Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2003. Ciclo C

3º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 14-12-03)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 10-18
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?» El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les respondió: «No exijan más de lo estipulado» A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo» Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible» Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

SERMÓN

            La etología, a saber el estudio del comportamiento animal, ha tenido enorme desarrollo, sobre todo a partir de Konrad Lorenz , Eibl-Eibesfeldt y quizá, especialmente, el americano Edward Wilson de Cambridge con su Sociobiology , aparecido en 1977. A partir de entonces, se han multiplicado dichos estudios, abarcando una enorme gama de bichos, desde mamíferos tan grandes como ballenas y elefantes hasta insectos minúsculos. Los investigadores, en todas las especies no solo encuentran características hereditarias fenotípicas, somáticas, anatómicas sino de comportamiento individual y social. Además de dirigir la formación del cuerpo, los genes determinan patrones de conducta, modos de organizarse, de proceder, de aparearse, de cuidar la prole. Los genomas específicos transmiten comportamientos, ethos en griego, de allí 'etología'. Aún los animales que necesitan ser enseñados por el grupo o por los padres están pre-programados genéticamente para aceptar ese aprendizaje.

Todo ello hace a la supervivencia del individuo y de la especie, porque lo que se hereda y aprende son los modos más aptos probados por la evolución para que la especie sobreviva. Se depositan en el ADN como una especie de código instintivo de conductas que hacen al bien común del grupo y de sus integrantes. Lo que en el animal irracional es etología, en el hombre se eleva a ética, a moral, porque esos comportamientos beneficiosos han de ser asumidos libre y conscientemente. Moral, de 'mores', dice lo mismo que ética, pero en latín. Ya hacia los años 1971 Wickler , etólogo alemán, había escrito una sugerente estudio, " La biología de los diez mandamientos ", que mostraba la base etológica, animal, genética, de los mandamientos, como condiciones de supervivencia de los primates.

Es decir que la ley natural, la ética humana, no es una imposición arbitraria de normas puramente convencionales, como sostienen tanto el liberalismo como el marxismo, como otras tantas ideologías, sino que están inscriptas en el modo de ser y de actuar del hombre programado o preprogramado por sus genes , de modo análogo a como lo están sus leyes fisiológicas, biológicas, neuronales. Con la particularidad de que las leyes éticas están al servicio de lo más humano del hombre: lo psíquico, lo consciente, lo 'relacional'. Contrariamente a lo que piensa la gente, no son normas impuestas por ninguna concepción religiosa, sino tan constatables y hereditarias como cualquier otro tipo de ley descubierta y formulada por la ciencia y cuyo cumplimiento hace a la salud mental de la sociedad en su conjunto y en sus integrantes particulares.

Aún en las maneras de proceder -costumbres o leyes- puramente culturales, adquiridas, convencionales, diferentes en diversas civilizaciones, existen las que protegen mejor o peor, se adaptan más o menos, al modo humano de vivir. Hasta tal punto que, si no se adaptan a la realidad de lo que el hombre es, pueden transformarse en costumbres o leyes inhumanas.

Esa pues es la función de la ética -una de cuyas partes es la política-: proteger la salud psíquica, y por lo tanto la felicidad de las sociedades humanas y sus integrantes. La ética, la auténtica política, promueve el bien común, el perfeccionamiento de las personas, la integración de la familia, la consistencia y unidad, el bienestar y la paz del entramado social. En si mismas nada tienen que ver ni con un determinado credo religioso ni, mucho menos, con la vida sobrenatural. La ética natural es de por sí dominio de la ciencia, no de la religión o la revelación.

Digamos pues que la moral es lo que permite al hombre, en su vida terrena, realizarse, crecer, actuarse en libertad, alcanzar envergadura personal. De allí que sea el ámbito de los altos amores, del progreso individual, del encuentro con la verdad, con el saber, con la belleza, con el arte... Solo la ética libera las auténticas potencias y talentos del ser humano para que estos puedan desplegarse creativamente, no solo en el ámbito de lo personal, sino en el de lo científico, lo técnico y aún lo económico. Tan está la ética afincada en la tierra, que la inmoralidad no solo produce corrupción de las actividades más elevadas del hombre sino que engendra finalmente injusticia, atraso, pobreza y, aún, enfermedad y miseria.

Esto hay que machacarlo una y otra vez, porque la gente suele pensar que la ética es un ámbito reservado a la religión, a los curas, al Papa y que solo tiene sentido en el nicho de lo que tiene que ver con Dios o, con la pura intimidad del hombre. De ninguna manera -repito-: la ética es uno de los máximos bienes sociales y, antes que nada, tiene que ver con el hombre y con su posibilidad de realizarse o no en este mundo, en su vida personal y social.

