Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 71
Agosto, 2001

AGOSTO

¡Cuántos hechos y acontecimientos que nos perturban y que parecen provocados por la maldad o impericia de los hombres o surgen del azar, de circunstancias no previstas, influyendo a veces negativamente en nuestra vida! Y, sin embargo, nada escapa a la Providencia del Padre, quien todo lo maneja para nuestro bien. Todo lo ha pensado desde su eternidad para encaminarnos a la realidad definitiva para la cual nos ha creado: la gloria celeste junto a Cristo, nuestro salvador.

Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó" (Rm 8, 28-30).

Pero si de alguna creatura pueden decirse estas palabras, esa es María Santísima. Elegida por Dios desde toda la eternidad como protagonista egregia de Su designio de creación-redención-glorificación, Ella es “la Elegida”, la muy amada, la que ha hallado gracia a los ojos de Dios, la preparada para ser la Madre del Redentor, Aquel por Quien y para Quien han sido creadas todas las cosas (Col 1, 16 b). María Santísima es, como gusta llamarla Juan, en su Evangelio, “la Mujer”, expresión que también aparece en la Carta a los Gálatas: nacido de mujer (4, 4).

Entre los Padres de la Iglesia, a partir de San Ireneo, se entiende aquel nombre dado a María como una referencia implícita a Eva, la primera creatura nombrada “mujer-esposa” ( ishá, Gn 2, 23). San Ireneo toma como punto de partida y fundamento de esta aseveración la tipología adámica que aparece en la Epístola a los Romanos: Adam es 'typo' del Venidero (5, 14). Es decir que, en el poema de la creación del hombre (Adam), está expresado por modo de semejanza o analogía lo que se realizará acabadamente en Cristo. Él es el Venidero (“El que viene en nombre del Señor”, como lo aclama el pueblo de Jerusalén en ocasión de su entrada triunfal), el Adam celeste, preanunciado, prefigurado en el Adam terreno (eso significa “typo”; cfr. también I Co 15, 45), el que es Imagen de Dios invisible (Col 1, 14 ).

Pero, Dios creó al hombre, varón y mujer , de modo que junto a Cristo, el Varón, no puede faltar la Mujer, María Santísima. Por eso, San Ireneo duplica el paralelo: Adam-Cristo, Eva-María. “Lo que fue atado por Eva, quiso Dios que fuese desatado por María”, de modo que, así como por la mujer nos viene la vida condenada a la muerte, por la Mujer recibamos la Vida sin ocaso.

Leemos en el Génesis: “Llamó el hombre a su mujer ‘Eva' por ser ella la madre de todos los vivientes” (3, 19). También éste es uno de los nombres de Cristo, el Viviente (Ap 1, ), de modo que María es la Madre del Viviente (y, en Él, de todos los vivientes). Un antiguo himno mariano, que gracias a Dios se ha conservado hasta ahora en el Oficio de la Virgen, toma esta idea cuando canta: “Tomando de Gabriel/ el ´Ave´, Virgen alma/ mudando el nombre de Eva, /paces divinas trata. ”(Ave Maris Stella). Muda Eva , nombre que significa “vida”, y que en el relato bíblico recibe la mujer después del pecado -es decir, cuando se pone de manifiesto la debilidad de la humana naturaleza condenada a la muerte- por Ave, utilizando la palabra no ya como saludo, sino como señal del nuevo nombre de la Mujer: la Llena de gracia , expresión a su vez de la nueva condición redimida.

Por ello, otro Padre de la Iglesia exclama: “Por María hemos nacido mucho mejor que por Eva, por el hecho de haber nacido de ella Cristo. ... Ella es nuestra madre, madre de nuestra vida, de nuestra incorrupción, de nuestra luz. ... Ella, por ser Madre de Cristo, es madre de nuestra sabiduría, de nuestra justicia, de nuestra santificación, de nuestra redención. Por ello es más madre nuestra que la misma madre carnal, ya que nuestro nacimiento de Ella es superior” (S. Sofronio).

Por María nacemos para el Cielo, nacemos para la Vida Eterna, para la Visión beatífica del Dios tres veces Santo, al que ningún hombre puede ver y seguir viviendo según la carne, esto es, según esta vida corruptible que recibimos de nuestro nacimiento natural. De esta vida nueva nos habla el misterio mariano que contemplamos durante este mes de Agosto: la Asunción de María “en cuerpo y alma”, como suele decirse al enunciarlo; el misterio de la presencia de la Mujer resucitada, toda ella transfigurada y poseedora de una vida nueva, imperecedera, transportada de amor y de gozo en Dios, Su Salvador , en quien brilla acabadamente (como en Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro) la semejanza divina, porque, seremos semejantes a Él cuando lo veamos tal cual es (cfr. I Jn 5, ).

La Providencia de Dios que siempre busca nuestro bien, recordémoslo siempre, pasa, pues, también, a través de los cuidados maternales de María, de su corazón de Admirable Madre tan cercano a los nuestros. Ella jamás nos abandona.

Durante este mes, en medio de tantas dificultades inmediatas que pueden impedir que nuestra mirada se eleve a los horizontes últimos, pidamos a María Asunta la gracia de la perseverancia final, para que también a nosotros nos conceda el buen Dios llegar a verlo tal cual es.

 

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