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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

Predicación en la novena preparatoria a la fiesta de Nuestra Señora de la Piedad en dicha parroquia.

Tema asignado:
San Pablo como maestro del Bautismo en Rm 6

Día del maestro

11 Septiembre de 2008 Cierta vez el Papa Pío XI, que ejerció su pontificado hasta el año 1939, recibió una tarjeta de Navidad de un niño alemán, que con su letra infantil le había escrito esta felicitación: "Santo Padre, te deseo que seas un buen cristiano". Dicen que el papa la guardó siempre en su mesa de luz, después de habérsela enseñado al Arzobispo de Berlín: "¿Se da cuenta? Este niño me señala mi mayor dignidad, no la de papa, sino la de bautizado, y quiere para mí lo mejor: que sea un cristiano de verdad"

Porque eso es claro para la Iglesia desde el comienzo de su historia: ser obispo, ser papa, ser sacerdote, comparativamente agregan poquísimo al bautismo, salvo la dignidad del ministerio y del servicio. El gran salto, en cambio, la gran promoción, lo que nos hace pasar de la vida solamente humana y biológica destinada finalmente a la muerte, a la Vida de hijos de Dios, de hermanos de Cristo destinados a la Vida inmarcesible, lo que nos hace partícipes de la naturaleza divina, es la gracia que nos da el Bautismo .

Haciendo un parangón con la evolución Benedicto XVI, hace poco, decía que la materia, el universo, en la historia de su desarrollo había ido creciendo a brincos, como por etapas: de lo material a lo vegetal, de lo vegetal a lo animal, de lo animal a lo humano, pero que -en Cristo y nosotros- mediante la adopción del bautismo, finalmente habíamos saltado el abismo de la distancia de lo puramente humano a lo divino.

Pero aun todos esos saltos que estudian los científicos: de los quarks a las partículas, de éstas a los átomos, de los átomos a las moléculas, de allí a las células vivientes, a los organismos, a las distintas formas de vida y, finalmente, a esa maravilla de la materia que todos llevamos sobre nuestro cuello y dentro del cráneo que es el cerebro, suponen una cierta muerte. Muerte y, a la vez, superación de la etapa anterior: porque los quarks, los átomos ya no pueden vivir sueltos: si quieren pasar al escalón superior de la molécula tienen que perderse, de alguna manera, a si mismos. Lo mismo las células, para integrarse en un cuerpo animal, ya no pueden vivir por su cuenta, de alguna manera tienen que renunciar a ello para poder participar de la vida del organismo superior. y así siguiendo, hasta el cerebro humano esa especie de gran colonia u hormiguero de neuronas que se juntan para ser el fundamento de nuestra conciencia. Y dicen los estudiosos que hasta los dinosaurios debieron desaparecer para que pudieran prosperar los mamíferos y, dentro de ellos, los primates y, finalmente, el hombre. Y, sin embargo, el cerebro del dinosaurio de alguna manera permanece en el cerebro de los mamíferos y del hombre que, dicen algunos neurólogos, como núcleo de toda su masa encefálica conserva lo que se llama el cerebro reptílico .

Pero, claro, el hombre, para vivir como hombre, es decir como ser racional, libre, inteligente, ya no puede vivir puramente como animal ni, mucho menos guiado solo por su 'complejo reptilico', debe elevarlos al proceder racional. Así pues, muchas cosas animales que lleva como herencia genética deben ser contenidas y manejadas por su razón, para que no sean puramente biológicas, animalescas, sino racionales, personales.

Es como si cada etapa superior exigiera la muerte de la etapa inferior. Pero no muerte total, porque recuperada, de una manera más alta, en el nivel superior. Los sentimientos, por ejemplo que, de por si son animales y aún reptílicos, cobran su pleno sentido cuando son gobernados por el querer y el entender. Lejos de lo realmente humano, en cambio, es el libertinaje que nos propone, en el campo de los instintos, una cierta 'contra-cultura' contemporánea.

Pero el juego de la muerte y la vida se da en todos los campos de nuestro existir. Simplemente para crecer debo constantemente morir y abandonar. Para nacer a la vida debo abandonar el cómodo seno de mi madre; para socializarme he de dejar también un día la seguridad de mi hogar para partir hacia la escuela, con grandes llantos. Un día tendré que dejar, luego, mi escuela, mi colegio, con discursos de despedida y lágrimas, para emprender la aventura, a lo mejor de la Facultad o del trabajo. Morir a mi soltería para revivir en un santo matrimonio. O regalar a Dios mi sed de familia para consagrarme a él en el sacerdocio o en el convento.

Todo nuevo emprendimiento implica la superación y, simbólicamente, muerte, de etapas anteriores o estratos inferiores. Si quiero pasarme en jolgorio y diversión toda la vida nunca alcanzaré los frutos de un estudio maduro; si pierdo mis horas lastimosamente viendo televisión o en los juegos electrónicos nunca accederé al placer superior de una poesía, de una buena lectura. Si estoy todo el tiempo escuchando música ligera o la atronadora de los conjuntos rockeros nunca voy a llegar al gozo de un concierto, de un oratorio de una ópera. Si no renuncio a las muchas mujeres que me atraen para elegir a una para toda la vida, jamás seré capaz de vivir un gran amor.

De allí que acceder a las alegrías de Dios, al gozo sin fisuras de la Vida divina, suponga muchas veces morir a ciertas cosas puramente humanas. Hasta la culminación de este vivir que será nuestra muerte real, asumida como entrega a Dios, que la transformará a imagen de Jesús Resucitado.