En este sentido la historia de la humanidad, desde sus lejanos orígenes, hace más de cien mil años, es un abundante muestrario de lo que pueden hacer de mal al hombre costumbres y normas que no responden a su naturaleza, a las preadaptaciones de su programación genética, hereditaria. Sobre todo a partir del neolítico: terribles desigualdades sociales, dominio despótico de la mujer por el varón, poligamia, esclavitud, mutilaciones, tortura, sacrificios humanos, embriagueces, vicios, mezclaban, en su ética, normas rectas con otras que iban en contra de la naturaleza profunda del hombre y solo servían para justificar y mantener tremendas iniquidades. Por supuesto que con sus matices: desde la barbarie de las espantosas costumbres, por ejemplo, de los aztecas o los asirios, hasta las más morigeradas leyes y ética de, por lo menos en algún momento de su historia y en sus mejores pensadores, la China, Grecia o Roma.

Pero donde el historiador encuentra un hilo de moralidad cada vez más purificado y humano, plasmado finalmente en la genialidad de los llamados diez mandamientos, suma todavía plenamente válida de la eticidad humana, concepción casi perfecta de la moral, es en la historia del pueblo de Israel , conocida a través de esa biblioteca única de documentos escritos que conocemos como la Biblia.

Leer la Biblia cronológicamente es descubrir la emergencia paulatina y asombrosa de una concepción del hombre y de la vida cada vez más afinada, que acaba no solo en una visión admirable de la dignidad del hombre -de todo hombre-,  como 'creado a imagen y semejanza de Dios', y del respeto a su vida y a sus bienes, sino de sus relaciones sociales y las recíprocas e igualitarias del varón y la mujer.

Y si bien es en Israel donde lo moral se integra con lo religioso, la ética, en sus fines, no trasciende el campo de lo terreno y es avalada por lo religioso solo en orden a los bienes de este mundo. Es que la ética no da para más: solo tiene incidencia en el ámbito de lo humano, de su naturaleza, de la posible compleción en esta tierra de sus preprogramaciones genéticas. Ninguna ética natural, por más legitimación divina posea, es capaz de ganar para el hombre otra cosa que mayor y mejor vitalidad humana. Y, en todo caso, abrirlo al deseo de bienes mayores.

Porque es necesario reconocer que, históricamente, ha sido ese humus intelectual permitido por la ética judía, el lugar en donde la razón humana se abrió lúcidamente a la existencia del Creador Trascendente y, mediante sus teólogos y profetas, a la percepción de que la máxima posibilidad del hombre había de consistir en encontrarse de alguna manera con Él. Es en la cultura hebrea donde se llega a la constatación de que el hombre es un ser intrínsecamente insatisfecho, inacabado, hambriento de una plenitud y felicidad que ésta su vida biológica era incapaz de proporcionarle. Es esta insatisfacción, espera, anhelo, la que fue preparando el camino para la revelación de Nuestro Señor, el Cristo.

La ética sola no basta para elevar al hombre a Dios; apenas ayuda a vivir mejor en esta tierra, pero, sin ella, el ser humano es incapaz de percibir que su única posibilidad de plena salvación solo puede venir de Dios. La ética tiene, como función pedagógica, no 'ganar el cielo', sino abrir la mente y el corazón del hombre para recibirlo como don de Dios.

Por eso, en la concepción de Lucas, Juan el Bautista, este personaje singular que invita al pueblo a vivir la ética pura de los grandes maestros de Israel, más allá de ser un personaje histórico, representa el punto culminante de toda la línea del crecer humano en el camino de la ética y de la razón hacia el encuentro con Dios. Juan es a la vez el clamor profundo de la naturaleza humana y lo que, naturalmente, ha obrado la cultura y la ética escogida de Israel en el corazón del hombre. Y si, como dicen la teología y aún el moderno principio antrópico, el hombre representa el último hito del ascenso de la materia, desde hace 17. 400 millones de años, Juan representa, también, la máxima aspiración del cosmos, de esa materia, del universo, asumidos por el hombre.

Pero, como hemos dicho, el hombre, por más que haga, no puede llegar a Dios. Afirmar Su existencia, descubrir muchos de Sus aspectos esenciales. Nada más. Porque su cerebro y su vitalidad están, por ahora, acotados en el espacio-tiempo. Solo si Dios, desde su eternidad, más allá de la naturaleza, 'sobre-naturalmente', 'gratuitamente', toma la iniciativa libre y amante de acercarse al hombre, introducirse en su tiempo y espacio, y ofrecerle su amistad, su propia Vida, solo así el hombre puede atreverse a pretender participar de la vida divina.

