ARTÍCULOS Y CONFERENCIAS
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

INICIO / MENÚ

TRINIDAD Y ESPÍRITU SANTO

 

1- Algunos interrogantes

Que el tratado de la Trinidad y, consecuentemente, la figura del Espíritu Santo, han sido objeto de un remozado interés en la teología contemporánea -probablemente a partir de la inteligente crítica de Rahner respecto al aislamiento del capítulo trinitario en relación al resto de la teología- es un hecho indubitable. Basta asomarse a cualquier manual recientemente editado y observar allí la inmensa bibliografía que desde entonces ha suscitado. [1]

Nadie podrá negar la renovación que ello ha significado en el pensamiento cristiano en general, y en la inteligencia del misterio pascual en particular. Empero, quisiéramos hacer notar que no siempre los autores que se han acercado al tema lo han hecho ni con los elementos exegéticos ni con los especulativos [2] suficientes para abordar tan difícil problemática. Más aún, encontramos, a veces, como motor del interés trinitario, cuestiones que, sin ser de ninguna manera ajenas a la Trinidad -¡y qué podría ser ajeno a Aquello de quien dependen todas las cosas!- pueden forzar el tratamiento del misterio rebajándolo de la analogía -'analogia ad inaequalitatem' la llamaba Cayetano- [3] al puro alegorismo. Se trata de un misterio luminoso, por cierto, pero que roza los límites de las posibilidades especulativas naturales de la mente humana y su capacidad de manejo del lenguaje analógico. Y me refiero a la temática política, comunitaria, ecológica, holística, personalista, psicológica que, a veces, abaja el contenido trinitario a meras especulaciones sobre diversos aspectos de la relacionalidad humana, o a aproximaciones de poco vuelo intelectual y ni siquiera científico, a la psicología del amor.

Aquí siempre se corre el peligro de la comprensión unívoca, latente en la analogía psicológica llevada adelante con suma sutileza por Santo Tomás, [4] y que no siempre resulta fácil de entender al estudiante del tratado trinitario: cuando finalmente termina por comprender, de una u otra manera, el mecanismo psicológico expuesto por el Aquinate, piensa que entendió la Trinidad, sin apercibirse de que lo que apenas ha entendido es la teoría del conocimiento o del amor de Santo Tomás. [5] Y ¡ni pensemos todavía en si dicha concepción aristotélico-tomista puede o debe someterse a revisión desde teorías del conocimiento más contemporáneas! [6]

 

2-Algunas aclaraciones

 

2.1. Estricta identidad de procesión, relación y persona.

 

Aún quedándonos con la mencionada doctrina psicológica -pensamos que continúa siendo fundamentalmente válida-, sabemos perfectamente que no pretende ser una teoría aplicable sin más a la Vita Dei [7] sino la única manera de hallar una noción de 'procesión' que, aplicada a la inmanencia del unicísimo Dios, no implique ni exterioridad, ni movimiento, ni paso de la potencia al acto. Una lejanísima analogía para comprenderlo piensa encontrarla Tomás en el 'acto del acto', mediante el cual en el 'entender' se 'dice' el concepto, la 'intentio intellecta', la idea, el verbo, la 'especie expresa'. Quede claro: no es el verbo, la idea, lo que es útil a la analogía, sino el 'modo' de 'concebirlo'. Tanto es así que, estrictamente, cuando esta analogía se proyecte al ámbito de lo trinitario, el Verbo, segunda persona de la Trinidad Inmanente no se analogará a la 'idea','verbo' o 'concepto' de la inteligencia humana, sino a su 'concepción' o su 'ser dicho' identificada con la respectiva relación. Concebir a la segunda persona de la Trinidad Inmanente como un 'fruto', un 'concepto' dicho por el Padre, es deslizarse peligrosamente al diteísmo.

La tercera persona conlleva problemas mayores. Aquí sí que, basados en la aproximación agustiniana, y sin tener mayores respetos no solo por las vacilaciones del mismo Agustín, [8] sino por el alerta lanzado por Santo Tomás respecto a la pobreza del lenguaje en el análisis de los diversos aspectos del acto volitivo, [9] la figura del Espíritu Santo planea graciosamente por sobre su intelección como amor esencial, o nocional, o fruto de éste, sin precisión alguna. Nos encontraremos con bellas exposiciones de cómo la separación del Padre y del Hijo se salva en la unidad amorosa del Espíritu Santo, aplicadas inmediatamente a nuestras comunidades humanas y eclesiales. O con variaciones de la exposición victorina de cómo el ES-amor es el fruto acabado de toda la expansivamente amorosa vitalidad divina. Que la intuición victorina sea una de las tantísimas maneras de aproximarse al misterio -y no la peor de ellas- [10] nadie lo negará, pero da más pie para iluminar el misterio de la libertad divina en su acción 'ad extra', en la creación -al agotar la necesidad de la expansión del acto amoroso en la inmanencia divina- y a la psicología de la amistad humana, [11] que para entender el misterio trinitario en sí mismo y, en particular, la procesión del Espíritu Santo.

