiempo de preparación a las comilonas y regalos de fin de año, tiempo de esperanza de sacarme la Grande, tiempo de austeridad en regímenes a marchas forzadas para poder lograr buena silueta en las piletas y las playas.
Lejos de mi criticar estas cosas. ¿Acaso no es legítimo reunirse en familia, festejar con los amigos, regalarse mutuamente, descansar, despojarse de antiestéticos rollos?
Lo lamentable es que este tipo de preocupaciones justificadas naturales nos impidan, al mismo tiempo, vivir como corresponde las sobrenaturales. Culpa de esa mentalidad, tan extendida entre los cristianos, que tiende a separar la vida de todos los días de lo religioso. Como si lo ‘normal’ fuera nuestra vida de preocupaciones mundanas y, añadido a eso, como una superestructura postiza, el ámbito de lo religioso.
Dios aparece solamente en nuestras oraciones, en nuestra Misa, en nuestros actos específicamente religiosos o, casi supersticiosamente, cuando, frente a un problema grande, Lo invocamos. Pero pareciera que nada tiene que ver con nuestro trabajo, nuestra oficina, nuestro estudio, nuestro noviazgo, nuestras vacaciones.
Aunque no sería difícil encontrar explicaciones a este hecho en la historia de la filosofía y la política de los últimos siglos, no me voy a detener en ellas. Pero, como causa próxima de este hiato, de esta escisión entre lo cotidiano y lo religioso yo apuntaría la falta de coherencia, de orden, de jerarquía de valores, de unidad, con que vivimos la mayoría.
Falta un gran principio unificador que ordene, organizadamente, todos nuestros actos. Vivimos dispersamente un montón de capítulos inconexos a través del tiempo y un puñado de actividades desvinculadas en el presente. Y decir falta de orden es decir falta de fines.

Porque ordenar es justamente eso: organizar todos los complejos actos de nuestra vida entre si hacia claros objetivos, hacia ‘fines’. En última instancia hacia un Fin. ¿Cómo lograr pues orden en mi vida si no tengo fines, si vivo simplemente impulsado por los vientos de mis cambiantes deseos y ambiciones, de las fortuitas circunstancias de la vida, de los objetivos menores que me ofrece el siglo XX?
Si no hay un fin superior que de sentido y organice a todos esos objetivos menores en que suele dividirse mi atención a través del tiempo, mi vida se transformará en un gran desorden. Un mandoble a la izquierda, otro a la derecha; un paso adelante, otro atrás. Sin plan, sin estrategia. Y así mi vida se fragmenta en compartimentos estancos, en etapas independientes la una de la otra, en donde si alguna vez entra la actitud religiosa, lo hará como una etapa más o como otro compartimento. Y evidentemente que así no va, porque lo cristiano no es una cosa más en nuestra vida. Soy médico, soy padre de familia, soy de Boca y, ‘además’, soy cristiano.
No: soy fundamentalmente cristiano y por eso médico cristiano, padre cristiano, boquense cristiano –si es que eso es compatible-.
Y eso ¿qué significa? ¿Qué mientras estoy operando ando con un rosario en la mano? ¿Qué en vez de jugar con mis hijos los llevo constantemente a la iglesia? ¿Qué en lugar de protestar contra el réferi lo moje con agua bendita?
Ciertamente la cosa no va por ahí. Lo religioso y cristiano tiene que ser lo más importante de nuestra vida. El cristianismo tiene pretensiones totalitarias con respecto a nuestra existencia. Pero eso no quiere decir que los actos formal y específicamente religiosos tengan necesariamente que primar ‘cuantitativamente’ en nuestras vidas. Una cosa es lo religioso y otra lo cristiano. Cristianos tenemos que ser en todo y siempre. Religiosos, formalmente, cuando corresponde.
Así se lo recordaba San Francisco de Sales a una señora que por pasarse horas y horas en la iglesia descuidaba en su casa sus deberes de madre y de esposa. “Señora, Vd. será muy religiosa, pero no es cristiana.”
Y, por eso, como acabo de afirmar, el concepto de orden es capital para entender cómo se unifica cristianamente la vida: no siempre introduciendo forzadamente en nuestras actividades temporales actos religiosos, sino vivificándolas desde adentro y desde el fin, ordenándolas, rectificándolas. Cuando yo tengo claro el fin, cuando se que todos mis actos naturales y sobrenaturales tiene sentido porque son la manera de encaminarme a mi plenitud definitiva de hombre, de hijo de Dios en la eternidad, si eso lo vivifico y vivo en la meditación, en el convencimiento profundo, en la cotidiana oración, en mi deseo de ser santo, todo impregnará, desde lo religioso, a mi vivir cristiano.
Es como, en otra dimensión, el jefe de familia que trabaja para poder sostener a su familia y a sus hijos, cualquiera sea su trabajo, está cumpliendo en él un acto de amor a los suyos y más amor cuanto mejor lo hace. Y falso amor si me quedara en casa sin trabajar para mirar tiernamente a mi mujer y acariciar a mis hijos. Y tonto amor si, trabajando, en lugar de pensar en lo que hago estuviera distraído pensando en mi mujer. Así también el cristiano, su quehacer y su Dios.
Dios y Jesús, desde lo religioso, iluminan ‘toda’ la vida. Pero esto no quiere decir que lo religioso haya de ocupar todo. El médico operando debe empuñar el bisturí, no el rosario; el padre de familia debe dar lugar no solo a la oración con sus hijos, sino al diálogo amical, al juego. Una monja que desempeña un oficio en comunidad debe hacerlo lo mejor posible. Y todo esto lo quiere Dios y, por eso, todo es cristiano si lo hacemos impulsados por ese querer.
Ninguna actividad honesta, si ocupa su lugar ordenado en nuestra vida se opone a nuestro ser cristiano.

