Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1994- Ciclo B

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     16, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

SERMÓN

El mundo contemporáneo ha visto ampliarse de pronto el horizonte de su universo a dimensiones inimaginables no hace más de cien o doscientos años. De un universo reducido prácticamente a nuestro sistema planetario se pasó al universo alucinante de las galaxias, de las familias de galaxias, de los clusters, de los superclusters, con cantidades de estrellas y distancias, inimaginables aún para nosotros, cuyo cerebro ha sido programado para interpretar solo los pequeños espacios de nuestro entorno casi familiar; de nuestro nicho ecológico, diría un etólogo.

Piénsese que Ptolomeo , el gran astrónomo alejandrino del siglo II, solo tenía catalogadas 1000 estrellas, que son más o menos las que un hombre normal puede ver a simple vista. Hoy sabemos que, en nuestra sola Galaxia, existen 100.000 millones de estrellas y, en el universo, miles de millones de galaxias. Pero, yendo más atrás, nos encontramos con concepciones más ingenuas aún: el hebreo del antiguo testamento y, con el, el resto de las civilizaciones orientales, concebía a la tierra como un disco asentado por medio de columnas en lo que ellos llamaban el tehom , el abismo, formado por agua primordial, y que rodeaba a todo la tierra no solo por abajo y los costados, sino por arriba. Esa agua primordial estaba sostenida por una inmensa bóveda, el llamado firmamento, en donde, para que no se cayeran sobre nosotros, estaban colgados el sol, la luna y las estrellas.

Sobre y fuera de ese firmamento y del tehom se suponía estaba Dios.

De tal modo que el hombre, abajo, sobre su disco de tierra tenía, por encima, el firmamento y más arriba aún, el ámbito de dios; allá en lo alto, el altísimo, "Hosanna a Dios en las alturas" decimos todavía nosotros. Y, abajo, el tehom, el abismo, lo inferior, "inferus o infernus" en latín, infierno, que simplemente quiere decir eso: lo de abajo, lo ínfimo, lo inferior.

Las observaciones de los griegos apenas eran un poco más aguzadas. El universo, por ejemplo, del mencionado Ptolomeo, concebía a la tierra ocupando el centro de una gran esfera, que contenía concéntricamente otras esferas transparentes que sostenían cada una -para que no se vinieran para abajo- los planetas por ellos conocidos: la luna, mercurio, venus, el sol, marte, Júpiter y Saturno. La más externa de ellas, cribada de puntos luminosos, era la de las estrellas.

El universo era pues un enorme recinto esférico cerrado, más allá del cual existían los llamados cielos superiores, otras esferas, invisibles para el hombre, como el Cristalino, el Empíreo, el Olimpo...

Más aún, durante toda la antigüedad se pensó que esos astros y planetas brillaban siempre y nunca se apagaba porque estaban compuestos de una substancia incorruptible, inmutable: la quinta esencia. A diferencia de lo que estaba debajo de la esfera de la luna, el mundo sublunar, le decían, compuesto por los otros cuatro elementos o esencias mutables, corruptibles: los cuatro elementos: tierra, aire, agua, fuego.

Aquí abajo, pues, era el mundo de lo terreno, lo oscuro, lo mudable, lo cambiante, donde los elementos se transmutan, nacen, se gastan, mueren...

Arriba, en cambio la quinta esencia luminosa e incorruptible, los astros incorruptibles, de movimientos serenos, manejados por inteligencias supremas, ángeles, espíritus puros,...

Por eso todo lo que apuntara para arriba, una piedra erguida, un árbol, una montaña, servía al hombre primitivo para ponerse en contacto con ese mundo de serenidad e incorrupción, con la morada de los espíritus.

De allí que los templos se ubiquen en el lugar más alto de la ciudad, para estar, más cerca de lo celeste, del cielo y, si no hay lugares altos, se fabrican, como los zigurat de la Mesopotamia o las pirámides de centroamérica. También el rey, el faraón, el señor, se sienta en un trono alto, se pone coronas que figuran al sol, para estar en vecindad con lo de arriba.

No es extraño, pues, que la imagen espacial de lo alto y de lo bajo, del ascenso y el descenso, esté profundamente inscripta en la simbología y el lenguaje de los pueblos para hablar de cualquier tipo de superación o degradación, de éxito o fracaso...