Lo cierto es que aquí, nuevamente, corremos el peligro de creer que, por haber entendido el último pensamiento de Santo Tomás respecto a los actos volitivos humanos, hemos entendido la procesión inmanente del Espíritu Santo. Otra vez hemos de decir que, en estricto paralelismo con la prolación del concepto, no es el 'fruto', a modo de 'impulso' específico hacia lo amado -'pondus', 'amor', impulsus', 'inclinatio', 'affectio', 'inclinatio amatoria', 'spiramen', que permanecerá (en la categoría de 'qualitas') en la voluntad como 'alianza' amorosa a lo amado, y que será enriquecida cada vez que actualicemos un nuevo acto de amor hacia el amado- del acto de amor nocional, el que se analoga tomísticamente al Espíritu Santo.

Es el 'modo de proceder' -no lo 'operatum', sino la procesión 'ad modum operati'-, el 'amor' o 'espiración' en su sentido pasivo,lo que el tomismo analoga con el Espíritu Santo. [12] No, pues, el fruto de la procesión, lo cual nos haría caer -otra vez peligrosamente- ahora en el triteísmo, ni la espiración 'activa', sino el puro 'ser espirado', o 'ser amado' o 'amari' nocional, a la vez procesión, acto nocional y, más precisamente, relación. Y recordemos que aquí ni siquiera tenemos términos adecuados para referirnos a las correspondientes relaciones, los 'acomodamos' 'ex usu Ecclesiae', [13] para designar lo relativo.

Porque, y esto ha de ser refrendado una y otra vez, en sano tomismo la persona se identifica con la relación y la relación no es otra cosa sino la procesión. Entre 'procesión', 'acto nocional' 'relación' y 'persona' solo existe distinción -casi 'indistinción', en la línea de Billot- de razón, e identidad realísima. [14]

 

2.2. Revelación no explícita en el Nuevo Testamento de la Trinidad Inmanente.

 

Es preciso subrayar, una y otra vez, (y ser coherentes con esta aseveración en cualquier referencia o tratado trinitario), que la realidad de la Trinidad Inmanente es una afirmación dogmática. Como tal, no ha sido revelada explícitamente en el Nuevo Testamento y solo se ha deducido a lo largo de los siglos, a través de sinuosos avatares, bajo la guía del espíritu divino que ilumina a Su Iglesia.

No se comienza a tener atisbo alguno de la Trinidad Inmanente, tal cual hoy la concebimos, hasta los Padres Apologistas Griegos. [15] Y recién en la polémica antiarriana -de hecho cristológica- comienza a separarse un Verbo eterno inmanente a lo divino, de la figura de Nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto -aunque bastante menos claramente- un Padre del Verbo, distinto del Padre de Nuestro Señor Jesús. [16]

Pongámoslo con todas las letras, pues, y seamos consecuentes con la afirmación: "En el NT, tanto menos en el Viejo, no hay noción de lo que hoy para nosotros corresponde a la Trinidad Inmanente." [17]

Hemos de reconocer que, lamentablemente, gran parte de los fundamentos bíblicos que encontramos en los manuales sobre Trinidad no tienen en cuenta esto y, a la manera de los Padres, [18] trasponen directamente pasajes que son económicos -todos lo son- a la inmanencia, a la 'teología', confundiendo severamente a los lectores. [19] Lo que debe decirse es: "De estos pasajes se puede colegir que en el seno mismo de Dios sucede algo lejanísimamente similar o analógico"; o, también: "Esta afirmación resulta inexplicable si en el seno del mismo Yahvé, Padre de nuestro Señor Jesucristo, no existiera un 'algo' dialogal", tal cual lo expone tan sencillamente Ratzinger en su elemental Introducción al cristianismo. [20]

Así, pues, los protagonistas del ámbito divino que descuellan en la actividad salvífica del Nuevo Testamento son -aunque no exclusivamente- tres y así fueron, poco a poco, fijándose como tales en el desarrollo del pensamiento intraneotestamentario: ( A) Dios-Yahvé, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo [21] -y Padre nuestro- [22] ; (B) Jesucristo, nuestro Señor, Señor del Universo, primogénito de toda la Creación y, como Resucitado, preexistente a ella, Verbo -dabar, memra- de Yahvé, y, (C) finalmente, el espíritu santo, vitalidad de Dios, de Cristo, de la Iglesia y nuestra, [23] por infusión adoptiva. Espíritu al cual, si queremos escribirlo con mayúsculas, debemos tener claro que es el Espíritu Santo de la Economía, lo que hoy más valdría traducir aproximadamente -¡sólo aproximadamente!- en términos teológicos más escolásticos, por 'gracia santificante' y, en ocasiones, en su actuación, por 'gracia actual', moción divina. [24]

Es a partir de las 'relaciones' que guardan estos tres de la Economía -insuperablemente aún expuestas, según el Nuevo Testamento, por Moltmann- [25] las que nos permiten deducir y asomarnos a las correlaciones de la Teología. [26]

 

2.3. Verdad de Perogrullo: Dios sería Uno y Trino, aún sin creación.

 

Afirmación tipo Disk cleanup a mantener en nuestro RAM constantemente, cuando se habla de Trinidad: siendo la Creación totalmente libre -comprendida en ella la historia de la salvación- es obvio que Dios es lo que es ('sería' igualmente Uno y Trino) aunque el universo -incluidos Jesús en su humanidad, María, los elegidos, la Iglesia y todo lo más sagrado que vivimos en la alegría de su gratuidad total- no hubieran existido. Ni este universo y esta historia, ni cualesquiera otros; ni Tronos, Potestades, Dominaciones, Serafines, Leviatanes, monstruos del mar, Lilits, Ángeles, Arcángeles; ni marcianos, ni diferentes dimensiones, ni todos los seres creados que se quieran modifican un ápice el Ser divino. Esto debe estar como telón de fondo, preconcepción básica, en toda intelección de la Trinidad.

