Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1990. Ciclo B

1º DOMINGO DE ADVIENTO 

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tened cuidado y estad prevenidos, porque no sabéis cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estad prevenidos, entonces, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Y esto que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Estad prevenidos!».

SERMÓN

           Cualquiera que haya abierto alguna vez un libro de filosofía o teología católica y aún un catecismo, se dará cuenta inmediatamente de que su lenguaje no es exactamente el de la Sagrada Escritura. Más aún, muchos de los dogmas que nosotros, como católicos, debemos creer, no los encontraremos explícitamente, ni en los mismos términos, en el nuevo Testamento. Uno podría leer de cabo a rabo la Biblia y no por ello hallar allí la ‘Verdad católica'.

Esto ¿a qué se debe? En gran parte a que, aún traducida al castellano, la Biblia, originalmente escrita en hebreo y en griego, refleja una manera de pensar, una cultura, un modo de narrar y argumentar que no son los nuestros. En el caso del nuevo Testamento es la cultura de los distintos grupos de lengua hebrea, aramea o helenística que constituyeron las primeras comunidades cristianas y que, con esos sus ‘preconceptos', categorías de pensamiento y visión del mundo, intentaron entender los ‘acontecimientos' de la vida, muerte y Resurrección de Jesús y recordar sus palabras, adaptándolas a las circunstancias que vivían dos o tres generaciones después de Cristo.

Esta manera de pensar, esas categorías, ese lenguaje y visión del mundo eran bastante distintos a los nuestros y, por eso, no es tan sencillo entender, sin estudios previos, la Sagrada Escritura.

Tanto es así que, cuando la Iglesia, desde ese ambiente de las sinagogas y de la mentalidad judía, se lanza a la conversión del mundo –y, en aquella época, el mundo griego y romano- debe hacer un enorme esfuerzo de traducción y adaptación a la mentalidad de aquellos a quienes quería dirigir su mensaje. Es allí donde nace la catequesis y la teología.

Porque la catequesis es justamente el intento de volcar al lenguaje y mentalidad del oyente lo que fue pensado primitivamente en otro lenguaje y mentalidad. Y la teología es tratar de pensar rigurosa, científicamente, con los medios que pueda proveer cada cultura, eso mismo que se enseña a partir de la vida y predicación de Jesús y de la iglesia primitiva, reflejada en el Nuevo Testamento.

Pero esto no es siempre tan sencillo, porque ni todo lenguaje, ni toda filosofía, ni cualquier categoría son aptos para traducir fidedignamente el mensaje del Señor.

En Occidente la teología se ha hecho, fundamentalmente, utilizando, como instrumentos del pensar, los sistemas legados a Occidente por Grecia, especialmente desde el platonismo y el aristotelismo . Estos -junto con el estoicismo en el plano de la moral- fueron los sistemas que utilizaron los primeros teólogos de la historia católica para profundizar en la doctrina cristiana. Lo cual ciertamente fue un hecho providencial ya que, aún en nuestros días, cualquiera que quiera pensar en serio en cualquier campo del saber debe hacerla desde la ciencia y la filosofía surgidas en Grecia -no la de los chinos ni la de los aztecas ni la de los árabes (1).

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Aristóteles (384 a. de C-322 a de C)

Y después de muchos siglos de decantación todavía hoy cualquiera que quiera profundizar los dogmas cristianos ha de hacerlo a partir de los presupuestos de esa filosofía, asimilada por figuras señeras como las de un San Agustín o un Santo Tomás.

Pero no se vaya a pensar que cuando se lee a San Agustín se está pensando en platónico, ni que cuando se es tomista se es aristotélico. Porque precisamente uno de los grandes problemas de esos pensadores cristianos fue usar el instrumental del pensamiento filosófico griego, es decir su lenguaje, su técnica, pero tratando de no asimilar el pensamiento que ese lenguaje y esas filosofías vehiculizaban.

