Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 77
MARZO, 20021

CUARESMA

"El momento es apremiante. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen de él. Porque la representación de este mundo se termina.... (I Cor 7,29-31)

El tono apocalíptico de este fragmento de la 1° carta a los cristianos de Corinto es uno de esos magníficos pasajes en los que tan claramente se pone de manifiesto la grandeza del Cristianismo y el error que cometen quienes -aun de buena fe- predican (o reclaman se les predique) una fe católica aggiornada, diluida, apta para ser tragada por el mundo y sus concupiscencias . Por el contrario, la Palabra de Dios es bien franca: para el cristiano, todo momento de su vida es "apremiante", puesto que nadie conoce ni el día ni la hora en que suene para él la voz del arcángel anunciándole: " Ya no hay más tiempo " (Ap 10, 6b).

Por eso, la vida cristiana debe ser para nosotros un camino de desprendimiento, de desapego de todas las cosas que pasan, mueren, terminan, se agotan... Y, cuando decimos cosas, decimos personas, bienes materiales, situación o 'status', salud, poder, influencias, fama... Todo eso, tarde o temprano, desaparece y aquel que puso en ello su esperanza y su felicidad se hunde entonces en la amargura, el resentimiento, la frustración ...

Este es el sentido de las palabras con que abrimos nuestra reflexión de Marzo: que nuestro corazón no permanezca pegado al polvo , a las cosas transitorias y contingentes, sino que, por una fe auténtica, informada por la caridad y con esperanza de Vida eterna, seamos capaces de vivir y gozar o usar de ellas, pero desapegadamente, como si no las tuviésemos. Sólo así, es posible conservar la calma y la alegría profunda en medio de las pruebas, las tribulaciones y las privaciones.

Pero, como Dios sabe de nuestra natural inconstancia, de nuestras veleidades y cambios de opinión y de ánimo, que hacen que hoy Le demos con alegría lo que mañana le reclamaremos con aspereza o, simplemente, volveremos a tomar como si tal cosa, nos concede por su Iglesia este tiempo santo de la Cuaresma , para que durante sus cuarenta días nos ejercitemos con mayor ahínco en ese trabajo de purificación del corazón, al que los místicos españoles del s. XVI gustaban comparar con la labranza de un campo. Nunca se puede dejar de luchar contra la maleza y los yuyos, que crecen sin que nadie los siembre y se extienden como devorando la buena semilla o los tiernos brotes.

Así, cada año, movidos por el amor que debería despertar en nosotros la consideración de la Pasión y Muerte que quiso padecer Jesucristo por nuestra salvación, con la mirada puesta en Su Resurrección gloriosa, prenda y fundamento de nuestra esperanza de vida eterna, iluminados nuestros ojos por la fe, podemos trabajar nuestro interior para arrancar de allí todo lo que nos separe de Dios.

Pero no se trata solamente de dejar lo malo, lo vicioso, lo que va contra la voluntad Divina. Eso es evidente que hay que abandonarlo. La exigencia del cristianismo es mucho mayor. Se trata de ordenar todos nuestros afectos, de modo que por todos ellos caminemos hacia el Señor. Se trata de usar de todas las cosas con acción de gracias, y sin ánimo de dueño (aunque jurídicamente lo seamos y sea lícito defenderlo); esto es, vivir como quienes todo lo tienen por recibido del Padre Bueno y lo reconocen como Suyo, y ellos también, Suyos.

Las palabras del texto sagrado cobran particular fuerza para nosotros en estos tiempos de descomposición del tejido social de nuestro país; tiempos de angustia y desesperación, que a muchos inducen a la rebelión, incluso contra Dios. Mas de nada nos servirá rebelarnos contra Él, como de nada nos servirá pedirle una suerte de "milagro masivo" que, casi como por arte de magia, revierta la situación y ponga todo en orden nuevamente. No, Dios no procede así. Y hacen mal aquellos que vacían su predicación, reduciéndola a una perorata sociológica o política, promoviendo oraciones y súplicas que solo tienen en vista consuelos o logros temporales, pues engañan a la pobre gente que, en su desolación, se aferra a cualquier cosa. Los bienes temporales solo adquieren sentido si nos ayudan a tender a los eternos.

Volvamos los ojos a los Evangelios. Miremos a Jesús. Observemos sus conductas. Hizo signos y prodigios, sí. Curó enfermos, multiplicó el pan y lo repartió entre quienes lo seguían, resucitó muertos, devolvió la vista a los ciegos, el habla a los mudos, la movilidad a los paralíticos. ¿Cuántas veces? ¿En qué número? ¿Puede, por ventura, pensar alguno que aquellos actos del Señor fueron el centro de su vida, lo que ocupaba el lugar más importante? Es evidente que no fue así. Es más, es patente, para cualquiera que lea los relatos evangélicos, que son bien pocas las veces en que de tales milagros se habla. Y haríamos bien en preguntarnos por qué, pudiendo hacer todo eso, no erradicó de una buena vez todo hambre, desnudez, enfermedad, vicio. ¿Por qué, si podía dar de comer a multitudes sólo con cinco panes y tres pescados, no hizo que ese gesto suyo se repitiera a diario? Nada se lo hubiera impedido, de haberlo querido. Y, sin dudas lo habría querido si tal hubiese sido la voluntad del Padre y tal también el fin de su misión redentora. Pero no, Él no había venido para eso. Ni tampoco instituyó su Iglesia para eso.

Vino para revelarnos el Amor infinito del Padre Eterno que nos llama a vivir en comunión con Los Tres , ya desde ahora; para lo cual, las diversas situaciones que nos toca vivir son como el paño sobre el cual Él quiere ir bordando su historia de amor personal con cada uno de nosotros. A uno le ha dado gran inteligencia: pues, deberá servirlo con ella. A otro, pobreza: pues será desde su despojo que deberá dejarse amar por Dios. A quien le dio belleza o gracia, a quien, mal genio o poca gracia. El primer paso, entonces, será reconocer con sencillez lo que de Él hemos recibido y una vez aceptado y reconciliados con nosotros mismos, desde nuestra condición personalísima, tender a Dios sin descanso . Que cada cual viva conforme le asignó el Señor, cada cual como le ha llamado Dios (I Co 7, 17).

Rumiando este pensamiento, caminemos los días de la Cuaresma hacia la Pascua , anticipo de la definitiva, aprendiendo a vivir desprendidos, agradecidos a Dios por que es inmenso su amor , confiados en que su Bondad de Padre jamás permitirá que alguno sea probado por encima de sus fuerzas.

Pidamos a San José, siempre propicio a nuestras súplicas y aún más en éste, su mes, y a la Purísima Vir gen de la Anunciación que nos ayuden a ver, comprender y emprender resueltamente la marcha del desapego. Así, cuando marzo llegue a su fin, podremos decir exultantes: ¡Jesucristo ha resucitado! Y vive en mí.

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