El que, una vez decidido a crear, en plena 'libertad de ejercicio', sin que la creación añada nada a la plena infinitud de su Ser, tenga que manifestarse, en 'libertad de especificación' normada por los principios de su Ser, de modo pascual y cruciforme, es tema a discutir, profundamente relacionado con el de si Cristo se hubiera encarnado o no, si el hombre no hubiera pecado. Pero de ninguna manera podemos postular que, en esa Economía libre, Dios se desarrolle a Sí mismo de cualquier manera; ni que la cruz -manifestación coherente o 'conveniente' de la procesión del Verbo en el seno riquísimo de la Trinidad Inmanente- implique, en dicha Persona, algo que no tuviera eternamente; tanto menos, el sufrimiento entendido en su cáscara puramente biológica. [27]

 

2.4. Solo, pues, conocemos ciertamente la existencia de la Trinidad Inmanente a partir de la Trinidad Económica.

 

La precedente es otra importante aclaración: si bien es cierto que los autores del NT, al interpretar desde sus distintos enfoques el acontecimiento pascual, jamás salieron de la Trinidad Económica, [28] es solamente a partir de ella y sus lecturas neotestamentarias como la Iglesia pudo llegar a afirmar no solo la existencia de la Trinidad Inmanente, sino también lo que podemos saber cierta o 'necesariamente' de Ésta. Camino semejante al que hace la inteligencia humana para, a partir de la creatura, llegar a afirmar la existencia de Dios y especular demostrativamente sobre sus atributos.

Por lo cual, de ninguna manera es ilícito hablar de la Trinidad Inmanente aduciendo afirmaciones neotestamentarias; antes bien, es el único camino, siempre que se tenga en claro -contrariamente al desconcierto de muchos Padres de la Iglesia y teólogos- que no hay pasajes que se refieren a la Trinidad Inmanente y otros a la Económica -distinción que siempre empantana con los ortodoxos el diálogo sobre el 'Filioque'- sino que todos los pasajes escriturísticos hacen referencia a la Trinidad Económica.

Esto no impide, al contrario, que sea a través de dichos datos como podemos elevarnos a la comprensión analógica de la 'Teología'.

 

3- Algunas digresiones

 

3.1. ¿Unidad por el amor?

 

Este es el momento de recordar -y se nos perdonará que lo único que estemos haciendo sea repasar lo que se dice en cualquier tratado trinitario especulativamente serio, [29] sin ningún propósito de originalidad- que la analogía es solamente eso: 'analogía'. No podemos, alegremente, transponer la psicología tomista a la intimidad divina. Y esto, no solo en razón de la analogía y la infinita distancia de nuestro cerebro creado respecto del Ser divino, sino porque, por hipótesis, de ninguna manera Dios necesita concebir un Verbo para entender.

Es necesario precaverse de otra peligrosa fuente de triteísmo, de gnosis neoplatónica o hegeliana, que puede colarse por aquí, como si Dios necesitara tomar conciencia de si mismo mediante un acto antitético: Júpiter concibiendo en su cabeza a Minerva, Zeus a Atenea. [30] El verbo o la idea son necesarias a la inteligencia humana, por pobreza, porque su objeto está en potencia y ha de actualizarse mediante el acto de entender. Esto en absoluto es necesario a la pura inteligibilidad en acto del ser divino. Como tampoco lo es el actualizar mediante ningún 'impulso' o 'suspiro', la amabilidad en potencia -en potencia al menos en el sujeto amante- del objeto de la voluntad. Mucho menos aún, para 'cerrar' en síntesis unificante lo que estaba separado.

Lo que da unidad a las Personas no es el Espíritu Santo, ni el amor, sino la 'homooùsia', la consubstancialidad numérica. [31] A menos que queramos hacer de la unidad divina una unidad moral, a la manera de la unidad de la naturaleza divina y humana en Cristo, de Nestorio.

Más aún: dado que esa consubstancialidad es la de un Dios -Ipsum Esse Subsistens- que se define por el amor, los teólogos no tienen porqué recurrir al Espíritu Santo de la Trinidad Inmanente para explicar ningún acto de amor divino ni aún humano, cuando basta, en infinito desborde, el amor esencial de Dios, del Dios que es 'amor' (I Jn 4, 8).

 

3.2. No es al 'amar' nocional ni menos el fruto de ese amar lo que se analoga al Espíritu Santo, sino el 'ser amado'.

 

Para acabar con la identificación simplista del amor en general con el Espíritu Santo es ineludible recordar también, una y otra vez, que el amor nocional en su sentido activo -que es lo que solemos entender por amar ('amare', no 'amari')- se identifica con la persona del Padre y del Hijo. Porque el Padre no es Padre solo porque engendre al Hijo, sino porque, con el Hijo, espira, 'ama', al Espíritu Santo. Hablando cronomórficamente: el Padre no es Padre hasta que no ha espirado al Espírtu Santo. Y el Hijo no es Hijo solo por haber sido engendrado por el Padre, sino porque, con Éste, espira, 'ama' (nocionalmente), al Espíritu Santo. Es de la 'esencia' del ser Padre no solo el 'engendrar', sino el amar -esencial y nocional-; como la del Hijo, el 'ser engendrado' y el amar -esencial y nocional-. De manera tal, que la persona del Padre no es solo la relación de paternidad, sino también la de espiración activa o amor nocional. Y el Hijo no es Hijo sólo por su relación de filiación sino también por la de espiración activa o amor nocional activo. Si hubiera pues que apropiar de el amor en su sentido activo a 'Alguien', de ningún modo sería al Espíritu Santo, sino al Padre y al Hijo.