Precisamente eso es lo que simboliza el rito del bautismo, al menos el que se practicaba en los primeros siglos de la Iglesia. Se hundía al catecúmeno en el agua de un rio o de una pileta bautismal, mientras se formulaba la frase " Yo te bautizo en el nombre del Padre." y, cuando volvía a surgir a la superficie, era como si el bautizado hubiera muerto el 'hombre viejo' y renacido, resucitado, el 'hombre nuevo', el hijo de Dios, el hermano de Cristo. Eso quiere decir ' bautizo ' en griego; no solamente mojo o lavo, sino hundo, hago naufragar.

Por eso Jesús, ya cerca de su pasión, dice "Tengo que ser bautizado con un bautismo ¡y que angustiado estoy hasta que eso se cumpla!" (Lc 12 50). ¿Ven? Aquí no se refiere a ningún tipo de agua sino sencillamente a su muerte, esa muerte que lo llevará a la Resurrección y a la Gloria.

De allí que Pablo, el gran maestro, en este caso del bautismo, nos acaba de decir en la epístola a los Romanos: "Fuimos pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" Cosa que repite a los cristianos de la ciudad de Colosas : "Sepultados con él en el bautismo, con él también resucitados por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos "

¿Se dan cuenta? El cristianismo no es una doctrina moral, al estilo de las enseñanzas de Confucio o de Buda o del guerrero Mahoma, o de algún moderno gurú o de Sarmiento o de un escritor de libros de autoayuda, es una verdadera transformación interior, una promoción a una vida nueva y 'sobrenatural', -porque viene de Dios que no se identifica con la naturaleza y está 'sobre' ella-. Gracia, vida nueva y sobrenatural, que nos hace elevarnos de nuestra condición de 'hijos de varón y de mujer', a 'hijos de Dios'.

Claro que eso tiene consecuencias morales pero, de por si, es mucho más que una moral, es una 'transformación' que lleva aneja un nueva manera de vivir, una nueva moral. Porque así se comporta cada especie de acuerdo a su ser: si dinosaurio, como dinosaurio; si animal, como animal; si hombre, como ser humano; si cristiano como hijo de Dios, como Cristo el Señor. Así enseña el maestro Pablo, también en su carta a los cristianos de Colosas: "Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque Vds han muerto en el bautismo, y su vida está escondida en Dios" (Col 3,1-4).

Y así, uno de los primeros cristianos que vivió en serio su vocación de bautizado, fue el mismo Pablo que decía " ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi ". Porque, mediante la gracia y la oración y los sacramentos, de tal modo había interiorizado la vida de Jesús y lo impregnaba el espíritu de Cristo, que ya todo lo pensaba como lo pensaba Cristo y todo lo amaba como Cristo lo amaba. Por eso, él mismo, Pablo, sin ninguna soberbia, alguna vez se podía poner como ejemplo de sus discípulos: " haced como yo mismo hago ".

Que en eso consistía su ser maestro, su ser profesor. Porque ser maestro no es simplemente preparar una programación o una planificación para luego repetir conceptos o números o nombres delante de un auditorio de chicos o de grandes. Ser maestro, como la etimología de la palabra lo indica, -ser ' magister '-, quiere decir 'el que es más' -' magis '-.

No solo el que sabe más, ni el que tiene más, sino el que es más. Y, entonces, tiene algo que mostrar, que enseñar, en su propio vivir. Ese maestro o maestra que casi todos alguna vez hemos tenido en nuestras vidas y que nos marcaron un camino, con esa densidad y personalidad que atrapaba nuestras miradas y oídos y que hacía latir dentro de nosotros admiración y respeto y nos movía a la imitación y al verdadero aprendizaje. ¡Ay de esos maestros que nos hicieron las materias odiosas aún sabiendo mucho sobre ellas porque, aunque sabían, no eran verdaderos maestros!

Porque se es maestro al mismo tiempo sabiendo, pero sobre todo siendo más y profesándolo. De allí viene la palabra 'profesor': 'el que profesa', como profesamos nuestra fe en el Credo, o como la profesan los mártires con su propia vida.

Maestros y profesores. Recemos hoy por ellos en su día en esta santa Misa donde estamos hablando del maestro Pablo, discípulo a su vez del maestro Jesús. El verdadero y único Maestro, magister en latín, didáscalos en griego, rabí en hebreo.

Y que, sobre todo, como maestros cristianos y bautizados, sepamos vivir ese 'más' que somos, en generosidad, en ejemplo, en ambición de cosas altas y puras, en la profesión del martirio cotidiano del cumplimiento de nuestros deberes, tratando de hacer crecer en nosotros nuestra vida de cristianos, para que desde ese 'más', desde esa maestría que ya vive en nosotros en forma de gracia, podamos verdaderamente dar y enseñar a los que todavía están comenzando, los que aún son aprendices y, por lo tanto, son y tienen menos.

Bastante menos quizá que en otros tiempos -por eso se hace hoy tan difícil la labor educativa- porque, si están deformados por los medios o la disolución de las familias o modos innobles de conducta, poseen carencias profundas que no se compensan con una computadora, ni con celulares, ni con MP3.

El maestro, el Rabí Pablo, no enseñe a vivir en alegría nuestra renacida vida de bautizados -como él mismo dice a su discípulo Tito en una carta-: "regenerados y renovados por el bautismo, viviendo santamente por su gracia, constituidos ya en esperanza herederos de la vida eterna" (Tito 3, 5-7).