Es por ejemplo lo que supuestamente dicen que hacen algunos teólogos contemporáneos cuando afirman querer utilizar -para repensar al cristianismo en categorías más actuales-, el lenguaje existencialista o el estructuralista pero no las ideas existencialistas ni estructuralistas. O los famosos mentores de la ‘teología de la liberación' que dicen intentan usar la técnica del análisis marxista pero no el pensamiento marxista. O los que pretenden repensar el cristianismo desde categorías yogas o hindúes o budistas. O, más caóticamente aún, lo que hace la llamada ‘teología africana', de la cual por supuesto y gracias a Dios todavía Vds. no han oído hablar, pero que es un disparate aún mayor que el de la teología de la liberación.

Porque la verdad es que el lenguaje está estrechamente vinculado al pensamiento y es muy difícil traducir el mensaje cristiano a un lenguaje –y, más arduo aún, a un sistema filosófico-, sin asimilar al mismo tiempo los presupuestos ideológicos de ese lenguaje y ese sistema.

En realidad gran parte de las herejías y errores que desvirtuaron y desvirtúan el mensaje cristiano provienen de esos intentos defectuosos de asimilar sistemas de pensamiento ajenos, de ‘inculturarse' excesivamente, de utilizar acríticamente el lenguaje del mundo.

Por eso lo que finalmente logró el catolicismo con sus dogmas, o el agustinismo o el tomismo con su teología, no fue simplemente pedir un préstamo al platonismo o al aristotelismo, sino plasmar una nueva cosmovisión, un sistema de pensamiento totalmente único -bautizado, cristianizado-, una verdadera traducción del mensaje de Cristo que, utilizando el vocabulario y muchas de las categorías de los grandes filósofos griegos y romanos, nada dejaba del fondo pagano, gnóstico y panteísta de esos pensadores. En resumen algo radicalmente nuevo y original, que dio lugar al nacimiento de la cultura occidental y cristiana, hoy en disolución.

Pero, como digo, en el camino, antes de lograr la total adaptación, hubo muchísimos intentos fallidos. Uno de ellos fue llevado a cabo precisamente por uno de los primeros grandes pensadores de la Iglesia, nacido y educado en Alejandría -el París de la cultura y la filosofía de la época- a principios del siglo III fines del II, llamado Orígenes.


Orígenes en su cátedra con un discípulo

Orígenes, discípulo de Ammonio Saccas, condiscípulo de Plotino, fundó su propia escuela de teología e intento traducir el mensaje cristiano al lenguaje ‘neoplatónico', para pensarlo desde allí.

Este intento le valió ser considerado, luego, el primer gran teólogo de la historia de la Iglesia. Pero no salió indemne. Cayó en errores que, después de su muerte -por eso no fue hereje- fueron condenados. Errores que no eran sino las adherencias ideológicas que traía el sistema filosófico griego, incompatibles con el cristianismo, y que Orígenes no alcanzó a expurgar o bautizar del todo.

Por ejemplo el pensamiento griego -no solo el neoplatónico que usó Orígenes, sino el aristotélico, el platónico, el estoico- creía en la metempsicosis -o metempsícosis, en castellano se puede acentuar de las dos maneras-. Es decir en la transmigración de las almas. En la reencarnación.

Este pensamiento, común a muchas escuelas orientales como el hinduismo o el teosofìsmo, proviene de la convicción de que el ser humano es una partícula de ser divino caída en la materia, en el cuerpo y que, antes de volver a la esfera celestial, debe purificarse de su materialidad mediante sucesivas reencarnaciones.

Por otra parte, como creen que el ‘todo cósmico' es lo divino -es decir son panteístas- y como lo divino no puede desaparecer ni tener comienzo, han de sostener que el universo es eterno o que vuelve a repetir indefinidamente, en ‘eterno retorno', los mismos ciclos, por siempre jamás.

Algo de esto es lo que sostiene por ejemplo Carl Sagan, el autor de la serie Cosmos . Como no acepta la existencia de un Dios trascendente, postula que el proceso de expansión del universo un día se detendrá y se revertirá implosivamente hacia un Big Crunch que, a su vez, coincidirá con otro Big Bang, en un proceso de eterna ‘expansión-compresión-expansión'. Y, por eso, a Sagan le gustan tanto las doctrinas orientales -budismo, hinduismo- que dicen más o menos lo mismo.