Así, en nuestra analogía psicológica, el amar -nocional- se equipara, no con el Espíritu Santo, mucho menos con un 'fruto' o amor hipostasiado y volante, sino con el Padre y el Hijo. De allí que haya que tener sumo cuidado cuando se afirma -sin distinciones- que el Espíritu Santo es 'el Amor del Padre y del Hijo'. El Espíritu Santo es, en todo caso, el 'amari', la pasiva del acto nocional, identificado realmente con la relación, a saber la 'espiración pasiva'.

El Espíritu Santo que, en cuanto Persona, obviamente comparte el amar esencial con las otras dos Personas, de por sí, nocional y relativamente, no puede parangonarse con el 'amar activo' sino con el 'ser amado'. Esto tiene mucho más que ver con lo que de la Trinidad Inmanente nos apunta la Trinidad Económica, que las especulaciones poco precisas sobre el Espíritu Santo que venimos padeciendo últimamente.

 

3.3. ¿Dios, amor amante o amado?

 

La afirmación anterior, fundada en la revelación, del Espíritu Santo de la Trinidad Inmanente entendido como la relación del 'amari' o 'espiración pasiva', puede llevarnos a pensar que, en Dios, el amor según lo define Juan, es, desde nuestras categorías metafísicas, tanto el 'amar' como el 'ser amado' que, en Él, se identifican. Porque ¿qué es 'antes': amar o ser amado?. No hay ninguna duda que, en nosotros, el ser amados precede al amar. [32] Al menos desde nuestra situación de creaturas sostenidas en el ser por el ser amados por Dios.

Pero, también habría que preguntar eso del mismo Dios, en quien los trascendentales son categorialmente anteriores a las operaciones. Dios es ens et verum et bonum 'antes' que inteligencia y voluntad. Pero tanto el verum como el bonum se definen o describen ¡desde la inteligencia y la voluntad!: ens en cuanto conocido, el primero; en cuanto amado, el segundo. En este sentido, conceptualmente, es anterior el ser amado que el amar, incluso en el mismo Dios. [33] Aun la eficiencia, neoplatónicamente atribuida a la difusibilidad del amor -bonum diffusivum sui-, desde la cual se podría defender la primacía del amar sobre el ser amado, debe entenderse nocionalmente desde lo último: es la amabilidad amada la que tiende a difundirse y transformarse en éxtasis. [34]

Es esta 'amabilidad amada' la que otorga la 'gracia-espíritu santo', creada en común por la Trinidad y apropiada el Espíritu Santo, internándonos en relación real unilateral en la Vida trinitaria.

Y, para no abundar, es la gracia, el espíritu santo de la trinidad económica, quien nos hace exclamar 'Abba' (Rm 8, 14-16). Sería, pues, no lo que nos hace amar, sino más bien, lo que nos hace 'ser amados' por el Padre y el Hijo y, por lo mismo, lo que nos hace 'santos'. "¡Gratia gratum (amatum) faciens"! [35]

El paso de las 'propiedades' a las 'apropiaciones' resulta siempre algo aleatorio; y es sabido que la apropiación del amor esencial al Espíritu Santo no siempre fue admitida unánimemente, al menos en los primeros siglos.

 

4.4. Dios 'trinamente Uno'. No Dios 'uno y trino'. Digresión piadosa.

 

Afirmar que la unidad divina es una sentencia meramente especulativa y filosófica, mientras que la Trinidad algo revelado y teológico, e inferir de ello que debiera tenerse por primera y originaria, de tal modo que no es que haya que 'adaptar' la Trinidad a la unidad, sino la unidad a la Trinidad, es un grueso desconcepto. El que la unidad de lo divino, su simplicidad y su carácter absoluto sean pasibles de ser deducidos por la inteligencia humana con la mera metafísica, no quiere decir que no haya sido de facto revelada en el pueblo de Israel, tras un largo periplo genético. Dicho concepto -Unidad y Santidad o Trascendencia de Dios-, que alcanza en Israel su pleno acabamiento en el exilio y postexilio, [36] es de hecho una verdad propia y novedosa del pueblo del AT. Verdad no alcanzada -hasta donde llega nuestro conocimiento de la historia del pensamiento humano- por ningún otro pueblo. Reducir esta verdad a una mera teodicea o a un limitado fruto de nuestra especulación, es no darse cuenta de que lo distinto y definitivo de la figura del Dios de las últimas etapas del Antiguo Testamento no es tanto la unidad -que poseen en última instancia todas las grandes religiones- [37] sino la trascendencia. Esta trascendencia es la que da a la unidad divina su cariz único, puesto que no se reduce a una unidad aritmética, predicamental, sino 'trascendental': el Unum trascendental que, en sí, comprende 'eminentemente' y con las correspondientes purificaciones y 'negationes', todas las riquezas de los seres creados, ¡incluso sus riquezas relativas, y de relaciones, y correlaciones!

