Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1972. Ciclo B

3º DOMINGO DE ADVIENTO 

Lectura del santo Evangelio según san Jn 1,6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron. "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

SERMÓN

¡Historia patética la de este extraño Bautizador alto y enjuto! Ni Cristo, ni Elías, ni Profeta. Voz en el desierto. Pura voz, nada más que voz. Surgida de una garganta que terminará cercenada y servida en bandeja de plata como salario de la danza procaz de una hetaira joven.

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Massimo Stanzione 1585 - 1658)

Juan el precursor, el preparador, el adelantado, el nuncio, el mensajero. Con su fugaz momento de notoriedad. Como el chico que, cuando los mayores están esperando la visita se siente contento de ser el primero en verla y gritar “¡Ahí viene! ¡ahí viene!” O como, cuando en el camino, se acercan los punteros de la carrera, aquellos que corriendo adelante anuncian a los mirones que aguardan “¡Ya llegan! ¡Ya llegan!” ¿Quién se acordará de ellos cuando arriben los anunciados?

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Massimo Stanzione 1585 - 1658)

Pero Juan asumió su papel conscientemente. Sabía que solo era voz que debía gritar, señalar y desaparecer: “Detrás de mí llega alguien que es mayor que yo” –dijo‑ “No soy digno de desatar la correa de su sandalia”. “Es necesario que él crezca y yo disminuya”.

Y sí que supo hacerlo, una vez cumplida su misión, sin un asomo de herido orgullo, sin una protesta.
Cuando después de años de ayuno y prédica se vio frente a frente con Aquel a quien había estado anunciando y con mano temblorosa y en gesto de supremo desprendimiento les señaló a sus propios discípulos y les dijo que, abandonándolo a él le siguieran, ya sabía que su papel había terminado. El comienzo del fin.
Después de eso ya solo lo esperaba un húmedo calabozo en el fortín de Maqueronte. Y una cuchilla. Y una bandeja.

¿Y qué otro papel puede tocar a la voz sino resonar en el aire y desaparecer? Juan era la voz. Cristo es el Verbo, la Palabra. Y la voz solo existe en función de la palabra. Lo que importa no es el sonido, importa el sentido, el significado, el concepto, el verbo, la palara que dicho ruido despierte en mi mente, en mi cabeza. Cuando la voz ha desaparecido, la palabra aún permanece. La voz es externa; la palabra en cambio es interior.
Y cualquier maestro o profesor sabe bien que es inútil que la voz salga a torrentes si nada se da a luz en la inteligencia del alumno.

Algo así como la misión de Juan Bautista ‑el papel de voz‑ es el que desempeña la Iglesia. Ella es como un gran clamor puesto en medio de este mundo. Todos pueden verla, todos pueden oírla, pero no le interesa llamar la atención sobre ella misma. Es a Otro a quien señala y conduce.
Durante y después del Concilio recuerdo lo satisfechos que estaban muchos sacerdotes y obispos por la atención con que el mundo y los diarios seguían los debates e incidencias conciliares. “De vuelta a todos interesa oír la iglesia”, decían.
¡Pobre ilusos! Al mundo y al periodista les interesaba la voz, no la Palabra. El espectáculo, los debates, los cambios. No Cristo.

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¿Qué pensaría un botellero si la gente le dijera “¡qué hermosa voz tiene!” pero nadie le vendiera sus botellas y sus diarios viejos? ¿O, a un profesor “¡qué estupenda es su dicción!” pero ninguno entendiera su clase?
Así la Iglesia –como Juan el Bautista‑ no le vale ser conocida u oída sino para señalar a Aquel que es el único que importa: Cristo.

Desgraciado el sacerdote que se hiciera él muy conocido y se llenara de amigos y admiradores pero se olvidara de hacer amar a Cristo. No se necesitan amigos de los curas sino amigos de Jesús.
¡Malhaya el predicador que terminada la Misa obtuviera de sus oyentes el “qué bien habla este padre” pero no lograra acercarlos un ápice más a Dios!
No nos interesan tus elogios, cristiano, sino tu corazón contrito y convertido. No aprovecha mi voz en tus oídos, sino la palabra de Jesús fincada abrasadora en el centro de tu alma.
Desdichados obispos, curas y monjas que suscitan aplausos y recogen votos y simpatía pero no corazones para Cristo.

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Juan señalando a Jesús, escuela italiana principios siglo XVIII, Girona

Por eso nosotros seguiremos gritando en el desierto. Y lo más fuerte posible y bautizaremos con agua, con mucha agua. Pero, no te engañes, ni nos engañes: si solamente oyes nuestra voz y sientes correr el agua sobre tus espaldas, de nada sirve si no oyes la palabra del Maestro golpeando a las puertas de tu alma; si el Espíritu no te inflama con fuego y con ganas de ser santo y de transformar el mundo; si, apagado el rumor de los parlantes, no sientes en tu interior a Aquel a quien anuncian nuestras voces y de quien no somos dignos de desatar las correas de sus sandalias.

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