ARTÍCULOS Y CONFERENCIAS
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

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Octogésimo aniversario de la hipótesis del Big Bang

Ningún católico puede dejar pasar el 80 aniversario de la publicación, por parte del Doctor en Ciencias Matemáticas y Físicas belga, George Lemaître, de su artículo (1) del año 1931 donde postulaba la existencia de un momento inicial del universo cuando toda la materia estuvo concentrada en un ‘átomo primitivo', como él le llamó.

No ha de haber nadie de mediana cultura, en nuestros días, que, al menos a través de artículos periodísticos, no esté enterado de la teoría de la expansión del universo y de su inicio en el célebre Big Bang, hace 13.700 millones de años. En la mente de la gente, dicha doctrina tiene algo que ver con Stephen Hawking, el famoso científico discapacitado de Cambridge, o cuanto mucho con Edwin Hubble, en honor al cual gira, con su nombre, alrededor de la tierra, el más potente telescopio óptico del mundo (HST). Otros nombres como el de Wilson, Eddington, De Sitter, Reeves, Friedman y tantos más quedan solo como patrimonio de los eruditos. Sin embargo es sorprendente el que, aún en libros de cierto nivel de divulgación, un nombre sea habitualmente silenciado cuando se hace referencia a estas teorías. Precisamente el nombre del primero que postuló y elaboró de modo científico este nuevo modelo cosmogónico. Nada menos que el apreciadísimo discípulo de Einstein y de Eddington arriba mencionado.

Lemaître adolecía de un grave defecto: era católico y, además, sacerdote. Y vivimos épocas en las cuales los rectores de la opinión pública, desde hace mucho tiempo, baten el parche -a pesar de la pléyade de científicos católicos que hacen avanzar los conocimientos científicos en todos los frentes- de que existe un conflicto, un abismo insalvable, entre la ciencia y la religión católica.

"La ciencia desmiente a la religión" o "Los científicos desnudan el fraude religioso" y otros títulos semejantes fueron -y son frecuentes, aún- en las librerías y bibliotecas de nuestras clases lectoras. El procedimiento es muy fácil y siempre el mismo: primero se expone una versión caricaturizada y mendaz del dato religioso que la gente ignorante toma como doctrina católica y, luego, se contrapone a datos científicos que la desmienten. Y –digámoslo entre nosotros- a ciertos niveles todavía hay formas de exponer la fe tan pueriles o dogmáticas –en el sentido peyorativo de la palabra- que son verdaderamente dignas de perplejidad o de rechazo para cualquier ser humano más o menos pensante.

Lo cierto es que nunca hubo entre la Iglesia oficial o teólogos serios y los verdaderos científicos ningún hondo conflicto. Baste recordar que la primera academia internacional de ciencias fue la fundada con su nombre actual -‘ Academia Pontificia de las Ciencias' - en 1847 por Pío IX. Y ésta no era sino la continuación de la famosa ‘ Academia dei Lincei ' o ‘ Academia de los Linces ', organizada en Roma ya en 1603. Ni mencionemos el diálogo y promoción constante de la razón y de las ciencias que –tal cual insiste en señalarlo Benedicto XVI-, desde los primeros siglos, a partir de los Padres Apologistas, a través, luego, de grandes pensadores, escuelas episcopales y universidades, hasta nuestros días, promovió, durante toda su historia, la Iglesia Católica.

Es que no hay que confundir ni la teología ni la doctrina bíblica de la Iglesia con el de otras opiniones confesionales. Recientemente Claude Allègre, ex ministro de educación de Francia, en Dieu face à la science, (Fayard 2000), acusaba al protestantismo fundamentalista americano, en primer lugar, pero también a los fundamentalistas judíos y musulmanes, de empastelar artificialmente las relaciones entre ciencia y fe. Acusación de la cual exculpaba a la Iglesia Católica.

George Lemaître había nacido en Charleroi, Bélgica a fines del 1894. Primero estudiante de ingeniería, interrumpidos sus estudios por la guerra, obtuvo en 1920 el grado mencionado más arriba. Mientras tanto se le despertó la vocación sacerdotal. Cursó estudios en el seminario de Malinas, donde fue ordenado sacerdote en el año 1923. De allí partió a Cambridge donde recibió las enseñanzas que dictaba Eddington, el gran astrofísico y filósofo de la ciencia británico, con quien; hasta el 44, año de la muerte de éste, se mantendría en permanente relación. En 1924 lo encontramos en Norteamérica, donde trabajó en el Observatorio de Harvard. En 1925 escuchó el decisivo anuncio de Hubble informando sobre el descubrimiento de las cefeidas de Andrómeda. Es sabido que recién a partir de este descubrimiento es como se pueden calcular las distancias siderales del cosmos más allá de los métodos geométricos aproximados que se utilizaban hasta entonces usando como base trigonométrica el diámetro de la órbita de la tierra alrededor del sol. Así pudo constatarse el corrimiento al rojo de la luz de las estrellas más lejanas.