Es esta unidad trascendental de Dios la que nos permite entender no solo la compatibilidad, el no absurdo, sino además la 'exigencia', la 'conveniencia', de que en Él existan relatividades opuestas y distintas. [38]

Habría que añadir algo más aún. Si bien es la Revelación neotestamentaria, en el protagonismo triádico de la Economía, la que nos permite elevarnos seguramente a las procesiones, relaciones y personas trinas de la Inmanencia, no podemos de ninguna manera prescindir de todo lo bueno que exista en la relacionalidad natural y humana -y luego, sobrenatural e intraeclesial- para alzarnos al encandilante misterio trinitario y, desde él, otra vez descender para iluminar nuestros pobres puntos de partida creados. Allí sí, finalmente, encontraríamos fundamento para referirnos a lo político, lo ecológico, lo social, lo amical, lo familiar, etc., tan caro a nuestros teólogos contemporáneos.

La razón humana puede sostener rigurosamente que, todo aquello que en la creación existe de bueno, de bello, de harmonioso, de feliz, de genial, en Dios existe no solo sin la más mínima imperfección, sino en grado sublime, infinito, maravilloso, sin mezcla de mal, de fealdad, de desarmonía, todo lo cual, por principio, no es sino carencia de ser, límite, impredicables por tanto del que necesariamente es el Ser por esencia.

Así pues, todo lo bueno que podemos ver y vivir en la creación, existe sublimadamente en Dios. Y esto, no como una sumatoria de riquezas, de cualidades y de seres, sino en la unidad indivisa de la riqueza suprema de Su existir. Las diversas realidades y maravillas creadas de este universo no son más que la difracción de la opulencia simplicísima del vivir divino, cuando quiere desbordarse gratuita y libremente hacia nosotros a través del prisma del espacio y del tiempo propio de nuestro ser finito y creatural.

Cualquier bien, cualquier belleza, pero también cualquier sensación o gusto estético, cualquier euforia, cualquier placer, cualquier felicidad o beatitud, todo eso existe porque abunda en quien lo crea, en la fuente de toda existencia y bien que es Dios.

Entre todas las buenas cosas que tenemos y gozamos, todas las maravillas que nos ofrece esta vida, este universo; todas las cosas que el hombre con su ciencia prestada por Dios es capaz, a través de la técnica, de fabricar y darnos para usar; todo aquello que poseemos y disfrutamos, ¿no son acaso nuestras relaciones con los demás la fuente de los mayores gozos?. ¿La vida de familia? ¿La amistad entre los hermanos; entre marido y mujer; entre padres e hijos; entre amigos y camaradas; y aún entre socios y conciudadanos? Y, acaso, ¿no es cuando se producen fricciones en estas relaciones o se rompen que padecemos los dolores más grandes, las desdichas menos fáciles de sobrellevar? ¿No es verdad que la dicha que podemos compartir con los que amamos se multiplican como dicha, y que la felicidad del solo se enturbia porque no tiene con quien participarla? Y, por ventura, ¿no nos hacemos cada vez más personas cuanto más nos relacionamos? ¿No es mi relación de hijo a padre -que lo diga el psicoanálisis- la que me hace inicialmente persona? ¿No es el abrirme a los demás y a su ciencia y a su saber y a su arte y a sus riquezas y diferencias, en el aprecio y la amistad, lo que favorece mi crecer y ser cada vez más persona y más libre?

Si toda esa riqueza que supone la maravilla de estas relaciones -además del relacionarse ecológico diacrónico y sincrónico de todos los seres del universo entre si- proviene de su Creador, ¿no habría Él mismo de tener toda esa riqueza de modo infinito y sublime?

La unidad trascendental y eminente de Dios pues, deducida a partir de la creatura, nos obliga a afirmar, sin las precisiones que nos aportará la Trinidad Económica, que en el mismísimo Dios ha de haber reciprocidades, relaciones, que hacen a la riqueza una de su ser; y, en la medida que alguna de ellas se pone frente a la otra -solo como relación, se entiende-, 'distinciones'.

Todas las relaciones de padres a hijos, de hermanos, de esposos, de amigos, de camaradas, la Iglesia sostiene -y si no se puede deducir exactamente de la creatura, sí de la revelación de Jesús- existe, antes y ahora y siempre, en la fuente de todo vivir que es Dios. 'Tres personas' les decimos, en pobreza de lenguaje. [39] Un tres más apto para interpretarse desde la gematría -la simbólica de los números- que desde la geometría; porque no conforma un numeral cualquiera, aritmético, sino la sublimación infinita de todo el vivir interpersonal de la historia de los hombres y de cualesquiera otros seres personales, y de cualquier creatura. Un Tres que, sobre la riqueza creada de nuestras pobres relaciones humanas, nos llama a hacernos, consciente y sobrenatualmente, trinamente, relación 'en' Él, ahora sí, verdaderas personas.


[1] Consultar la bibliografía de la obra de R. Ferrara, El misterio de Dios, (641-666). Evitaremos, salvo una que otra excepción, citar publicaciones ya allí apuntadas. Ver M. Salvati, Desarrollos de la teología trinitaria de la 'Lumen Gentium' a nuestros días, en Est Trin 39 (2005) 3-22.

