Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1998. Ciclo C

2º DOMINGO DE ADVIENTO

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     3, 1-6
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea , siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

SERMÓN

        En medio del desolado panorama que se extiende desde Jerusalén hasta el Mar Muerto, cerca de la orilla noroeste, se pueden ver hoy, apenas sobresaliendo del suelo, una serie de paredes destruidas de piedra que poco dicen a los turistas que allí son llevados por sus guías.

Y sin embargo se trata de uno de los lugares arqueológicos más interesantes del mundo. No tanto quizá por las excavaciones realizadas en ese lugar, sino por los hallazgos obtenidos a partir del año 1946 en grutas vecinas a ese lugar: cientos de antiguos manuscritos encerrados en vasijas de cerámica conteniendo gran parte de la sagrada Escritura y libros religiosos del período véterotestamentario.

La importancia del descubrimiento puede medirse si se piensa que esos manuscritos están datados en fechas que van desde el año 200 antes de Cristo al 69 de nuestra era, cuando los manuscritos de la Biblia hebrea que hasta ese momento se tenían pertenecían, ¡cuanto mucho!, al siglo IX o X después de Cristo. Más aún, es sabido que, en el año 80, en el sínodo de Jamnia, los fariseos habían mandado quemar todas las obras que no correspondieran a la ideología farisea, así que se habían perdido en las llamas muchísimas obras religiosas que nos hubieran ayudado a comprender mejor el ambiente del Nuevo Testamento. Algunas de estas obras perdidas también fueron encontradas en estas cuevas.

Por supuesto que estoy hablando de Qumram, y las ruinas mencionadas son las del famoso monasterio esenio del mismo nombre.

Los esenios eran una secta judía, a la manera de los fariseos, los zelotas y los saduceos, que, en disidencia con las autoridades religiosas de Jerusalén, se habían retirado al desierto y pretendían preparar la llegada del Día del Señor llevando una vida de pureza y oración que los haría dignos de ser contados entre los elegidos. Su texto favorito era el que hemos escuchado en el evangelio de hoy: "Preparad en el desierto el camino del Señor; allanad en el desierto un camino para nuestro Dios". Aunque a la comunidad pertenecían no solo solteros sino también casados, vivían una existencia austera en donde lo principal era el estudio de la Escritura, la oración, el trabajo -sobre todo la copia de manuscritos- y algunos ritos como, por ejemplo, el de los baños rituales de purificación, a los cuales se sometían frecuentemente.

Precisamente las excavaciones arqueológicas, llevadas adelante desde 1951 en esas ruinas, han dado a luz un completo sistema de abastecimiento hidráulico con cisternas y conducciones, piletones para los baños rituales, una gran cocina con despensa, un enorme refectorio, almacenes, talleres de cerámica y una gran sala para escribir, que era el lugar donde se copiaban pacientemente los manuscritos.

El monasterio gozó de gran vitalidad entre los años 110 antes de Cristo y hasta el año 69 después, cuando fue tomado y destruido por los romanos.

Y los estudiosos piensan que, ante el anuncio del avance romano, los monjes esenios quisieron salvar su valiosa biblioteca y escondieron sus libros en las cuevas donde fueron hallados 19 siglos después.

Pero en el domingo de hoy este monasterio nos interesa porque, muy proba­blemente, ha sido el lugar donde Juan, el hijo de los ancianos Zacarías e Isabel pasó su juventud. Según nuestras fuentes era costumbre en el monasterio recibir a jóvenes huérfanos o a muchachos a quienes sus padres metían en el convento para su educación.

Dada la edad que los evangelios atribuyen a Zacarías e Isabel en el momento de la concepción de Juan, es harto probable que hayan muerto no mucho tiempo después. Cuando Lucas presenta a Juan en el capítulo primero de su evangelio dice textualmente: "el niño crecía, se fortalecía espiritualmente y vivió en el desierto hasta el día en que se presentó a Israel'. Pero "el desierto" era, según los manuscritos de Qumram, eI mismísimo monasterio, ubicado por otra parte en pleno desierto de Judá (1). Por otra parte es evidente que Juan era un profundo conocedor de la Escritura y esa ciencia no se la podían haber dado sino sus estudios y lecturas en la sala de libros de Qumram, en esa biblioteca que aún se ve en sus cimientos y que se había transformado a lo largo de los años en un gran depósito de toda la sabiduría de Israel. Es probable que también de los esenios y sus baños rituales haya extraído Juan su rito del bautismo.