Pero, ¿cual no habrá sido pues la sorpresa de Galileo, bien entrado el mundo moderno, cuando apuntando con su telescopio a la luna, se da cuenta de que ésta lejos de ser un cuerpo perfecto, esférico, de materia incorruptible, está llena en su superficie, de arrugas, de valles, de montañas, de anfractuosidades? Lo mismo cuando mira el sol. Muy lejos parecen esos cuerpos de estar compuestos de ninguna materia distinta de la nuestra. El mundo de arriba, lejos de ser incorruptible, eterno, está formado, como el sublunar, de elementos que se gastan, que envejecen, que cumplen las generales de la ley, entre ellas las del aumento irreversible de la entropía.

Más aún, cuando se populariza la teoría de Copérnico -sacerdote católico polaco- sobre la tierra girando alrededor del sol y cuando, a partir de Newton, se termina por concebir la tierra como una esfera en la cual por la ley de gravedad los que supuestamente están abajo nuestro, en nuestras antípodas, no se caen, y "arriba" es, pues, cualquier perpendicular a la superficie esférica de la tierra, es decir cualquier dirección, el arriba y el abajo terminan, al menos en astronomía, por perder totalmente su sentido. Nada se diga de cuando irrumpe la teoría de la relatividad.

Pero la categoría simbólica lo mismo la seguimos usando: Su Alteza, se dice aún a los príncipes; Su Excelencia, se dice a los Obispos -excelencia quiere decir lo que sobresale para arriba, los sobre-saliente-; y aún hablamos de "un hombre de bajos instintos o de altas miras. "Te vas p'arriba" le decimos a un tipo que medra; estoy bajoneado, cuando nos sentimos o nos va mal; ascienden los equipos que pasan a primera. O al revés, descienden. "Pasó al grado superior; lo degradaron", se afirma tanto en la jerarquía militar como en los grados de primaria. Grado, en latín quiere decir, escalón, lo que hace subir o bajar el zigurat.

Pasando a lo nuestro, como Vds. saben, la experiencia de la Resurrección es algo que parece haber creado problemas de interpretación entre los que, de ella, fueron testigos: Cristo sin duda que ha dejado de estar muerto; su cadáver ciertamente no está mas en la tumba; Jesús se ha aparecido a muchos; ha vuelto indudablemente a la vida. Y, sin embargo, no es lo mismo que antes: aparece, desaparece; se puede caminar con él y no reconocerlo; su presencia tiene una grandeza, un poder, una majestad, que apenas afloraba en el Jesús que había estado con ellos antes de su muerte. Ahora es el Señor, es la luz enceguecedora que derriba a Pablo del caballo, camino a Damasco; sus apariciones son eso: apariciones, breves momentos en que desde una nueva dimensión, desde un nuevo nivel, Cristo se deja mirar, oir, y aún tocar, por sus discípulos, pero de modo diferente.

Aquí no ha habido solo un triunfo sobre la muerte, como cuando resucitó Lázaro, o la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naim, se trata del mismo Jesús, sí, el engendrado en el vientre de María, pero promovido, transformado, metamorfoseado a un estado superior, señorial, sobre humano, hipercósmico...

Jesús ahora es el Señor: el pantocrator de las figuraciones bizantinas, el Señor del Universo, el dueño de la historia, el supremo monarca del Cosmos. Superior a todos los príncipes de este mundo; 'por encima de los tronos, dominaciones, principados, potestades', oímos a San Pablo, ya utilizando la imagen espacial de la altura. Y poco a poco los discípulos irán entendiendo que Jesús ha sido promovido nada menos que a nivel divino.

Pero ¿cómo expresarlo en su lenguaje? Piensen Vds. que en su lengua hebrea estrictamente no existe la palabra Dios: se usan los términos Yahvé o Elohim pero esos son nombres propios, y la palabra griega Zeos o la latina Deus estrictamente tampoco servían, porque eran utilizados también para designar cualquier mamarracho de divinidad pagana... De allí que los teólogos que escribieron el nuevo testamento recurran a expresiones de otro tipo, imágenes espaciales: no es que Jesús haya simplemente vuelto a la vida, ha sido exaltado -dicen-, glorificado, se ha sentado a la derecha de Dios, se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, se le ha dado el nombre que está sobre todo nombre... Expresiones de este tipo pueden encontrarlas Vds. dispersas por toda nuestra escritura. Es el débil balbuceo del lenguaje humano tratando de explicar qué es lo que ha sucedido con Jesús de Nazaret una vez vencida la muerte.

