CREACIÓN, METAFÍSICA CRISTIANA Y NUEVA ERA
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

INICIO / MENÚ / Índice

3. El pensamiento católico

3.6. Dios es distinto del universo, pero no lejano a él.

3.6.1. Que este estallido de racionalidad se haya dado en un pueblo austero y arrinconado entre las grandes civilizaciones de la antigüedad, como lo fue el pueblo de Israel, es realmente un milagro moral. Porque aunque bien es cierto que la condición no divina, no autónoma, de la criatura se puede probar por la sola razón, también es verdad que, de hecho, esta verdad -y sin contar con los conocimientos que nos aporta la ciencia moderna- solo nació en el pueblo de Israel.

La ciencia moderna nos descubre que el mundo tiene edad; el mismo universo la tiene, así como las galaxias, las estrellas, la materia misma. De ninguna manera son divinos, porque se gastan inexorablemente, envejecen, están destinados a apagarse o evaporarse finalmente en radiaciones de temperaturas cercanas al cero absoluto (21).

Pero que esto -antes de la física moderna- lo haya descubierto el pueblo de Israel es realmente notable. El hombre de la antigüedad no percibía con exactitud los fenómenos que no entraban directamente en la experiencia cercana de sus sentidos. Por ello no podía sino pensar que, si bien es verdad que en nuestra dimensión humana las cosas se gastan y finalmente envejecen y mueren, el mundo de arriba -el de las estrellas, del Cielo, del Sol, de la luna- era inmutable, sereno, eterno. Y aún la materia de aquí abajo participaba algo de esa eternidad, porque, si bien llegaba el invierno, al invierno sucedía la primavera, si bien había muertes, también había nacimientos, de tal modo que todo seguía un ciclo eterno de muertes y renacimientos. De tal manera los ciclos de eternos retornos parecían remedar muy bien la eternidad. Aún el hombre, como hemos dicho, volvía a renacer -pensaban-, en su parte divina, en otros cuerpos.

El cosmos, sobre todo lo celeste, la naturaleza en sus mares y montañas, parecían hablar al hombre primitivo, de solidez, de permanencia, de inmutabilidad.

3.6.2. Que Israel haya descubierto que todo ello era gastable, con una temporalidad unidireccional no cíclica, incomparablemente pequeño frente a Dios, distinto de Dios, es verdaderamente sorprendente.

Hoy es fácil aceptar el dato de la temporalidad del cosmos. Los conocimientos actuales nos muestran que hay una flecha de desgaste -aumento de la 'entropía', dicen los científicos- irretornable, un sentido que no admite vuelta. No siempre la primavera sucederá al invierno, porque la velocidad de la tierra disminuye paulatinamente y su órbita tiende inexorablemente a alejarse lentamente del sol. El mismo sol estallará dentro de 50.000 millones de años. La energía del cosmos se encamina a la muerte térmica. Todas las galaxias y las estrellas corren alocadas, a velocidades vertiginosas alejándose sin pausa las unas de las otras. No siempre la vida sucede a la muerte: hay especies que han desaparecido para siempre, etc. No: obviamente el Universo no es eterno, no es Dios.

3.6.3. De todos modos, el concepto de Creación, el que el Universo no se identifique con Dios, de ninguna manera implanta el "dualismo", en el sentido de que aleje a Dios de su creación, de nosotros. La trascendencia divina no hay que entenderla como distancia en el espacio -otra vez aquí nos traicionaría la imaginación- sino como diferencia en el ser. Yo puedo ser íntimo con la persona que amo y al mismo tiempo saberme distinto de ella. Y, como decía San Agustín , "Dios es lo más intimo de mi intimidad".

Al mismo tiempo que Dios trasciende el universo, Él es el fundamento último de toda la realidad, su poder es tangente a toda la energía y la materia y los aconteceres cósmicos y humanos. El verbo "crear" ciertamente distingue a Dios de su creatura, pero de ninguna manera lo aleja de ella.

3.6.4. La búsqueda de Dios en el interior del hombre y en la realidad profunda de las cosas es un deseo legítimo de la "Nueva Era" y bien es verdad que el mundo contemporáneo es ajeno a esa búsqueda y que aún muchos católicos se pierden en un activismo que los hace olvidar de este necesario encuentro con Dios.

Pero esta búsqueda legítima de Dios se frustra desde el vamos si pensamos que vamos a encontrar a Dios en el espejo de nuestro yo y no en la presencia amorosa y magnífica del divino Tu.(22)

De allí que el encuentro con Dios haya de darse en forma de diálogo, de amistad, y no de identificación, ni de esfuminado de la persona.

(21) Las llamadas “radiaciones de Hawking ”.

(22) Véase Congregación para la doctrina de la fe , Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana , Roma, 1989.

TOP
MENÚ