[2] N. Silanes, comentando una antología salida recientemente, señala (elogiosamente) la falta de talante especulativo "con el cual los profesionales de la teología abordan el tema de la Santísima Trinidad" en Est Trin 39 (2005) 124

[3] Serán siempre aclaratorias las páginas de Duquoc sobre la "simbólica trinitaria" en Duquoc, Dios diferente. Ensayo sobre la simbólica trinitaria, Salamanca, Sígueme, 1978, 69-100.

[4] ".non ponitur in Deo modus qui sit qualitas divinae substantiae superadditas, sed ostenditur similitudinis cuiusdam comparatio inter processiones divinas et processiones quae sunt in rebus creatis." De Pot q 10 a 2 ad 10m. Véase L. Billot S.J., De Deo Uno et Trino, Romae, PUG, 19578 356: "solum inquirimus exempla quae iuvent aliquo modo ad concipiendum id quod de divinis processionibus revelatio docet" (351); "pure et simpliciter tamquam propinquius exemplum ex cuius analogia iuvemur in concipiendo id quod ex Scripturis ceterisque revelationis fontibus exponendum". Cf. G. Emery, La théologie trinitaire de Saint Thomas d'Aquin, Paris, Cerf, 2004.

[5] Bueno recordar la reflexión agustiniana: ".Nondum de supernis loquimur, nondum de Deo Patre et Filio et Spiritu sancto; sed de hac impari imagine, attamen imagine, id est homine." De Trin IX, 2, 2 y "Rara anima quae cum de illa loquitur, scit quid loquitur (.) Longe aliud sunt ista tria quam illa Trinitas: sed dico ubi se exerceant et probent, et sentiant quam longe sunt." Conf. XIII, 11.

[6] Ningún estudioso de la teoría del conocimiento debería dejar de leer J.P. Changeux-P. Ricoeur, Lo que nos hace pensar. La naturaleza y la regla, Barcelona, Península, 1999, especialmente, para nuestro tema, 92-105.

[7] I, 18, 1-4. Cf. el breve comentario De Vita Dei de A. Kořínek de los años 1967-68 ad usum privatum auditorum, de la PUG.

[8] Véase especialmente De Trinitate, XV, 17-19 con sus fundamentos basados en una lectura equívocamente teológica de la economía. Cf. R. Ferrara, El Misterio de Dios, 418-421.

[9] I 37 1

[10] La fecundidad actual de sus intuiciones pueden constatarse en obras, citadas por Ferrara, como Corbin, La Trinité ou l'Excès de Dieu, Paris, Cerf, 1997 o Courth, Dios, amor trinitario, Valencia, Edicep, 1994. Siempre válido el insuperable estudio juvenil de O. Gonzalez, Misterio Trinitario y existencia humana, Rialp, Madrid, 1965. Ver, p. ej. 162-179.

[11] Véanse, por ejemplo, los ya famosos E. Fromm, El arte de amar, Buenos Aires, Paidós, 197415 y M. Scott Peck, La nueva psicología del amor, Buenos Aires, Emecé, 1986.

[12] Cf. B. Lonergan S.J., De Deo Trino. II Pars systematica, Romae, PUG, 19643, 75-92.

[13] "Ex usu Ecclesiae", "pro relativo ponitur", "acommodatum ad significandam personam"; en 1 36 1 ad 1m et 2m. Cf. 1 86 1.

[14] Habría que decir más -aunque nos pese para el diálogo con la Ortodoxia-: la única manera de entender a la Trinidad sin derivar fatalmente al triteismo es identificando a las personas con las relaciones; y, a la distinción de éstas, manteniendo el 'Filioque'. Desde las geniales consideraciones anselmianas (cf. J. B. Ramírez, El discurso cristológico de la 'Epistola de Incarnatione Verbi' de San Anselmo, Roma, PUL, 2004, 199-210) ya lo había visto bien Santo Tomás en I 36 2 y apuntado en el Contra errores graecorum 2, 27-32. La afirmación del Concilio de Florencia aunque se haya expuesto en un Símbolo y no en una definición dogmática, según B. De Margerie, La Trinité chrétienne dans l'histoire, Paris, Beauchesne, 1973, 196, tiende a devenirla. Bien ha demostrado ya hace tiempo Billot, en su insuperable De Deo Uno et Trino, la resolución total de orígenes y personas en la categoría de relación: ". constat personam, originem et relationem esse etiam ratione simpliciter idem" (336). Ver su esclarecedor proemio al tratado. Billot, así, superaría, trascendiéndolas, las "dos concepciones diametralmente opuestas sobre la constitución de las personas divinas: la de algunos padres griegos postnicenos y la de Greshake (.)". Ver Ferrara, El Misterio de Dios, 502.

[15] Cf. A. Milano, Persona in teologia. Alle origini del significato di persona nel cristianesimo antico, Napoli, Dehoniane, 1984, 51-55. Más aún, afirma que solo a partir del 360 hay teología trinitaria. Hasta entonces solo 'Padre-Hijo'. Y, "antes de la entrada de Macedonio en la discusión, el Espíritu Santo se considera únicamente en el plano de la economía no de la teología. Recordemos que, para Basilio, todavía la atribución o propiedad hipostática del Espíritu Santo es 'económica': la santificación". Es Gregorio Nazianceno el que finalmente se da cuenta de ello, e inventa la 'propiedad' o 'idiotismo' de la 'procesión'. Cf. al respecto: B. Bobrinskoy, Le Mystère de la Trinité, Cours de théologie ortohodoxe, Paris, Cerf, 1986, 238 (obra citada por Ferrara); B. Sesboüé-B. Meunier, Dieu peut-il avoir un fils? Le débat trinitaire du IVe siècle, Paris, Cerf, 1993. Cuando tengamos acceso a él, habrá que leer a Fr. Dünzl, Pneuma. Funktionen des theologischen Begriffs in frühchristlichen Literatur, coll. Jahrbuch für Antike und Christentum, 30/2000, Münster, Aschendorff, 2000. Según Rademakers, S.J., en NRT (2003) 279: "Imposible escribir de ahora en más sobre el Espíritu Santo sin consultar esta obra."

