Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 26
JULIO, 1997

"REPARA MI CASA"

Nuestra parroquia ha comenzado la Misión Arquidiocesana que, en el transcurso de los tres últimos años del siglo XX, ha querido nuestro Papa actual, Su Santidad Juan Pablo II, se realice en todo el mundo, como preparación al tercer milenio.

Por cierto que esta misión, como desde los inicios de la historia de la Iglesia, se hace muy lejos de los poderes de este mundo y con los modestos recursos materiales que han caracterizado siempre la historia del cristianismo. La propaganda propia de los partidos políticos, de las campañas electorales, de las empresas comerciales, no solo está fuera de las posibilidades económicas de la Iglesia sino que no es el método de Cristo. "Id de dos en dos. No llevéis ni dinero, ni dos túnicas, ni calzado (Mc 6, 7)". La difusión del cristianismo es capilar, osmótica, cordial, de persona a persona, de corazón a corazón, de hermano a hermano, no de líder a masa, no de locutor a audiencia, no de balcón a Plaza de Mayo. El Reino no es la conversión fulgurante de las multitudes ni la implantación del Paraíso en este mundo, sino "como el grano de mostaza que cuando se siembra es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas (Mr 4, 30)". Los efectos maravillosos de las modestas acciones humanas que Dios instrumenta con su poder saldrán plenamente a luz cuando se instaure -árbol crecido y frondoso- su Reino definitivo en el Cielo.

Así pues, nosotros, miembros de esta parroquia, sencillamente, pero confiando en la fuerza del Espíritu, recorremos las casas de nuestro barrio con la imagen de nuestra Madre Admirable, con la dulce y consoladora presencia de María, mostrando a su lado -en el díptico que dejamos unos días en los hogares y negocios- a su divino Hijo, Cristo Jesús.

Madre Admirable, la historia de cuya de­voción todos conocemos, es la representa­ción de la Virgen adolescente, preparando en el templo -en oración, trabajo y estudio- su futuro ser Madre de Dios.

El Cristo es la figura crucificada pintada sobre madera, del siglo XI, que colgaba en la capilla de San Damián, cerca de Asís, donde el joven Francisco, hijo del rico comerciante Pedro Bernardone, solía detenerse a rezar. Un día del 1204, mientras allí oraba, le pareció escuchar que el crucifijo le repetía tres veces "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas ". Efectivamente, la capillita estaba en estado calamitoso y Francisco emprendió inmediatamente, dejando de lado sus ricos vestidos, la tarea de restaurarla.

No sabía todavía que lo que Dios le pedía era mucho más: que restaurara la misma Iglesia de Cristo. Poco después se despojó definitivamente de sus riquezas y, vestido con un rústico sayal y en total pobreza, se dedicó plenamente al anuncio y testimonio del Evangelio. Y cuando le preguntaban quién era y qué hacía, respondía, con la alegría que había reencontrado y radiante brillo amistoso en la mirada: " Soy heraldo del Gran Rey ".

Una reproducción en tamaño natural de ese crucifijo que tenían aquí las Hermanas Franciscanas, antiguas dueñas de este solar, se encuentra, iluminado permanentemente, al fondo de nuestro gran corredor de entrada a los salones parroquia­les y es, junto a Madre Admirable, el otro gran símbolo de nuestra Parroquia.

Desde el díptico que llevan nuestros misioneros, también nos dice a nosotros "¡Repara mi casa!" Primero, en nuestros corazones; luego, en los de nuestros seres cercanos; pero también -todos misioneros, con la alegría de los heraldos del Gran Rey- en los de todos aquellos nuestros hermanos a quienes pueda alcanzar la semilla pequeñita de nuestra palabra y ejemplo.

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