Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 14
JUNIO, 1996

MES DEL SAGRADO CORAZÓN

Las resonancias que suscita la palabra "corazón" no son idénticas en la sagrada Escritura y en nuestro lenguaje cotidiano. Cierto que el sentido fisiológico es el mismo, pero los otros usos de la palabra difieren notablemente. En nuestra manera tanguera de hablar, el "corazón" solo evoca la vida afectiva. La Escritura , en cambio, concibe al corazón como "lo interior" del hombre en un sentido mucho más amplio. Además de los sentimientos, en el habla de la Biblia, el corazón contiene también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. Y, aún en lo afectivo, el término corazón no se refiere solo al querer, sino también a los sentimientos de adhesión, de coraje, de misericordia, pero también de ira. Todavía eso permanece en nuestra semántica: "tiene un corazón valiente", decimos de un hombre valeroso. "Ricardo, corazón de león".

De tal manera que hablar del Corazón de Jesús no quiere de ningún modo crear en los cristianos algún tipo de devoción sensiblera o sentimental -a pesar de alguna imaginería barata que no rescata los aspectos viriles del Señor-, sino sencillamente hacernos recordar que, sentados a la derecha del Padre y mediando todas las gracias que nos da Dios, se encuentran, atentos a nosotros, los pensamientos y los sentimientos bien humanos de un hermano nuestro: Jesús.

Esto fue predicado siempre por la Iglesia , y los evangelios no son sino la pintura de cómo el amor de Dios se hizo patente al hombre a través de los hechos y palabras de Jesús. Pero fue necesario volver a afirmarlo hacia el siglo XVII cuando, por influjo calvinista, el jansenismo, -herejía derivada de las tesis de un tal Jansenio- introdujo en la Iglesia una concepción de Dios de tal modo severa, puritana, elitista, aterradora, que inducía a muchísimos fieles a dudar de la misericordia de Dios y tener a su respecto relaciones de temor, de miedo, que no de veneración y respetuosa amistad.

San Juan Eudes y Santa Margarita Alacoque fueron los grandes propagadores de la devoción del Corazón sagrado de Cristo. Aunque éste no fuera últimamente sino el aspecto visible -"Felipe, el que me ve, ve al Padre" - del infinito amor de Dios por su creatura, era más fácil percibirlo a través del símbolo de ese concreto y bien humano corazón de Jesús.

Pero, en estas épocas, en las cuales se esfumina el sentido del pecado, y la urgencia de la salvación apenas preocupa a nadie, también es bueno recordar que ese corazón de Cristo no es puro y dulzón sentimiento que nos aliente a la confianza boba, sino la bondad inteligente de un capitán que nos señala la senda, nos apunta ideales, nos exige, y -aunque siempre esté dispuesto al perdón y a la misericordia- nos estimula al esfuerzo, al valor y al buen combate.

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