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Sermón de San Juan el Bautista, c.1566, Szepmuveseti Muzeum, Budapest. Pieter Bruegel el Viejo

Por eso Juan el Bautista, precursor de Jesús, hablando a los publicanos y soldados que venían a consultarlo, a ninguno le dijo ‘Deja tu oficio y ven conmigo al desierto’. Ninguna profesión legítima excluye de la salvación, pero Juan indica que han de ejercerla bien y justamente. Un mal soldado no puede ser al mismo tiempo un buen cristiano. Un mal estudiante, que lo sea culpablemente, al mismo tiempo es un mal discípulo de Cristo.
El hombre verdaderamente religioso no solamente cumple como corresponde sus actos de piedad, sino que hace lo mejor posible todo lo que le compete como hombre. Como miembro de familia, como profesional, como trabajador, como estudiante, incluso divertirse sanamente. Y todo lo hace desde Dios y para Dios, en una rectificación ordenada hacia su fin que no depende de la multiplicación, a veces farisaica, de los actos externos de piedad desencarnados de la vida, sino de una entrega total a la persona de un Cristo que exige sí oración y culto, pero también rectitud de vida, coherencia, cumplimiento idóneo de las responsabilidades terrenas, integración social.

Por eso no está mal que esperemos las vacaciones, que preparemos los regalos y las fiestas, que tengamos la secreta esperanza de sacar la Grande, que hagamos régimen. Incluso ¿por qué no aprovechar el régimen y ofrecerlo como ayuno de adviento? Pero que todo eso no excluya sino que integre esa esperanza que supera infinitamente toda esperanza terrena. Esa alegría definitiva que se acerca cabalgando el seno de María y que bien puede expresarse y pregustarse en esas legítimas alegrías humanas a las cuales también nos preparamos.

Y no olvidemos a los que no tienen o tienen menos.
Tú que te preparas para las fiestas en las que abundará de regalos tu árbol, y de confites y sidra tú mesa. Tú que tienes dos túnicas. Tú que tienes qué comer.

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