Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1979. Ciclo B

1º DOMINGO DE ADVIENTO 
2-12-79

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tened cuidado y estad prevenidos, porque no sabéis cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estad prevenidos, entonces, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Y esto que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Estad prevenidos!».

SERMÓN

William Miller, nacido en Massachusetts, cuando se inscribió para combatir por la independencia norteamericana, se había anotado como ‘no-creyente'. Más aún, alcanzó altos grados en la masonería, de la cual nunca abdicó, ni siquiera luego de su conversión. Durante la guerra sufrió una profunda crisis religiosa e ingresó en la secta de los ‘baptistas-regulares'. Desde entonces la lectura de la Biblia –sin método ni ciencia- fue su afán cotidiano y apasionado.


William Miller 1782-1849

Se le ocurrió que el mejor servicio que podía hacer a la humanidad era determinar la fecha del juicio final. Encontró en el capítulo VIII del profeta Daniel una visión que afirmaba: “ Después de 2300 tardes y mañanas el santuario será purificado ”. La cosa era clara: si se pudiera determinar a partir de qué momento transcurrirían esos 2300 días, el enigma quedaría resuelto. Miller se decidió a adoptar como punto de partida del conteo al año 457 AC, cuando Esdras regresa a Jerusalén. Una simple resta, y el fin del mundo quedaba fijado para 1843.

Miller se pegó un susto bárbaro porque dicho año estaba peligrosamente cerca del que estaba viviendo. Es así que, para alertar a la humanidad sobre la próxima catástrofe, en 1833 publicó su libro “ Evidencias sacadas de la Escritura y de la historia en torno a la venida de Cristo hacia 1843 ” (“ Evidence from Scripture and History of the Second Coming of Christ, about the Year 1843” ).

Después de esto, junto a un grupo de discípulos, se lanzó a predicar por todas partes la proximidad del fin del mundo y la necesidad de la penitencia. Millares de arrendatarios y campesinos abandonaron todo en pos del profeta, durmiendo al aire libre, esperando la llegada de Cristo.

Pasó el año 1843 y nada ocurrió.

Terrible desilusión, pero Miller aseguró que había habido un pequeño error de cálculo: la fecha sería el 21 de marzo de 1844.

Nueva espera, nueva desilusión.

Miller ahora calla: pero uno de sus discípulos, un tal Snow, afirma que, en realidad, la verdadera fecha era el 22 de Octubre. El 23 de Octubre, nuevamente, daba lástima verlos a todos cabizbajos.

Y, sin embargo, siguen fieles a Miller. Este ya no fija más fechas. Se limita a predicar que está cerca el ‘adviento' de Cristo. Y queda allí fundada la secta de los ‘adventistas'.

De una de sus subdivisiones: la de ‘los adventistas del séptimo día' –porque cambiaban el descanso del domingo por el del ´sábado, séptimo día de la semana- sale un tal Charles Russell, presbiteriano de origen, mezcla horrenda de escocés e irlandés, de familia riquísima, que también se dedicaba a estudiar la Biblia con otros amigos con los cuales formó una especial tendencia. Probó, contra Miller, que el fin del mundo ocurriría en 1874.

Por supuesto la fecha pasó y, ante la sorpresa de los “Estudiantes de la Biblia”, no había ocurrido nada.

No se amilanaron por ello. Se separaron del adventismo y, fundando la “ Watch Town Bible and Tract Society ”, comenzaron a editar y difundir toda clase de publicaciones destinadas a dar a conocer al mundo: “ La maravillosa nueva del establecimiento inminente sobre la tierra de la ciudad ideal paradisíaca de la que habla el profeta Isaías y donde no existirá mal alguno ”.

Más tarde compraron diarios, radioemisoras, imprimieron discos. Hoy tienen canales de TV.


Charles Taze Russell , 1852 - 1916

Por supuesto, para entonces, Russell ya había cambiado la esperada y temida fecha: el fin del mundo sería el 1914. Cuando este año llegó y pasó, rectificó sus cálculos: las postrimerías acaecerían el 1918.