Mientras tanto Lemaître había asimilado brillantemente la teoría de la relatividad de Einstein, transformándose en uno de sus más fervorosos discípulos. Pero había algo en el modelo einsteniano que no convencía a Lemaître. Si bien Einstein había echado por tierra el infinito espacio euclidiano y postulaba un universo curvado sobre sí mismo y, por ello, aunque ilimitado, finito -a la manera de la superficie de una esfera-, estaba emperrado, contra Alexander Friedmann, ruso y De Sitter, holandés, -quienes sostenían que el cosmos debía estar en contracción o en expansión, pero no estático- en que el Universo era tal y cómo lo habían descrito hasta entonces la mayoría de los astrónomos, es decir estable e inmutable, isótropo (igual en todas direcciones) y homogéneo (igual en cada uno de sus puntos).

Pues bien, es Lemaître quien, a partir de las observaciones realizadas hasta ese momento, el descubrimiento de las cefeidas y utilizando rigurosamente las complejas fórmulas matemáticas de la teoría de la relatividad, combinándola con la cuántica de Planck, expuso por primera vez en la historia, en 1931, la que él llamó hipótesis del átomo primitivo. Precisamente un único ' quantum 'sin tiempo y sin espacio -que luego Hawking denominaría‘ singularidad inicial' - a partir del cual se habría desarrollado, en continua expansión y multiplicación cuántica, nuestro universo.

Lemaître también describió su teoría como "the Cosmic Egg exploding at the moment of the creation", pero finalmente prevaleció el mote con el cual Fred Hoyle, al comienzo contrario a la teoría, bautizó en son de burla como la “Big Bang theory” (1947).

Lemaître finalmente logró convencer al mismo Einstein, quien afirmó, más tarde, que su hipótesis del universo estático había sido uno de los más graves errores de su carrera.

Interesante señalar que, hasta la caída del muro de Berlín, estaba prohibida en la Unión Soviética la enseñanza y defensa de esta teoría.

En 1946, Lemaître publicó su libro “L'Hypothèse de l'Atome Primitif”. Tenemos el honor de que su primera traducción haya sido al castellano, en Buenos Aires, en 1948. Se vertería al inglés recién en 1950.

Al respecto también vale la pena registrar que uno de los primeros divulgadores de esta teoría cósmica de la expansión, así como de sus implicancias filosóficas, fue nuestro gran Leopoldo Marechal en su cuento "Cosmogonía elbitense", publicado en su "Cuaderno de navegación", editorial Sudamericana, 1966, cuando pocos aún hablaban del Big Bang o del ‘Gran Pum' como lo tradujo nuestro Juan Luis Gallardo.

Lemaître fue elegido, en 1936, miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias y presidente de ésta desde 1960 hasta su muerte -celebrando la santa Misa- en 1966. Ello sucedió poco después de que su revolucionaria hipótesis se confirmara con el descubrimiento de Arno Penzias y Robert Wilson de la radiación de fondo de microondas - Cosmic Microwave Background o CMB - ‘restos fósiles' de la explosión primitiva.

Aunque los datos cosmológicos de la ciencia actual sirven para afirmar el concepto filosófico de la contingencia del Universo y responden mejor a la visión bíblica de un mundo en gestación histórica no es bueno nunca mezclar los dos planos del saber. La creación es un concepto metafísico que no puede identificarse sin más con la idea de comienzo.

Pío XII, el 22 de Noviembre de 1951, había pronunciado un discurso en el cual señalaba cómo la ciencia contemporánea apoyaba las tradicionales pruebas de la existencia de Dios: “Le prove della esistenza di Dio alla luce della scienza naturale moderna” (2). Lemaître manifestó sus reparos a dicha extrapolación.

A pesar de que los artículos de Lemaître tanto sobre el origen del Universo como sobre otros problemas físicos y matemáticos se difundieron por todo el mundo científico fue, quizás adrede, por su condición de creyente, ignorado por el periodismo y, por lo tanto, por el gran público. Nadie se dignó anoticiar al lector común de que él era el descubridor del más espectacular de los cambios en la historia de la cosmogonía, desde las épocas de Aristóteles y Ptolomeo. Más importante todavía que la revolución de ese otro gran sabio, sacerdote católico polaco, Copérnico, que había difundido y elevado a nivel científico la doctrina de la tierra girando alrededor del sol.

1- Lemaître, G ., The Beginning of the World from the Point of View of Quantum Theory , Nature 127 (1931), n. 3210, 706.

2- AAS 44 (1952) 31-43

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