[16] Recordemos que, todavía en el 351, hay quienes no quieren llamar Hijo a quien surge del Padre, sino solo al que nace de María. Cf. Conc. Sirmiense I, DH 140, 5. El mismo Santo Tomás sostiene que el nombre de Verbo expresa a la segunda Persona más perfectamente que el de Hijo: I 27 5; De Pot 9 9 y ad 7m; 10 1 ad 6m. No hablemos, por supuesto, del Sínodo de Pistoya, DH 2698.

[17] Ya lo decía Rahner cuando explicaba su famoso 'axioma fundamental': "la Escritura no nos propone real y explícitamente una doctrina de la Trinidad «inmanente» (ni el mismo prólogo de Juan pretende tener ese carácter)." en Mysterium Salutis, Madrid, Cristiandad, 1969, Vol. II, La historia de la salvación antes de Cristo, Tomo 1, 370. Cf. Boismard, A l'Aube du christianisme, Paris, Cerf, 1999, 123: "L'affirmation selon laquelle il y aurait trois personnes en un Dieu unique, le Père, le Fils et l'Esprit Saint, ne se lit nulle part dans le Nouveau Testament."

[18] Cf. W. Hauschild-D. Drecoll-Volker Henning, Le Saint-Esprit dans l'Église ancienne, Bern, Peter Lang, 2004.

[19] Una de esas tantas confusiones es querer probar la 'personalidad' del Espíritu Santo de la Trinidad Inmanente por las 'iniciativas' autónomas atribuidas al espíritu santo de la Trinidad Económica. Cf. De Margerie, p 161, n. 180. Ver, a modo de ejemplo, la inadecuada fundamentación escriturística de un manual reciente como el de J.A. Sayes, La Trinidad. Misterio de salvación, Palabra, Madrid, 2000, pp. 59-113. No hay derecho.

[20] Cf. el n. 7; Fe en el Dios uno y trino, Salamanca, Sígueme, 19698, 133-135.Ver también el atinado capítulo La actividad reveladora trinitaria y la Trinidad Inmanente de Scheffczyk, Dios uno y trino, Madrid, Fax, 1973, 141-156. O el más sintético aún comentario a las posiciones de Barth. "La Trinidad no es sino el intento de entender a Cristo", en A. Milano, La Trinità dei teologi e dei filosofi. L'Intelligenza della persona in Dio, Napoli, Dehoniane, 1987, 183-197. El mismo CCA es suficientemente explícito en su número 236, aunque luego no sea del todo consecuente con esta afirmación. Ver, sintético, Sesboüé, De la confesión de fe primitiva a la fórmula del dogma trinitario, en X. Pikaza-W. Pannenberg et alii, Pensar a Dios, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1997, 93-123.

[21] Ver P. Grelot, Dios. El Padre de Jesucristo, Buenos Aires, Paulinas, 1999. (Traducción del original francés de 1994, de Luis. H. Rivas). También J. Schlosser, Le Dieu de Jésus, Paris, Cerf, 1987, 105-212.

[22] Cf. Schnakenburg, El evangelio según San Juan, comentario a 6, 28. Cf. I 33 3 arg 1. No estaría de más, al respecto, revalorizar la doctrina de Déodat de Basly, injustamente poco mencionado por los estudios trinitarios contemporáneos. Ver el substancioso C. Folch Gomes OSB, A doutrina da trinidade eterna. O significado da expressão "Três pessoas", Rio de Janeiro, Lumen Christi, 1980 52-63. No dejar de leer a C. Tresmontant, en particular La pensée de l'Église de Rome. Rome et Constantinople, Paris, Guibert, 1996. Asimismo el sugerente M.J. Le Guillou, El misterio del Padre. Fe de los Apóstoles. Gnosis actuales, Madrid, Encuentro, 1998.

[23] Tengamos siempre en cuenta la afirmación de R.E. Brown afirmando que el 'Yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo', de Mt 28, 20, en su presencia permanente y no corpórea, se 'reinterpretó' en Juan 'por medio de su Espíritu. En El evangelio según San Juan, Madrid, Cristiandad; 1979, 894-895.

[24] El que cualquier atributo o accionar de Dios pueda ser considerado personalmente, 'hipostasiarse', incluso en sus efectos, es, en la mentalidad hebrea, fruto de que todo está transido, en el actuar multiforme de Dios, por su personalidad trascendente. En el actuar divino nada es anónimo, impersonal. La figura de Yahvé, fuertemente personalizada, todo lo personaliza. Cf. A. Rodriguez Carmona, La religión judía, Madrid, BAC, 2002, 335-354.

[25] J. Moltmann, Trinidad y Reino de Dios. La doctrina sobre Dios, Salamanca, Sígueme, 1983, 80-111. Cf. también, respecto al Espíritu Santo, F.X. Durrwell, El espíritu santo en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1986.