Pues bien, Orígenes no puede escapar del todo a esta mentalidad que embebía la cultura de su época y a las doctrinas neoplatónicas de las cuales utilizaba de lenguaje. Y, a pesar de que, obligado por el mensaje bíblico, sostenía que el universo un día se terminaría definitivamente, esto no sucedería –afirmaba- sino después de multitud de apariciones y desapariciones de nuevos universos, de nuevas edades cósmicas. Y ¿para qué necesitaba Orígenes esas muchas edades? Para que -según él- todo el mundo se salvara.

Porque Orígenes quería explicar, entre otras cosas, porqué, unos nacían ricos y otros pobres, unos lindos y otros feos, unos blancos y otros negros, unos sanos y otros ciegos. Si Dios hubiera repartido así, tan desigualmente, sus dones no podría dejar de ser acusado de injusticia.

Entonces -sigue afirmando Orígenes- la cosa ha de ser entendida de esta manera: ‘Dios, en el principio de los tiempos crea a todas las criaturas iguales, pero con la posibilidad de perfeccionarse por la gracia. Como no todas quisieron hacerlo sino que muchas se enamoraron de sí mismas y rechazaron a Dios, decayeron de su estado primitivo. Las que más pecaron se hicieron demonios, las que menos pecaron, ángeles, las que ni mucho ni poco, hombres. Pero, como Dios es infinitamente bueno, les da a todos la oportunidad de arrepentirse y volver a Él. Para eso concede ‘el cuerpo' a los hombres, para que, en él, puedan purificarse y mejorar. Y, como esto no suele conseguirse en una sola vez, Dios, con toda paciencia les da muchísimas oportunidades, haciéndolos reencarnar en distintos cuerpos -y aún en distintos mundos o eones- tantas veces sean necesarias para que finalmente puedan arrepentirse y retornar a Dios.

Incluso, al fin de los tiempos, los mismísimos demonios se salvarán y todas las creaturas racionales accederán al cielo, gracias a la paciencia inextinguible de Dios.

Aunque estas doctrinas inmediatamente encontraron la oposición de muchos obispos y teólogos, la condenación oficial de ésta y otras doctrinas neoplatónicas de Orígenes se hizo muchos años después. Fue el emperador Justiniano, en época del Papa Vigilio, en el año 537, quien promulgó una serie de cánones contra Orígenes, entre los cuales el primero que dice: "Si alguno dice que las almas de los hombres preexisten, como que antes fueron inteligente y santas, que se hartaron de la divina contemplación y se volvieron en peor y que por castigo fueron arrojadas a los cuerpos, sea anatema ". O el noveno: " Si alguno dice que el castigo de los demonios o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, sea anatema".

El asunto es que, como ven, lo que la Iglesia termina por afirmar no es exactamente la eternidad de las penas del infierno, sino lo definitivo de lo que hayamos realizado en esta vida, sea para acceder al cielo o a la condenación, a la muerte. No hay otra oportunidad, no hay reencarnación, no hay eterno retorno de lo mismo. Esta vida que nos da Dios es única. Cada momento de ella es irrepetible, no podemos volver atrás. La paciencia de Dios dura lo que dura nuestro tiempo en esta única existencia terrena, en esta única historia. El vivir es una cosa seria, en él nos jugamos la existencia para siempre en Dios, o el definitivo morir, -la muerte segunda, de la cual habla el Apocalipsis-.

Esto es lo que desea recordarnos la Iglesia con el evangelio de hoy en este comienzo del nuevo año litúrgico, el primer domingo de Adviento. Tomémonos en serio la vida, no nos durmamos, hagámosla valiosa en buenas obras, en altas empresas, en servicio a Dios y a los demás. Es la única que se nos da. Que cuando el Señor venga a buscarnos nos encuentre preparados para pasar a la Vida y no para precipitarnos, sin retorno, en la oscuridad.

(1) Cuando parte de estos últimos fueron arrebatados por el Islam y luego se desparramaron por todo el mundo civilizado, adoptaron, cuando quisieron pensar en serio, lo mejor de las culturas que parasitaron: arquitectura y números persas, filosofía neoplatónica y neoaristótélica, doctrinas pseudomísticas orientales. Recordar empero no confundir árabes con musulmanes. Muchos árabes fueron, antes, cristianos que musulmanes y en nuestros días muchísimos siguen siéndolo.

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