Entonces ¿cuál es la función de la moral natural, la predicada por Juan? Solo preparar este encuentro. Sin la apertura de la ética, sin la rectitud de intención, sin la liberación de la inteligencia en orden al encuentro con la verdad, sin la salida de la mente a las cosas grandes y bellas, sin un lenguaje y una cultura adecuadas para hablar de las cosas de Dios, es imposible, incluso para Dios, allegarse al hombre.

El cerebro y el corazón humanos acostumbrados a lo bajo, a lo vicioso, a lo inferior, a lo sórdido, a lo de mal gusto, pobre en ideas y en palabras, distraído por placeres ínfimos, aturdido por errores y mentiras, no habituado a pensar, a reflexionar, televidente, politizado, pauperizado, idiotizado, enviciado, habituado a su chiquero ¿cómo va a escuchar la voz de Dios?, ¿cómo va a apreciar lo belleza de Su amistad?, ¿cómo va a aspirar a las delicias divinas?

De allí el papel de Juan Bautista y su llamado a la conversión, a la ética. Ética -como Vds. le han oído- bien concreta, bien humana, bien posible: generosidad con el prójimo, honestidad en las respectivas responsabilidades privadas o funciones públicas -recaudadores de impuestos, soldados, inspectores, amas de casa, estudiantes, jefes, maridos, novios, hijos- 'hacer lo que corresponde'...

Pero quede claro, eso es solo preparatorio, social, humano, 'bautismo con agua', impotente para otra cosa que no sea intentar lograr una sociedad mejor, una vida más practicable en este mundo y una nostalgia de cosas superiores. Y sin embargo, precisamente por esto, ética necesaria para poder esperar, sí, al que -dice Juan el Bautista- 'es más poderoso que yo': más poderoso que todo intento humano, que la moral, que la política, que la ciencia, que la técnica.

" Yo os bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias. " Desatar los cordones del calzado de alguien, para los hebreos acción tan humillante que, según la ley, aún los esclavos judíos estaban exentos de practicarla y ningún dueño podía exigírsela. Es que la maravilla de lo que viene a traer Jesús, es la superación de la distancia infranqueable que existe entre lo natural, lo creado, lo contingente, lo finito, con lo sobrenatural, el Creador, el Ser necesario, el Infinito. ' El os bautizará no con el agua que limpia éticamente el actuar humano, sino con el Espíritu Santo y en el fuego '. El Espíritu Santo , el vivir de Dios, la vitalidad trinitaria, la gracia sobrenatural, la filiación divina, la participación de los bienes del cielo. El fuego de su amor rugiente, de su caridad abrasadora, de su ternura celeste, ahora sí, la ética superior de las virtudes teologales , la santidad que supera indefinidamente cualquier tipo de humana ética.

Terrible es pues, la corrupción que mina la sociedad, que estraga nuestros gustos, que arruina la percepción de lo justo, de lo bello, de lo bueno, que se plasma en leyes inicuas votadas por legisladores perversos o ignorantes -leyes que se aplican aleatoriamente -aún las buenas- en tribunales venales y se protegen con policías desguarnecidos o, peor, deshonestos...- Terrible también, es la inmoralidad que disuelve la familia, pervierte el sentido del amor y del sexo, transforma los grandes negocios en partidas de mafiosos, desalienta la inversión, el trabajo productivo y la iniciativa privada, aumenta la pobreza y arroja niños huérfanos a la calle y puebla nuestras ciudades de cartoneros y delincuentes... Pero sobre todo terrible, la corrupción moral, porque impide a nuestra gente, a nuestros jóvenes, abrirse a los valores trascendentes, oír el llamado de Dios, los pasos del Cristo que llega, apreciar la oferta de cielo, la exultación gozosa de seguir el camino de Jesús.

Juan Bautista, la moral, quisieran servir ciertamente, para hacer más enriquecedora y pacífica la vida del hombre en esta tierra, pero, antes que nada están para alertar al hombre y prepararlo a recibir el Bautismo de Fuego y el Espíritu de Jesús.

Tiempo de adviento. Muchas adherencias, suciedad y polvo de este mundo, se han depositado, sin quererlo, en nuestras mentes, en nuestro corazón. Pequeñas y grandes tentaciones con las que hemos jugado, concesiones a 'todo el mundo lo hace', pereza en la búsqueda de lo recto, de lo valioso... Tiempo perdido frente a la televisión, conversaciones ociosas, crítica y broncas inútiles, pérdida de paz, mucho lugar a las inquietudes puramente mundanas... ¿Quién no tiene algo que purificar, que rectificar, que pulir, que retocar? Lavarse: agua, ¡mucha agua!, silencio, oración, esperanza. A eso nos exhorta Juan Bautista en este adviento. Revisar nuestra ética, para que, cuando llegue el Poderoso, nos inunde con su Espíritu, con su fuego.

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