Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número:109
Enero y febrero, 2005

Las Moradas del castillo interior

Aún en estos tiempos de agendas electrónicas, Palms y 'display' de teléfonos celulares muchos somos los que a comienzos de año hemos dejado caer la última hoja de nuestros almanaques para estrenar el que marca los días del nuevo año. Solemos hacer también limpieza general para esta época, botando papeles y cosas amontonados durante el viejo. Cáritas recibe muchas donaciones de cosas usadas en estos días.

Las vacaciones, sea que vengan o no mejoradas con un viaje de "descanso" -no siempre suele serlo en realidad-, son un paréntesis en la rutina que marca unos 334 días de nuestra vida cada año. Y por eso solemos aprovecharlas -o decimos que vamos a hacerlo- para llevar a cabo mil y un proyectos postergados. Lamentablemente, tantas veces, marzo nos sorprende sin haber hecho nada. Porque el tiempo en que tenemos menos tareas y ocupaciones, se nos escurre como agua entre los dedos.

Lo cierto es que no estará de más intentar, así como hacemos limpieza a fondo de nuestras casas, también ocuparnos de esa 'morada de Dios' que somos cada uno de nosotros, los bautizados, y aprovechar estos días para hacer nos un "limpieza general". Los maestros espirituales de antaño llamaban a esta 'limpieza', 'ascesis'. El 'asceta' -misma raíz que 'atleta'- es justamente el que se 'ejercita' en el camino de la purificación y la perfección.

En otros tiempos, los predicadores hablaban frecuentemente a los fieles de la ascesis que era necesario practicar para librarse de pecados, vicios, imperfecciones y lastres, y dejar vía libre a la gracia de Dios. Pero, más preocupados por asuntos terrenos, problemas de justicia social, de derechos humanos o de ínfima moralina, hace años ya que no se oyen, de labios de nuestros pastores, salvo excepcionalmente, las palabras ascética y mística. Y, por eso, mientras crece constantemente el 'santoral' -no hay mes en que no se anuncie la beatificación de tal o cual, o la canonización de éste o de aquél, el feligrés común y corriente tiene a la santidad como algo que está completamente fuera de su vida y de sus posibilidades. Probablemente muchos de los que asisten a Misa los domingos, confiesan y comulgan con regularidad e intentan vivir cristianamente, piensan que "no hace falta ser santo para salvarse".

Cada vez son más los católicos que ignoran que nadie llega al Cielo , esto es, a la Vida Eterna, si no intenta alcanzar la santidad o sea la perfección de la caridad . "Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios " leemos en la carta a los Hebreos (12, 14); y también: "... por encima de todo esto (a saber: misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, paciencia, disposición para perdonar siempre) , vestíos   de la caridad, que es vínculo de perfección " (Cf. Col 3, 12-14).

Sí, es verdad que la palabra "caridad" aparece por todas partes; pero, asociada indefectiblemente con otras tales como: solidaridad, compromiso, 'compartir', participar, 'denunciar' ... Así, queda reducida la caridad a una mera filantropía practicable por cualquiera, sea o no bautizado, ¡viva o no en gracia!, y pierde su condición propia de 'virtud teologal', ordenada en primer lugar a Dios mismo y, por Él y en Él, a nosotros y al prójimo.

Por eso para saber qué es verdaderamente la caridad -y por lo tanto la santidad- y cómo adquirirla y acrecerla, vamos a aprovechar la experiencia de una santa. Santa, por otra parte, declarada por el Papa "Doctora de la Iglesia", es decir maestra de vida, indicadora de camino, guía de viaje en este mundo. En este 2005 -que el Santo Padre ha declarado 'año de la Eucaristía', 'año del sacramento de la Caridad'- intentemos leer a nuestra gran Santa Teresa.

En nuestros boletines, ayudados por ella, procuraremos redescubrir 'la Caridad' y la santidad, vocación a la que todos estamos llamados. Para ello, seguiremos el camino propuesto por Santa Teresa de Jesús en su obra "Moradas del castillo interior".

Este "castillo interior", en cuya 'aposento' más íntimo habita el Señor, somos -según Teresa- nosotros mismos. A través de 'siete moradas', nos enseñará a progresar en profundidad hacia el encuentro amoroso con Cristo. Pero, antes, hay dos condiciones previas que ya podemos ir trabajando 'ascéticamente' en estos dos meses de casi obligado receso.

Previo a todo: advertir la belleza y dignidad de nuestro ser cristianos, en el cual la Trinidad Santa quiere tener su morada: "...considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos... Que si bien lo consideramos, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice Él tener sus deleites " (Prólogo 1). Tomar conciencia del amor que Dios nos tiene y de las gracias inmensas que recibimos a diario, a lo largo de toda nuestra vida. Aquí comienza todo. Si logramos darnos cuenta de ello, no habrá dificultad o contrariedad que pueda abatirnos, incluso cuando la prueba nos conmueva hasta los cimientos. Si nuestros ojos se abren a esta realidad maravillosa que es el sabernos hijos de Dios, viviremos en acción de gracias, y poseeremos el secreto para alcanzar algo de felicidad en esta vida y la plena en el cielo.

Luego de esto, querer entrar en el castillo y buscar cómo hacerlo. "Tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima, claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo ... Mas havéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo..." Estos tales son los que viven extro-vertidos, divertidos, en-'ajenados' en las cosas y distracciones exteriores, ignorantes de las mercedes de Dios. Y porque ni siquiera se conocen a sí mismos, tampoco son capaces de gobernarse ni de dar razón de muchos de sus actos.

Quien quiera remediar esta situación, debe procurar entrar en sí mismo. Santa Teresa nos dice que la puerta para ingresar es la "oración (que) ha de ser con consideración. Porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quién pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios " (Moradas primeras 1, 7).

Aprovechemos, pues estas vacaciones para iniciar un descenso hacia nuestro interior, o un ascenso hacia la cima de nuestro ser -las dos imágenes son válidas-, disponiendo unos minutos cada día para entregarnos a la "oración con consideración", y ponernos conscientemente en presencia de Dios. Propongámonos reservar para esto unos 10 ó 15 minutos de nuestro día; preferentemente a la mañana, antes de comenzar la jornada. Si queremos perseverar es preciso comenzar con poco. No olvidemos el sabio consejo de los ejercicios ignacianos: 'PPP', Propósitos Pocos y Posibles. Y mantengamos la decisión cuando, al correr de los días, nos asalte el desgano.

Así, con la gracia de Dios, penetraremos en la primera morada, en la que encontraremos mucho que hacer antes de continuar nuestro camino. Pero, esto lo dejaremos para la Cuaresma. Ahora estamos de vacaciones. Descansemos, entonces, en Dios. "Echemos sobre Él todos nuestros cuidados, ya que Él se preocupa de nosotros" .

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