Lo que es indudable es que Juan un día se vio insatisfecho de la actitud sectaria y elitista de los esenios y sintió la urgente vocación de llevar su mensaje a círculos más amplios que el de los pocos ‘puros y santos' que se consideraban estos monjes. Por eso, a la cita mutilada de Isaías que usaban los esenios, considerándose ellos los que preparaban el camino del Señor y allanaban sus senderos, Juan sigue leyendo y completa la frase con el último versículo: "Todos los hombres verán la salvación de Dios". También obedece a esta ampliación de perspectivas el que Lucas haya querido contextuar la aparición de este perdido profeta judío en la cronología de la gran historia nombrando a sus grandes protagonistas, desde el emperador romano hasta los sumos sacerdotes de Jerusalén.

Dicho y hecho: Juan se despide de la comunidad y, desde el desierto, se dirige a la orilla del Jordán en donde vocea su mensaje a todo el que quiera escucharlo: justos y pecadores, judíos y paganos. Es la ruptura con todo racismo y sectarismo que consumará Cristo al morir por todos los hombres, no solo por los judíos y, mucho menos, por una minoría selecta de elegidos.

Por otra parte el bautismo de Juan ya no es un rito purificatorio dotado de propiedades mágicas, se trata de un gesto exterior que lo único que quiere hacer es expresar el propósito interior de la conversión: "anunciaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados". Preparar el camino del Señor no significa, como entre los esenios, encerrarse fuera de todo contacto con el mundo dentro de cuatro muros y pasarse leyendo viejos textos y sintiéndose mejor que los demás. Es convertirse, rectificar las costumbres, encaminar la mirada hacia los valores verdaderos y ponerse en actitud de escucha del Señor.

Por eso el evangelio de Lucas señala a Juan como el último de los profetas, el último de aquellos quienes, en experiencia de pequeñez y de pecado, en expectativas de esperanza, en suplicas a Dios, han ido preparando el corazón de los hombres para recibir el don de Jesucristo.

Juan es la quintaesencia, el zenit, el punto culminante del Antiguo Testamento y, por lo tanto, de lo mejor de lo puramente humano: el hombre abierto a Dios, espe­rando de Él, tratando de ser mejor. Es en esa disposición como Dios puede ser eficaz cuando se nos acerca.

Nos quejamos de que Dios no nos habla, que no nos escucha, que no aparece en nuestras vidas... Pero ¿es que de parte nuestra hay un propósito o esfuerzo mínimo de prestarle atención, de corregir nuestras faltas, de sumergimos en un bautismo de conversión? ¿Hasta que punto nuestras prácticas cristianas van acompañadas de verdadero empeño de cambio, de mejora, de deseos eficaces de santidad, de compromiso con Cristo, de orden en nuestra vida?

Que este tiempo de Adviento pueda servimos como un pequeño retiro al desierto, al fin y al cabo, aunque estemos cerca de las vacaciones, este último tirón antes de las fiestas nos obliga a casi todos, por imperio de las circunstancias, a una mayor disciplina en el trabajo, en el estudio -se vienen los exámenes- , en los balances, en el preparar el año que viene.

Que esas exigencias no nos distraigan de las cosas de Dios y, por el contrario, sirvan de marco ascético para una mayor cercanía a Él, a la oración, a nuestros deberes de estado, a la conversión que tiene que proponerse constantemente todo cristiano, para que Cristo pueda llegar a nosotros y, recibido en serio, podamos decir el 25, sin hipocresías, "feliz Navidad".

1- No parece atinado pensar que un niño pequeño pudiera crecer solo en un desierto real.

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