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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

Santa Teresa del Niño Jesús 1981

Quien, en 1888, estando en Francia, hubiera tenido la peregrina idea de viajar por Normandía en ferrocarril o, aún, en diligencia, y visitar Rouen, Caen, Le Havre, quizá, sobrándole mucho tiempo y sin tener nada que hacer, podría haber hecho un breve desvío para ir a visitar la ciudad de Lisieux .

Allí, en medio de un barrio de aspecto medioeval, se alzaba uno de los pocos ejemplos de arte románico que aún subsisten en las Galias, la catedral de San Pedro , del siglo XII, antigua sede del conde-arzobispo de Lisieux, con la hermosa capilla de la Virgen, construida por Pierre Cauchon -el principal acusador de Juana de Arco- en 1432.

Poco más lejos, alrededor de la calle de Fevres , en ese mismo 1886, se podía observar un extraordinario conjunto de viviendas normandas de madera, de los siglos XIV al XVI.

En realidad había poco más que ver.

Lisieux era una ciudad en decadencia. Viejas fábricas textiles que se iban cerrando una tras otra y la gente que emigraba a otras ciudades. Lisieux vivía, apenas, de la pobre agricultura del entorno y de una guarnición militar que tenía allí sus cuarteles.

Tres o cuatro horas de visita. Quizá un buen almuerzo en la posada de la Salamandra y luego, subiendo otra vez al carruaje, seguir viaje.

A nadie se le hubiera ocurrido desviarse del camino real para echar una ojeada al conjunto de nuevas y modestas construcciones que se levantaban cruzando el rio Orbiquet , casi fuera de la ciudad.

Allí, desde 1832, se ha instalado un Carmelo. En nuestro año 1888 ya se encontraba terminado. Una pequeña capilla, coro, dos alas de celdas, claustro, jardín.

Es ahí donde el 9 de Abril de ese mismo año, una casi niña, de apenas 15 años y medio -que para entrar a tan temprana edad no ha vacilado en ir a Roma a pedir permiso al mismo Papa León XIII - dejaba afuera a la ciudad y al mundo e ingresaba detrás de los muros carmelitas, para no salir de allí nunca más.

Y el mundo siguió su camino de ruidos, de guerras, de negocios, de discusiones, de ambiciones, de luchas por el poder o por la fama, de personajes que salían en los diarios, de inventos, de galeras, de joyas, de modas y de bailes.

A María Francisca Teresa Martín , aquel 9 de Abril de 1888 se la tragó el silencio. Cuando nueve años después murió, tempranamente, a los 24 años, poquísimos se enteraron. El mundo continuó su camino de ruidos.

Sin embargo, 25 años después, la Iglesia, a esa jovencita desconocida, declaró Santa. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz , nombre que había elegido al dejar el mundo en esa antesala del cielo que suelen ser los carmelos.

Señor periodista, vaya a ver qué pasa con esa tal ‘Santa' Teresa sobre la cual están haciendo tanto bombo. Tómese un avión o, mejor, tómese una máquina del tiempo, hágase invisible y –libreta y máquina de fotos- hágame un reportaje sobre ella .”

Y va el periodista y regresa tras un par de días. Muestra sus pocas notas, sus instantáneas. El director enarca las cejas, lee y mira unos minutos. Observa y trata de entender. Por fin: “ Y ¿por esto tanto lío? Aquí no pasó nada, tiempo perdido… Tome otra vez su grabador y su máquina y vaya a lo de Graciela Borges, o a lo de Viola .”

Sí, allí no pasó nada.

Recojamos del cesto del director las fotos y las notas. Una mujer joven de hábito fregando el piso; otra en la lavandería; otra dando brillo a un copón; otra en un cuarto pequeño encalado. Una cruz en la pared, un catre, una silla, un pequeño arcón. Otra, el comedor: mesa rústica, pan y legumbres. Otra, un grupo sonriendo en el jardín, cosiendo. Otra, una cama de enfermería, una joven pálida, los ojos entrecerrados, una sonrisa sufriente. Otra -que se ve muy borrosa-, está muy oscura, parece una capilla, y hay monjas arrodilladas.

 

Las notas. Un horario: cinco de la mañana levantarse, oración, trabajo, oración, trabajo. Siempre igual.

No. Nada de eso puede interesar al director, ni al periodista.

Pero, en realidad, nada de lo que registre la placa fotográfica es lo que importa. Nada de lo que es significativo para la televisión y el cine puede allí filmarse. Porque todo ha ocurrido en el ámbito interior; allí, a donde no llegan las miradas de los hombres, ni el interés del mundo, ni los libros de historia; pero en donde, en definitiva, se juegan los destinos últimos y trascendentes de cada uno.

Nosotros nos fijamos en lo de afuera, en las importantes obras, en las grandes conquistas, en los altos puestos, en los largos autos, en los departamentos sobre Libertador, en las letras grandes de los diarios, en las sonrisas anchas de la televisión, en las muchas cifras de las cuentas bancarias.

Nada de eso cuenta para Dios.

Ya lo decía Tomás de Aquino: “más vale para Dios levantar una paja del suelo por caridad que ir caminando sin ella a Santiago de Compostela ”.

Esa fue una de las sencillas fórmulas que hicieron a Teresa santa: “ Un alfiler recogido del suelo por amor puede convertir un alma ”, escribió.

Porque, al fin y al cabo, lo único que importa es la caridad, el amor. Sin ella aún las obras más estrepitosas y heroicas no valen nada. Con ella todo se transustancia en obra de Dios.

Eso nos enseña Santa Teresa. A nosotros, a lo mejor pobres olvidados del mundo, que ninguna custodia ni sirena nos acompaña nunca por las avenidas y apareceremos en el diario por única vez cuando muramos, en necrológicas, un solo aviso, pagado. Que nadie nos entrevista; que, por ahí, ni siquiera conseguimos interesar a un novio; que, en la clase, siempre estuvimos en el medio. Los que hacemos cola en las ferias y cajas de los supermercados y para pagar la luz y el gas. Los que entramos a alguna parte y nadie se da vuelta para mirarnos. Volvemos a casa y, quizá, no tengamos a nadie que se alegre cuando abrimos la puerta –savo quizá el perrito que ladra y mueve la cola-. A nosotros a los que nunca pasa nada importante en la vida -a no ser nuestras penas- y todo es rutina e insignificancia.

Santa Teresa te da el secreto de cómo ser y saberte verdaderamente grande. Porque lo eres realmente, porque Dios es tu Padre y te ama y, si no te hubiera considerado importante, único, no te hubiera creado. ¿Acaso los grandes de este mundo no se fijan solo en los valen la pena? Y Dios, qué es el más grande de los grandes y de lo grande ¿se hubiera fijado en vos para llamarte a la Vida si no valieras la pena?

Porque, ademas, valer significa ‘llegar a ser y conseguir cosas extraordinarias'. Y ¿acaso lo más extraordinario no es Él, Dios, Jesús? ¿Acaso no sabes que la única manera de conseguirlo es mediante el amor cristiano, la caridad?

El amor te enseñará a ser grande.

En realidad, el amor a Jesús es lo único que hace la vida verdaderamente grande.

Lo que hagas o dejes de hacer, lo que valgas en pesos o en diplomas, todo pasará.

Lo único importante es el amor a Dios. Sos y valés en la medida de tu caridad.

Eso –al decir de San Pablo- es lo único que finalmente queda.

Nos lo enseñe y haga entender Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

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