Con gran alivio de su parte no tuvo necesidad de rectificarse porque tuvo el tino de morirse en 1916.

Lo sustituyo en el cargo de presidente de la “ Asociación internacional de los Estudiantes de la Biblia ” el juez Rutherford , que se apresuró a fijar como plazo del fin del mundo el año 1925.


Joseph Franklin Rutherford (1869-1942)

Como es notorio dicho año transcurrió como cualquier otro. En 1931, leyendo a Isaías en el pasaje que dice "vosotros sois mis testigos” decretó que ese sería el nombre que sus adeptos llevarían desde entonces: "Testigos ”. “Testigos de Jehová ”, así los conocemos en nuestros días.

En un último librito que he leído de ellos, parece que vuelven a defender una de las fechas de Russell, 1914. Pero como Jesús por allí dijo que “ esta generación no pasará sin que sucedan estas cosas ”, de lo que se trataría es que no se morirán todos los nacidos hacia el 1914 sin que advenga el fin del mundo. Por lo cual, suponiendo que algunos de esa generación alcancen los ochenta-noventa años, el fin del mundo se ubicaría hacia el año 2000.

Mientras tanto –sostenía Rutherford- Satanás impera en el mundo y las sociedades. De allí que no haya que saludar banderas, ni cantar himnos, ni defender a sus países con las armas. Herencia notoria del origen masónico de este movimiento pseudoreligioso era -y es- la afirmación de sus líderes de que los católicos creen en un Dios de tres cabezas; Jesús no es Dios; la Iglesia católica es una grosera mascarada religiosa que deshonra a Dios y a su Cristo engañando a la gente. El Papa no es sino una de las Bestias del Apocalipsis.

Finalmente sostiene que todo será barrido con el fin del mundo, menos 144.000 –número sacado del Apocalipsis- Testigos de Jehová, que vivirán felices durante mil años, gobernados por Jesús.

Así es que, tanto adventistas como testigos de Jehová, no han escapado a la tentación, renovada de tanto en tanto a lo largo de la historia de los judíos y, luego, de los cristianos, incluso entre católicos, de fijar la datación de los acontecimientos postreros. Pretensión tanto más evidentemente arraigada en la naturaleza humana cuanto que, para desanimarla, el mismo Jesús había dicho “ Aquel día y hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino sólo el Padre ”.

¡Qué curioso!: la absoluta certeza del fin del universo y la incerteza del momento. Igual que, para nosotros: la total certidumbre de que todos y cada uno moriremos y el no saber cuándo. Pero Dios lo quiere así, para que nunca claudiquemos, y vivamos siempre proyectándonos hacia más y más. Santidad, por supuesto. Amén de que, psicológicamente, no nos ayudaría para nada tener la visión anticipada de nuestra nota necrológica en La Nación.

Hace unos 20 días tres astrónomos norteamericanos de Arizona, parecen haber demostrado que el universo es más joven de lo que se pensaba: no 15.0000 millones de años sino 9.000. Años calculados según una ‘constante' llamada ‘de Hubble' que ha debido últimamente ser modificada: de ‘50 Km por segundo por millón de pársecs' (‘50 km/s/Mpc', donde Mpc quiere decir ‘megapársec') a ‘95 kilómetros por segundo -/Mps-'. De lo cual se deduce que, si el tamaño de universo, medido por la distancia al punto más lejano del universo, es la velocidad de la luz multiplicada por la edad del universo, el cosmos ha de ser también la mitad de grande de lo que se creía.

Lo que interesa a nuestro tema, empero, es que siendo más jóvenes de lo que pensábamos, científicamente estamos más lejos del fin (1).

Pero nada de esto tiene demasiado que ver con el evangelio de hoy. La Biblia no quiere hacer, estrictamente, cosmología. El sol que se oscurece, la luna que no da luz y las estrellas que caen del cielo, no son imaginadas como lo hacen los científicos contemporáneos. La antigüedad no tenía idea de los procesos físico-cósmicos que llevarían a la muerte térmica del universo, ni entendían de la dinámica de los cometas, o los procesos nucleares de novas ni supernovas. Lo celeste, aún en el lenguaje bíblico, se transformaba en símbolo de lo divino.

