Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 83
SEPTIEMBRE, 2002

ExaltaciÓn de la Santa Cruz

 “Cuando Yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32 y paralelos 3, 14; 8, 28). San Juan dedica a la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor la mitad de su Evangelio (caps. 13-21). A la luz de su relato, toda la vida pública de Jesús parece girar y dirigirse inexorablemente hacia esa meta, buscada, anhelada, aceptada libre y amorosamente. Meta en la que resplandecerá a la vista de todos la gloria del Hijo amado del Padre, precisamente cuando sea levantado sobre la tierra. A diferencia de los otros evangelistas, San Juan no se detiene en los detalles dolorosos y cuentos de la pasión. Para él, el que marcha hacia Jerusalén es el Mesías-Rey, que sube a la Ciudad Santa para ser coronado y recibir el poder y el imperio. La palabra “gloria” (y sus derivados) se repite infinidad de veces a lo largo de esos capítulos, mucho más que en los primeros doce, precisamente porque la Pasión y Muerte del Señor, culminadas por la Resurrección, marcan el resonante triunfo de Jesús y la epifanía de su divinidad. En el “ Siervo doliente ” (cf. Is 53, 1-12), Juan contempla ya a Aquel ante el cual dobla la rodilla cuanto hay en los Cielos, en la tierra y en los abismos (Cf. Fil 2, 10). En el “ Varón de dolores ” (Is 53, 3), el Discípulo amado descubre el rostro resplandeciente del Viviente (Ap 1, 18), Aquel que es, que era y que viene (Ap 1, 8b). En el “ Hijo del hombre ”, sus ojos clarividentes saben ver al Hijo de Dios, Aquel al que le ha sido dada toda potestad en los cielos y en la tierra (Mt 28, 18).

Así, las primeras comunidades cristianas celebraban la Pasión y Muerte del Señor en vistas a su gloriosa Resurrección-Ascensión, realidad última y actual que hacía exclamar a San Pablo: “ Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra del Padre ” (Col 3, 1). Por eso, en la iconografía cristiana antigua, las primeras cruces no muestran al Cristo, sino que, o bien no tienen nada o bien, sólo un lienzo cruzado sobre el leño horizontal, en memoria del descendimiento y la resurrección. No se recuerda al Cristo muerto mas que en función de la celebración gozosa del Cristo resucitado, que vive para siempre.

Esta misma idea es la que preside la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que celebramos el 14 de septiembre, cuarenta días después de la Transfiguración del Señor.(6 de agosto). Dado que, entre nosotros y con el correr de los siglos y la diversidad de espiritualidades, la Cuaresma y especialmente el Triduo Pascual se han cargado con notas dolorosas y oscuras, el mismo misterio es retomado fuera de ese marco, en el corazón del Tiempo Ordinario, poniéndolo en tono de gloria, presentándolo con toda la luz que de él dimana. La glorificación que el Hijo pide al Padre antes de padecer, y de la cual los tres apóstoles han tenido un anticipo en el Tabor (Cf. Jn 12, 23. 28; 17, 1; Mt 17), la recibe al ser elevado sobre la tierra, imperando desde la Cruz, como desde un solio real (Cf. Jn 12, 16). De este modo, la Iglesia cantó desde sus primeros días, el triunfo del Señor y le tributó honores de Rey y soberano de todas las cosas. En estos tiempos que nosotros vivimos, la Liturgia nos invita a volver los ojos hacia la Cruz, considerándola no como una carga que debemos soportar, sino como la llave que nos abre las puertas de la Gloria imperecedera. Fuera del marco cuaresmal, nos ofrece otra visión, la definitiva, del Gólgota: Cristo es Rey (la fiesta separada fue introducida recién a fines del s. XIX).

Junto a Él, también nosotros podemos (con el auxilio de la Gracia) y debemos (con la decisión de nuestra libertad) reinar desde nuestras cruces personales. No estamos llamados a caminar agobiados por su peso, sino a enarbolarlas como símbolo de reyecía y nobleza. No hay hombre que no conozca en mayor o menor medida el dolor, la enfermedad, la humillación, la muerte. Cualquiera puede padecer y sobrellevar su pena con dignidad; basta que tenga un poco de paciencia. Pero el cristiano puede hacer mucho más: puede transformarla en gloria y en redención, no por sí mismo ni por sus propias fuerzas, sino por Cristo, con Él y en Él.

Que la Madre Dolorosa -cuya fiesta celebraremos el 15 -, admirable Corredentora y Mediadora de todas las Gracias, nos ayude a vivir este mes animados por ese espíritu.  

 

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