Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 23
ABRIL, 1997

Felices Pascuas

"Está hecho unas pascuas", "¡Felices Pascuas!", "¡Aleluya!"

Después de la austeridad de la Cuaresma y el severo clima de la Semana Santa, la Iglesia adorna su liturgia de blanco, de flores, de música, de campanas; todo eso que, en el tiempo de Pasión, había acallado para expresar su austera espera de la espectacular intervención de Dios venciendo a la muerte y estallando en oferta de verdadera Vida en la Resurrección.

La alegría es el tono de las celebraciones de este tiempo que correrá hasta Pentecostés y durante el cual se multiplican los 'aleluyas' en la Misa y en la Liturgia de las Horas y el Prefacio pascual anuncia cotidianamente "el mundo entero desborda de alegría ".

Decir que "el mundo entero" desborda de alegría puede parecer excesivo en un mundo en su gran mayoría sumergido en la indiferencia o la ignorancia respecto de Jesús y en donde, aún de los bautizados, no hay tantos que vivan la riqueza de los tiempos litúrgicos. Pero es que no se trata de una mera alegría subjetiva, percibida y vivida solo por los creyentes; se trata de una alegría, una plenitud, un gozo, que impregna objetivamente la realidad, aunque no todos sean capaces de vivirla.

La Resurrección es un hecho que no solo atañe a la salvación de los hombres, sino a la realización misma del universo material, que es sublimado y plenificado en la corporalidad elevada al cielo de Cristo, anticipo de la renovación universal de la materia que se dará en los "cielos nuevos y la tierra nueva" que inaugura la Pascua.

La Resurrección es "Gracia" objetiva; algo sobrenatural pero realísimo, insertado en el corazón del tiempo y del espacio mediante la Iglesia. Y el término griego que utiliza nuestro evangelio para designar la Gracia, " járís ", comparte su raíz " jar " -'brillo', 'lo que produce agrado'- con el término " jará " que significa alegría.

Desde la Resurrección, pues, aunque no todos quieran o puedan disfrutarla, el mundo está impregnado objetivamente de esa alegría que no da lugar al desgaste, a la vejez, al tiempo que huye, a las cosas que se ajan, sino a la Gracia que lleva a la dicha y a la vida, superando toda cruz.

Por eso la Gracia de la Pascua que vive en el interior del bautizado tiene que mostrarse en alegría. El cristiano quejoso, siempre serio, rezongón, pronto a la iracundia, permanentemente protestando por todo, criticando a los demás, retando a los que lo rodean, ensimismado, nunca conforme por nada, contando siempre sus cuitas, enumerando sus problemas y enfermedades, no refleja su estado de Gracia -si es que lo tiene-, su condición de receptor de la Buena Noticia de la Pascua y, ciertamente, es incapaz, así, de anunciarla a los demás.

Por supuesto que la alegría de la Pascua es una alegría que puede convivir con los problemas, las dificultades y aún las indiscutibles tristezas que nos depara de vez en cuando esta vida pasajera. No estamos hablando de la falsa alegría del carnaval que antecede a la Cuaresma y que parece ser el único tipo de contento que conoce nuestro mundo; nos referimos al auténtico gozo de la Pascua, que es triunfo definitivo de la Vida sobre todo lo caduco. Y ésto se trasunta en afabilidad, en sonrisa, en serenidad frente a las contrariedades, en grandeza de alma, magnanimidad, buen humor, esperanza, empuje en el esfuerzo y hondura en las legítimas alegrías de esta tierra.

Como dice Pablo a los Filipenses : "Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense ".

Felices Pascuas. Vivamos en Gracia. Vivamos en alegría.

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