[26] Cuidadoso discernimiento exige la lectura de autores -especialmente de los primeros siglos- que no tienen clara la distinción entre la economía y la teología cuando mencionan al Espíritu Santo, para saber si se están refiriendo a uno u a otro o los confunden.

[27] Sobre el sufrimiento de Dios, del cual hablaba por el año 1958 Kitamori, leer K.O. Charamsa, L'immutabilità di Dio. L'insegnamento di san Tommaso d'Aquino nei suoi sviluppi presso i commentatori scolastici, Roma, PUG, 2002 y Davvero Dios soffre? La Tradizione e l'insegnamento di San Tommaso, Bologna, Studio Domenicano, 2003 y N. Ciola, Cristología y Trinidad, Salamanca, Secretariado Trinitario, 2005, 55-75.. Al respecto, las páginas de Sayés (op. cit.) son inadmisibles.

[28] Ni siquiera la 'preexistencia' escapa, de por si, en el Nuevo Testamento, a la 'economía'. Es una pena que el enjudioso artículo de G. Neyrand, Le sens de «logos» dans le prologue de Jean, en NRT 106 (1984) 59-71, no haya tenido mayor eco.

[29] Léase v. g. Billot, o, más recientemente, Lonergan o Ferrara.

[30] Es la imagen que consiguen muchos estudiantes de institutos catequéticos cuando se les intenta hacer entender la generación del Verbo mediante la analogía psicologica.

[31] Sería bueno, aquí, rescatar la parte de verdad de la teología ortodoxa de Lossky, cuando rechaza frontalmente que el principio de unidad de la Trinidad sea el Espíritu Santo y no el Padre con su 'monarquía'. Más aún, para Lossky, el Espíritu Santo, en su kénosis 'ad extra', es la causa de la multiplicidad y diversidad de las personas creadas por él 'santificadas', y no de su 'unidad'. En Lossky, Teología mistica della chiesa d'Oriente, Bologna, Il Mulino, 1967, 45-46 [el original francés es de 1944]. En estas épocas de exacerbado igualitarismo, ¿no sería bueno encontrar precisamente en el Espíritu Santo la razón de la diversidad y el respeto a ella? También es clarividente Lossky cuando, bastante antiecuménicamente, señala el 'Filioque' no como un 'teologúmeno' inocuo, sino como diferencia fundamental e insalvable entre catolicismo y ortodoxia. De allí que resulten inoportunas afrimaciones como las de Clarot, SJ en NRT 127 (2005) 293, quien escribe: ". les latins (.) eurent la curieuse idée de modifier le Credo des conciles en y ajoutant le Filioque. Pourquoi ne pas revenir au texte de foi original et oecuménique?" Interesante también al respecto -y su consideración de los números transfinitos de Cantor- P.A L'ubomir Zák, Florenskij: progetto e testimonianza di una gnoseologia trinitaria, en Coda-Tapken (eds.) La Trinità e il pensare, Roma, Città Nuova, 1997, 193-228. Valen la pena asimismo las páginas de G. Theissen, La religión de los primeros cristianos, Salamanca, Sígueme, 2002, particularmente las pp. 197-248, sobre el mundo semiótico autónomo del cristianismo primitivo.

[32] Cf. I 20 1-4. Aunque sea verdad que hemos de amar para perfeccionar nuestro imitar a la imagen que es Cristo. Y, por eso mismo, tender a la perfección del Padre (Mt 5, 48). Ambos manifestacion 'económica' de la 'espiración activa', del 'amare' nocional inmanente.

[33] "Etiam bonitas ontologica duplex est: altera causata et mensurata ab appetitu, altera non causata et mensurata (proprie) ab appetitu, sed indentificata cum appetitu, quae est bonitas ontologica essentiae divinae identificatae cum voluntate divina. Illa consistit in relatione transcendentali entis ad voluntatem, unde dependet: ad voluntatem divinam et voluntatem artificis; haec in identitate esssentiae divinae cum voluntate divina." Del libro de cabecera de Maritain: I. Gredt, O.S.B., Elementa Philosophiae, Romae, Herder, 1961, Vol II, n 640, 32.

[34] Interesante el análisis del amor en la Contra Gentiles de nuestro compatriota J.R. Méndez, El amor fundamento de la participación metafísica, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, prologado por Fabro.

[35] Cf. 1 43 3. También I Jn 4, 10.

[36] Cf. R. Albertz, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, Madrid, Trotta, 1999, 655-661.

[37] Cf. el denso libro de V. H.Catala, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas, Madrid, BAC, 1972 y, como ejemplo de fino análisis de una religión aparentemente politeísta, E. Hornung, El Uno y los Múltiples. Concepciones egipcias de la divinidad, Madrid, Trotta, 1999.

[38] Cf. D. Dubarle, Dieu avec l'Être. De Parménide à Saint Thomas. Essai d'ontologie théologale, Paris, Beauchesne, 1986, 259-361 y B. Forte, Sui sentieri dell'Uno, Milano, Paoline, 1992, 11-64, 92-104. 274-283.

[39] Recordemos el agustiniano ". cum quaeritur quid tres, magna prorsus inopia humanum laborat eloquium. Dictum est tamen: «Tres personae», non ut illud diceretur, sed ne taceretur." De Trin V, 9, 10.

 

TOP
MENÚ