Y señal de la inmutabilidad de la voluntad y el poder divinos era el aparentemente férreamente establecido cosmos. El que los elementos celestes pudieran ceder en su estabilidad sostenida por Dios era presagio de acontecimientos decisivos.

Las conmociones cósmicas, en el género apocalíptico, vétero, extra y neotestamentario, eran pues de carácter fuertemente simbólico más allá del realismo con que las pergeñara el escritor.

En realidad todo apocalipsis, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, tanto en los evangelios como en los pasajes apocalípticos de Pablo y el último libro de Juan, es utilizado como mensaje de confortación a los creyentes en momentos de extremada tribulación y persecución.

El trozo que hemos leído hoy, precisamente, viene como consuelo al pasaje inmediatamente anterior del evangelio que hablaba de ´cárceles, persecuciones, torturas, muerte. Y ¿cómo los consuela? Les dice: “pero a pesar de ello, ¡ánimo!, Cristo se mostrará el más fuerte, vencerá, cuando todo parezca perdido” Y, para describir ese poder se utilizan las antiguas imágenes bíblicas del señorío del Creador sobre el universo. Esa presencia del poder de Dios que se manifestaba en los truenos, las nubes, lo eclipses, los rayos. Eso era parte de Su Gloria, de Su luz y poder.

¿Quién podrá temer a los poderes de este mundo, aún al aparentemente intocable imperio romano, cuando el mismo inmenso y sólido cosmos se conmoverá frente a la presencia de Cristo Señor?

Que se trastornen los cielos, que los astros pierdan su luminosidad ante el paso de Dios, se debe precisamente a que, ante el poder y luz divinos, quedan ellos obscurecidos y temblorosos.

El Hijo del Hombre, simbólicamente, dejará su trono celeste, ubicado más allá del firmamento y, montado en las nubes -carruajes divinos en todas las mitologías-, acompañado de sus ejércitos angélicos –las potestades astrales-, atravesará los espacios celestiales con tal vehemencia que aún el firmamento tambaleará.

No para asustarnos, al contario, para consolarnos.

Consuelo sí, a la Iglesia perseguida por Nerón, primero; luego por Diocleciano, con todos los recursos de los poderes humanos. Tiempos de angustia frente a los jueces, frente a la tortura y a la muerte. Nerones que nunca han faltado ni faltan ni faltarán en la historia de la Iglesia.

Alivio, también, a nosotros, en nuestras zozobras, en nuestras propias tribulaciones y penas. Porque, precisamente, lo que nos están diciendo los apocalipsis es que el cristiano nada puede temer, ni nada ha de apartarlo del Señor, porque allí donde la persecución o la tentación o la duda o el sufrimiento se hacen más angustiosos y terribles, allí, en las noches obscuras de la carne o del sentido o del espíritu, cuando parezca que no podemos más y que no puede esperarse ninguna solución humana frente al aparente poder del mal, es allí precisamente cuando irrumpirá Cristo en nuestros corazones, llenándonos de su poder y de su luz.

Nada hemos de temer, ni siquiera al pecado, ni a nuestras cotidianas miserias, porque es ahí también, en nuestras derrotas y casi desesperanzas, cuando cargará Cristo a salvarnos, en corcel alado, desde el cielo, acompañado de sus ángeles.

Y en cuanto al fin, al acabose de todo ¿qué me importan las profecías absurdas de adventistas y testigos y de tantos otros falsos profetas y pseudoprofecías? ¿qué me importan los pronósticos de la ciencia? Ya sé que mi acabose, mí personal fin del mundo, sea joven o viejo, no está tan lejos.

Acabose de esta vida que, pareciendo el fin de todo, si he vivido en fe, esperanza y caridad, será para mi día de Adviento, cuando, para la Luz y la Vida, me rescatará el Señor.

1- En 2006, análisis más detallados de los datos han permitido estimar la constante (H 0 ) en ‘70 (km/s)/Mpc, +2.4/-3.2'.

Menú