La imagen más popular, la expresión más usada, es, sin embargo, la que, de acuerdo a las concepciones simbólicas y aún astronómicas de la época, habla de exaltación, elevación o ascensión. Como hoy hemos escuchado a Marcos: "el Señor Jesús, fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios"

Pero Lucas, tanto en su evangelio como en los hechos de los apóstoles -la primera de nuestras lecturas- es el más plástico: concibe todo como una gran escena casi teatral en donde de hecho Cristo se eleva desde el suelo, con la típica simbología celeste de las nubes y de los ángeles. Pero tampoco para él la Ascensión es un desplazamiento en el espacio, es un cambio de estado, una transformación...

Comparen con Mateo que para decir lo mismo no habla de ninguna ascensión de este tipo: Cristo simplemente se despide de sus discípulos desde lo alto de una montaña.

O comparen con Juan que no distingue Resurrección de Ascensión, para él es la misma cosa.

En realidad el único que habla de cuarenta días simbólicos, separando Resurrección de Ascensión, es Lucas. Y la Iglesia, en su liturgia, pedagógicamente respeta esta figuración lucana; por eso hoy festejamos la ascensión del Señor separada cuarenta días de la Resurrección. Pero de verdad estamos festejando el mismo hecho, visto de dos maneras complementarias. La Resurrección, no es más que la Ascensión; la ascensión, no es más que la Resurrección.

Por eso la ascensión no es un irse: Jesús sigue estando con nosotros, pero en una dimensión que no alcanzan nuestros sentidos; como está el color en el aire, pero no lo puedo ver porque tengo solo un televisor que capta en blanco y negro. Jesús está ahora en otra norma, en otra frecuencia que no capta aún el receptor de nuestro cerebro. La calidad divina y señorial de Cristo solo podremos percibirla plenamente cuando a nuestra vez nosotros hayamos sido adaptados, ascendidos, metamorfoseados, mediante nuestra propia transformación pascual...

De todos modos, aunque las categorías espaciales, el arriba y el abajo, la altura y lo inferior, hoy hayan sido desmitologizados, tampoco es verdad del todo que hayan sido superadas absolutamente. Porque también hoy, a la manera de los antiguos, la astrofísica habla del universo como una esfera. Es verdad que una esfera cuatridimensional, pero esfera al fin. Esa esfera no tiene límites, como no los tiene la superficie de una pelota, de un balón, una hormiga puede caminar sobre ella y nunca hallar un frontera, pero si sabemos que es finita. Ya Rieman, desde las geometrías no euclidianas de Lobatschewski y Bolyai, había postulado en el siglo pasado la existencia de un universo ilimitado pero no infinito, finito; en donde la trayectoria de una recta siempre retornaría a su punto de partida. Einstein y los últimos descubrimientos sobre la expansión del universo, confirman esta teoría. Complicada con el segundo principio de la termodinámica, el aumento irreversible de la entropía, el desgaste y muerte térmica ineluctable de todas las cosas... nos hablan del universo como algo maravilloso, pero en el fondo una gran prisión de espacio y de tiempo limitados de la cual no podemos salir.

Dentro de su universo, el hombre no tiene futuro, ni esperanza, ni salvación: todo tarde o temprano terminará en el frío y la oscuridad, por más tiempo que haya de pasar para ello...

Por eso solo puede darnos verdadera vida aquel que no está aprisionado en los límites curvos de este cosmos, el que los as-ciende o, para utilizar otra palabra semejante y también espacial, el que los tras-ciende.

La fiesta de la Ascensión del Señor nos habla de que algo de lo humano ya ha superado la caducidad irreversible de este mundo, lo ha trascendido, que toda la linea de la evolución creadora que se iniciara un lejano momento de hace 15.000 millones de años y que ha desembocado en el prodigio de la aparición del ser humano hace 50.000 o 100.000 años no terminará en los cero grados Kelvin, en el cero absoluto, en la disipación de la materia, en el final pronosticado ineluctablemente por los astrofísicos, sino que culminará -para aquellos, como dice Marcos, que se hayan adherido por la fé y el bautismo al poder vivificador del Señor Resucitado-, culminará en esa dimensión divina, inimaginable, humana si, pero a la vez trascendida, ascendida, glorificada, exaltada, divinizada, que ya nuestro Señor ha alcanzado, fuera de los límites de este cosmos, y desde donde ya nos concede esas fuerzas vitales, esas gracias, capaces de hacernos superar nuestra poquedad, nuestras pobres fuerzas humanas, nuestros pecados y, finalmente, metamorfosear en vida nuestra muerte. Aleluya.

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