Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 92
JULIO, 2003

Año del Santo Rosario

Misterios luminosos

Estamos promediando este 2003 que, por expresa voluntad del Romano Pontífice, ha sido dedicado al Santo Rosario . Un año en el que somos invitados a profundizar, reavivar o iniciarnos en la catoliquísima costumbre de recordar los misterios de la vida de Jesús y María.

Con el deseo de incentivar nuestra devoción al Rosario, Juan Pablo II introdujo una nueva serie de cinco misterios, centrados en Jesucristo. Misterios apropiados para contemplar el Amor de Dios por nosotros, manifestado en Cristo, Vida que es la Luz de los hombres (Jn 1, 4).

Desde antiguo Dios se revela como envuelto de luz como de un manto, habitando en una luz inaccesible, inaccesible a la vista de los hombres (Sal 103; 2; 1 Tim 6, 16).Esa claridad extrema simboliza su mismo Ser, es Él mismo: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna (1 Jn 1, 5). Ninguna creatura tienen ojos suficientemente clarividentes como para contemplarlo tal cual es. Tanta luz encandila y enceguece.

No obstante, nos ha creado ‘a su imagen y semejanza', haciéndonos aptos, potentes, para contemplarlo . Oscura y deficientemente, en esta vida, por la razón y por fe. Tal cual es, en la Visión beatífica, por el “la luz de la gloria”. Para que podamos efectivamente contemplarlo, nos ha recreado en Cristo a fin de que seamos hijos de la luz e hijos del día (1 Tes 5, 5). Así, nacidos de nuestros padres a la vida natural fuimos algún tiempo tinieblas , esto es, nacimos privados, vacíos, de esa Luz que es la misma vida divina; mas, renacidos a la vida de la gracia por las aguas del bautismo, ahora somos luz en el Señor (Cf Ef 5, 8), partícipes de su Vida.

El obrar propio de cada ser procede de lo que él mismo es: la planta ha de actuar como planta, el animal como tal y el hombre (debería) hacerlo como ‘racional', e. d. Iluminado, al menos, por la luz de su razón. Claro que nosotros, justamente porque somos racionales y, por tanto, libres, podemos defeccionar y obrar en contra de lo que somos: contra-natura , contra la luz. Podemos ‘de-generarnos', corrompernos a nosotros mismos y a otros, y apartarnos de la perfección a la que tiende nuestra naturaleza humana. Porque el que camina en la noche tropieza, porque la luz no está en él (Jn 11. 10). Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella (Jn 3, 20).

Así como toda vida natural tiene su obrar propio, la vida nueva , sobrenatural, -efectivamente distinta de nuestra mera humanidad- también tiende de suyo a manifestarse en conductas diferentes a las que proceden de nuestras naturales inclinaciones. Hasta tal punto que debería haber mayor diferencia entre el modo de obrar y de vivir de un cristiano cabal y un pagano, que entre el de éste y un animal. Si esto nos resulta demasiado duro, bastará con que echemos una mirada a la vida de los santos...

El hecho de ser y sabernos hijos de la luz conlleva todo un programa de vida, ya que si decimos que tenemos comunión con Él, mientras andamos en tinieblas, mentimos... (1 Jn 1, 6). ¿Quién es el que miente? El que dice: “yo no tengo pecado, yo no tengo que confesarme de nada” (Cf 1 Jn 1, 8); el que, aun llamándose católico y declarándose practicante, no guarda sus mandamientos (1 Jn 2, 4) y se excusa alegando que los tiempos han cambiado, que él es adulto, que hay que ser auténtico, etc., etc., etc. Miente el que dice que está en la luz y aborrece a su hermano (1, Jn 2, 9), y en lugar de la palabra de vida, lo que guarda en su corazón son palabras de desprecio, de rencor, de envidia, de muerte. Mienten y se engañan a sí mismo porque ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los maldicentes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios (1 Cor 6, 9. 10) .

Entonces, quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo (1 Jn 2, 6), para que se manifiesten en nuestra vida los frutos de la luz - bondad, justicia y verdad (Ef 5, 9)-.El capítulo 12 de la Epístola a los romanos nos ofrece un excelente resumen de lo que supone la vida nueva de la gracia y no está nunca de más el releerlo pausadamente.

Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las cosas en ellas escritas, porque el tiempo está próximo (Ap 1, 3). La primera de las bienaventuranzas del libro del Apocalipsis nos invita a recogernos en la escucha de la Palabra de Dios. Palabra que es vida y luz; viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y ... discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hbr 4, 12), discernimiento tanto más necesario cuanto el mundo moderno está plagado de errores, y nos confunde con sus sofismas y pseudovalores.

Poniéndonos bajo la protección de María Santísima, nuestra Admirable Madre, la Bienaventurada por excelencia, aprendamos de ella, meditando los misterios luminosos del Santo Rosario, a guardar la Palabra y a meditarla en el corazón (Cf Lc 1, 45; 2, 19. 51; 11, 27- 28). De ese modo, no sólo somos hijos de Dios sino también madre y hermanos de Jesucristo (Cf Lc 8, 21), imágenes suyas que irradian luz en medio de las tinieblas del siglo: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra (Hechos 13, 47). Luz siempre rechazada por las tinieblas, pero nunca vencida (Cf Jn 1, 5).

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