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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

SERMÓN

SAN LORENZO mÁRTIR
10 DE AGOSTO DE 2008

Hace dos años, en su visita a España, Benedicto XVI celebró la Santa Misa en Valencia. Para hacerlo, en su estilo cuidado y piadoso, utilizó el famoso "cáliz de Huesca", que se conserva en la catedral de esa ciudad. Una sólida tradición afirma que dicho cáliz es la "copa de bendición" que habría utilizado el Señor, en Jerusalén, durante la última Cena, en la comida pascual, para, por primera vez, consagrar su preciosísima sangre y dársela a beber a sus discípulos.

Sobre la autenticidad de ese cáliz se ha discutido mucho. Pero el análisis demuestra que, efectivamente, su parte superior -la copa- de valiosa piedra de ágata, es de fabricación alejandrína o antioquena; probablemente del siglo primero antes de Cristo. Y era, justamente, en esas ciudades, Alejandría o Antioquía, donde las familias ricas judías mandaban comprar sus juegos de mesa más lujosos. Más aún, era costumbre, entre ellas, conservar un vaso, especialmente precioso, para usarlo, una sola vez por año, como 'cáliz de la bendición', en la comida pascual.

Es sabido que Jesús no elige un rancho para su última comida con los apóstoles, sino la sala superior del palacio de una familia jerosolimitana de estirpe sacerdotal, con triclinio de divanes forrados en seda, almohadones bordados, cortinas y una mesa digna y con manteles y toallas de lino. Salón que -aunque profanado por los musulmanes y hoy en poder del Estado judío- todavía se conserva.

Aquella lejana noche, para consagrar su sangre, el Señor utiliza esa copa preciosa y no un vaso de vidrio, ni un tazón de barro o de latón.

Y es lógico pensar que si todas las familias conservaban cuidadosamente sus 'copas de bendición' de generación en generación, después de la última Cena, habiendo sido utilizada por Jesús en la primera Misa de la historia, esta familia a quien tocó tanto honor, la cuidaría mucho más. Después de un tiempo se la entregaron a Pedro.

Pero ¿Cómo ha llegado esa copa santa -llamado, el Santo Grial de las leyendas nórdicas y artúricas- a la catedral de Valencia? y ¿por qué se llama el 'cáliz de Huesca'? Y en esta historia, interviene nuestro buen Lorenzo, el diácono preocupado por la dignidad del culto que hoy conmemoramos y que termina sus días un 10 de Agosto de hace 1750 años.

Todos conocen su historia, por lo cual no la repetiré en lo que tiene de más conocida. Vds. saben que Lorenzo, nace en la antigua Osca, hoy Huesca, España, en el valle del Duero, antigua capital del territorio habitado por los ilergetes y conquistada y refundada por el cónsul romano Quinto Sertorio. Tempranamente sus habitantes fueron convertidos al cristianismo. Se conocen, al menos, 20 obispos anteriores a la bárbara invasión del Islam del 711.

Y, como digo, el cáliz estaba en Huesca precisamente porque allí, seis siglos antes, para protegerlo de las persecuciones romanas y de los godos, lo había transportado Lorenzo, a pedido del Papa.

Lorenzo, efectivamente -hijo de los santos Orencio y Paciencia, y hermano de San Orencio (h) obispo de Auch- era oriundo de Huesca y de estirpe noble, mezcla de romano e ilergete.


Reliquias de San Lorenzo conservadas en Huesca

Por ello fue -como todo muchacho de buena familia de aquel entonces- enviado a Roma a hacer sus estudios y ponerse en contacto con la iglesia romana.

Allí, dados su joven talento y su formación matemática y artística, había sido puesto, como diácono, por el Papa, al frente de la secretaría papal y de la contabilidad de los pocos bienes de la Iglesia de aquel tiempo. Los administraba -como se hacía entonces- para decoro de la liturgia y el bien de los cristianos necesitados. Pero, como lo exigía su cargo de diácono, ejercía la caridad no solo en el cuidado material de los más pobres sino, sobretodo, en la predicación del evangelio, en la catequesis, en la distribución de la sangre consagrada durante la misa y en el cuidado de la pulcritud y solemnidad de las ceremonias sagradas, sobre todo de la liturgia del bien más grande y santo que posee la Iglesia; la Eucaristía.


Sixto II y Lorenzo

La tradición aragonesa cuenta que, luego de la muerte de Jesús, el 'cáliz de la bendición', el 'Santo Grial', había sido guardado y utilizado por los apóstoles en Jerusalén. De allí fue llevado por Pedro a Antioquía y, finalmente, trasladado a Roma, donde fue usado por 23 papas hasta el pontificado del griego san Sixto II. Fue este papa quien, asustado por la persecución del emperador Valeriano, le pidió al joven diácono Lorenzo que lo llevara a su tierra natal, a Huesca (España), para que allá fuera custodiado. Y con el preciso cáliz -con el cual el mismo Lorenzo había dado tantas veces la comunión a los fieles- partió a sus lejanas tierras de Aragón.


Monserrat o Monsalvat

Tampoco allí el cáliz quedaría a salvo durante mucho tiempo. En el fatídico 711, obispos y presbíteros, ante la irrupción islámica, debieron abandonar el valle del Duero, llevándose, para protegerlas de los sacrilegios musulmanes, las reliquias más preciadas de la Iglesia, entre ellas el Santo Grial, la copa de Cristo. De allí, tras distintas localizaciones, una de ellas en Monsalvat o Monserrat, como lo recoge la leyenda artúrica, termina el cáliz, finalmente, en Valencia. Huesca será reconquistada recién en el año 1096 por el rey de Aragón Pedro I.

