Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 106
Octubre, 2004

Madre Admirable. Parroquia de María.

Octubre. Mes del Rosario, mes tan querido a los hijos de María Santísima, bajo su bella advocación de “Madre Admirable”. Llegada a estas tierras de la mano de hermanas franciscanas, la imagen de Madre Admirable asentó sus reales en el predio que actualmente ocupan nuestro templo y colegio parroquial. Y, desde aquí, su serena y cautivadora figura atrajo a niños y grandes, a la gente sencilla del vecindario y, también, a las familias de vieja tradición porteña.

Con el correr de los años, conformada una comunidad por obra y en torno de los sacramentos, partidas las hermanas Franciscanas Misioneras de María, fue erigida nuestra Parroquia en 1984, en manzanas que antaño pertenecieron al Socorro.

Pero no es solo una cuestión de límites, ni de ‘juris-dicción', ni de decreto del Arzobispo. Lo jurídico en la Iglesia –que, en cuanto es una sociedad de hombres en este mundo y en el tiempo, tiene leyes propias- es solo el marco externo que da forma a una comunidad ya existente de fieles.

De tal modo que la parroquia no es principalmente su ámbito geográfico; ni siquiera el templo. El templo es solo el lugar -lugar consagrado y sacro desde su Dedicación en 1982- en donde nos ‘encontramos' nosotros, hermanos de Jesús e hijos de María, verdaderos ‘templos', ‘parroquia', edificio viviente, del Espíritu de Jesús. Lugar, por tanto, que no puede tener la forma de un galpón o de un estadio, sino que ha de ser digno de la Presencia del Señor en la Eucaristía, de la de María en su advocación y su imagen, y de nuestra prosapia de hijos de Dios. De allí su bella forma levantada hacia lo alto, la luz sugestiva de sus vitrales, los tubos de su órgano, su espacio luminoso y regio invitando al recogimiento, a la oración, al encuentro con el Señor presente en su noble Sagrario.

Pero lo principal es siempre no el edificio, sino el Viviente que siempre preside la asamblea. Y la asamblea misma, nosotros, los que hemos renacido a la Vida de la gracia, a la Vida de Dios, incorporados a la Santa Madre Iglesia por el Bautismo.

Con nombre y apellido, con dirección, número de teléfono y mail, los que formamos parte del vecindario parroquial, asistimos aquí a la Santa Misa, colaboramos de diversos modos con la marcha de la parroquia y sus instituciones. La parroquia, pues, somos los que aquí nos casamos, bautizamos a nuestros hijos, los traemos al catecismo, nos acercamos a recibir al Señor en la Eucaristía, le pedimos perdón y nos reincorporamos a la plena comunión por el sacramento de la Penitencia, pedimos la asistencia de sus ministros para nuestros enfermos, rezamos por nuestros vivos y por nuestros muertos.

Es en la parroquia donde encontramos nuestro lugar como miembros del único Cuerpo , en Cristo Jesús, por el cual nos hacemos miembros los unos de los otros, ligados por la única auténtica, posible fraternidad, que es la de la caridad que surge de la fe y es alentada por la esperanza. Comunidad que debería ser de respeto mutuo, de amor, de tolerancia, de aceptación de las legítimas desigualdades, de los diferentes caracteres, de los distintos carismas y funciones. Porque eso es necesario decirlo: sin unidad en el amor, la parroquia ‘no existe'.

Y participando de la liturgia parroquial nos unimos a la Iglesia extendida por todo el mundo y nuestra pequeña oración, como los círculos que forma sobre la superficie del agua una pequeña piedra arrojada, se extiende hasta el infinito. Así como nuestros pequeños o grandes pecados, egoísmos, envidias, divisiones y habladurías, infectan la Iglesia entera.

Y participa de la liturgia parroquial no sólo el que viene a Misa o se une al rezo del Santo Rosario, o asiste a las Vísperas con Exposición del Santísimo Sacramento de los jueves, o a la Adoración de los primeros viernes; también lo hace, desde su lecho, el enfermo que ofrece la Misa de su sufrir, el padre de familia y la madre que llevan adelante su hogar con sacrificio y esperanza, el encargado del edificio, la maestra, el profesor, el abogado, la contadora, la empleada doméstica, la dueña de la boutique, el chef, el botones, la enfermera, el ingeniero o el médico. Todos, por supuesto, con la condición de que traten de vivir en gracia, cumplan con sus deberes de estado del mejor modo que les sea posible, soporten con paciencia las dificultades de esta vida, sobrelleven sus dolores, o gocen en el Señor de las cosas buenas que Él nos regala a diario. Es de estos modos concretos, no abstractamente, como vivimos el mandamiento primero: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Amamos a Dios haciendo bien y santamente (esto es, por caridad) lo que tenemos que hacer.

De este modo se construye día a día la parroquia, estrechando vínculos fraternos entre sus miembros, aunque no todos nos conozcamos, pero en la ‘comunión de los santos' y en la medida en que somos y vivimos como hijos del Padre Eterno.

Pero como siempre nos resulta mucho más accesible la Madre, “ que no el Padre, que por ser padre da más respeto ” (Pemán), María, que con su manto protege especialmente a toda nuestra parroquia, nos recibe a diario en este templo, escucha nuestras plegarias, nos sostiene con su mano amorosa, nos auxilia en nuestras necesidades, incluso cuando no lo veamos, y, como Madre Admirable, nos alimenta con la Palabra hecha Carne, hecha Eucaristía, que es su Hijo. Ella nos convoca, insistentemente, para que no olvidemos que nuestro fin está en los cielos, la Parroquia definitiva, allí donde Ella vive juntamente con su Hijo Jesucristo, el Señor, para alabanza del Uno y Trino Dios.

 

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