Pero volviendo a lo nuestro: Sixto II es sumamente importante para nuestra historia ya que fue el sucesor del Papa Esteban I quien, en una discusión teológica que sostuvo con los obispos de África, entre ellos el de Cartago, Cipriano, en el año 257, debió insistir fuertemente en el argumento de la autoridad que Jesús había conferido a Pedro sobre el resto de los apóstoles. Como Vds. ven, siempre ha habido obispos y sacerdotes que no han querido obedecer ni seguir las directivas del Papa.

Y, entre otras cosas, Esteban reafirmaba la primacía de Roma celebrando la santa Misa con ese mismo cáliz en el cual había celebrado el Señor y todos los papas anteriores. Fue en esa escuela de respeto al Sumo Pontífice como se formó nuestro diácono Lorenzo.

De todos modos su mejor lección la recibió del Papa Esteban cuando, ese año 257, en la persecución del emperador Valeriano, el Pontífice fue degollado sobre la misma silla o cátedra desde la cual Pedro había enseñado a la Iglesia de Roma en el primer siglo. Parte de esa cátedra se conserva aún en el ábside de San Pedro en el Vaticano.

Eligieron para sucederlo a un griego, Sixto II. Fue quien logró, finalmente, ponerse de acuerdo con los obispos de África, especialmente con Cipriano. Que, dicho sea de paso, también luego murió mártir en la misma persecución que acabó con Sixto y con Lorenzo.

El Papa Sixto se hizo famoso por hacer cumplir, ayudado por el diácono Lorenzo, la disposición de su predecesor Esteban de la utilización exclusiva de las vestiduras y vasos sagrados para las ceremonias litúrgicas y no para actos o usos civiles. ' Distintas han de ser ' -afirmaba- ' las vestiduras litúrgicas que se usan en nombre del Señor Resucitado, Rey del universo, de las que se usan todos los días' , así como el lenguaje y las maneras. Por eso Lorenzo aprendió a cuidar, como diácono joven y santo que era, y con semejante Papa, que las ceremonias fueran siempre dignas y sagradas.

En la línea de las advertencias de San Pablo a los Corintios, Lorenzo quería que, absolutamente, la liturgia se distinguiera de una fiesta meramente humana.

Publio Licinio Valeriano es el cuarto protagonista importante de nuestra historia. Emperador romano desde el año 253 hasta el 260.

Valiente general, había combatido a los bárbaros germánicos en las fronteras del Danubio y había debido intervenir, contra su propia voluntad, en luchas civiles que desgarraban al imperio internamente. Falsamente aconsejado, le pareció que una manera de unificar a los pueblos gobernados por Roma y evitar estas luchas era dar nueva vitalidad a los viejos ídolos paganos. De allí su sangrienta persecución a los cristianos. Murió lamentablemente porque, invadidos los territorios de Asia por los persas, Valeriano salió a enfrentarlos, al comienzo victoriosamente, hasta que una peste diezmó sus tropas. Al final cayó prisionero -¡el primer emperador romano prisionero de la historia!- del caudillo persa Sapor I quien, luego de divertirse con él, lo mató, en el 260, metiéndole oro fundido en la boca y haciendo con su piel una sombrilla que llevaba a todas partes. Algunos vieron en esto un castigo de Dios a Valeriano por haber perseguido a los cristianos. Pero Dios no suele escarmentar de estas maneras. A Dios no le interesa castigar a los malos, sino hacer santos para el cielo y, en muchos casos, santos mártires, para lo cual, en esta tierra, los malos y los males a veces son necesarios.


Valeriano, derrotado, arrodillado frente a Sapor I

Fue durante esa persecución cuando muere gloriosamente el Papa del diácono Lorenzo, Sixto II, crucificado; y, como sabemos, diez días después, el mismo Lorenzo. De quien hoy no lloramos su dolorosa -y 'ardorosa'- muerte, sino que festejamos su victoria.

Le vino bien que sus padres lo bautizaran con el nombre de Lorenzo. Porque el nombre Lorenzo o Renzo viene del latín ' Laurentius ', es decir, el coronado de laureles.

Realmente se coronó de laureles, cuando, muriendo, su semilla humana, como dice el evangelio de hoy, resucitó en frutos de verdadera Vida.

A cien kilómetros de Roma, en Amaseno , pueblo cercano a Frosinone , en este mismo momento, se estará licuando, como todos los años, la sangre de San Lorenzo conservada en la iglesia de Santa María, como queriendo derramarse otra vez en el cáliz de la sangre del Señor que él tanto cuidó y de la cual bebió. Y en la que converge la sangre victoriosa de todos sus mártires.

Hagamos, pues, de nuestra parroquia de 'San Lorenzo mártir', a su gloriosa memoria, un verdadero centro de caridad, de unión entre todos sus integrantes, no solo en simpatías u opiniones humanas, sino católicas, en adhesión a las directivas del Papa, y en ayuda a los necesitados no solo de pan sino, sobre todo, de Dios y su palabra, de su Cuerpo y de su Sangre, creando, al modo de Lorenzo, en nuestro templo parroquial, un ámbito verdaderamente sagrado, con nuestra liturgia, con nuestra manera de orar y cantar, con nuestra catequesis y, antes que nada, con nuestra solemne, fructuosa y serena participación de la Santa Misa.

Que así sea.